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El gran emperador que vivió una histórica derrota frente a un ejército de conejo

El gran emperador que vivió una histórica derrota frente a un ejército de conejo

Conejos en el campoSUPALERK LAIPAWAT

Napoleón Bonaparte, el gran conquistador de Europa, fue temido y respetado en los campos de batalla. Su nombre quedó marcado en la historia por sus grandes victorias, pero también por su estrepitosa caída. Sin embargo, mucho antes de Waterloo, sufrió una de las derrotas más surrealistas de su vida a manos de un enemigo inesperado. 

Lo que comenzó como una simple cacería de conejos organizada para celebrar sus victorias militares en 1807, terminó en un espectáculo caótico. Fue un ejército de 3.000 conejos el que hizó que el emperador y sus hombres tuvieron que huir despavoridos. 

Un festín convertido en batalla

Napoleón, tras su triunfo en la batalla de Friedland y la firma de los Tratados de Tilsit, se encontró en la cima de su poder. Para festejar, pidió a su jefe de gabinete, Alexandre Berthier, que organizara una cacería de conejos. Sin embargo, en lugar de atrapar conejos salvajes, los asistentes capturaron miles de conejos domésticos, acostumbrados a los humanos.

Cuando las jaulas se abrieron, en lugar de huir aterrados, los conejos corrieron hacia Napoleón y su comitiva ya que debieron intuir que los querían alimentar. Al principio, todos rieron, pero pronto la situación se tornó en un verdadero problema.

Los conejos, hambrientos, no se detenían. Rodearon al emperador, trepando por sus piernas y abalanzándose sobre los soldados. "Los pobres conejos se arrojaron sobre ellos con ansiedad, como si no hubieran comido en todo el día", relató en sus memorias el general Paul Thiébault, testigo del suceso.

Huida napoleónica ante la ofensiva conejil

El general Paul Thiébault, también narró cómo los conejos "atacaron" de forma estratégica, dividiéndose en dos grupos y rodeando a Napoleón. Los soldados intentaron repelerlos con fustas y espadas, pero solo consiguieron contener a unos cuantos. 

Desesperado, el emperador y su séquito huyeron a los carruajes, dejando el "campo de batalla" en manos de los conejos. Se dice que incluso tuvieron que sacar algunos de los animales del interior de los vehículos mientras escapaban.

Este curioso episodio, aunque cómico, puede verse como un anticipo de la fragilidad del imperio napoleónico. Años más tarde, en Waterloo, Napoleón enfrentaría su derrota definitiva, aunque esta vez no a manos de conejos, sino del ejército anglo-aliado del Duque de Wellington.