Los clientes que quisieron normalizar la explotación sexual
Cabeza alta, mirada de orgullo. Así es el primer retrato del hombre que en la última semana se ha paseado por diversos medios para dignificar la figura del cliente que consume prostitución. Su nombre, mencionado suficiente en dichos artículos, no hace falta volver a repetirlo. Al fin y al cabo, es tan sólo el reflejo de una realidad: la prostitución. Un tipo de comercio sexual que sólo es posible gracias a consumidores como él.
Comprar mujeres, contribuir a la desigualdad y la explotación sexual hace titular. Genera entrevistas y enmarca afirmaciones que pretenden promover la figura del cliente como la de un hombre que debe sentirse orgulloso.
Con quince años, hombres como el que habla en dicho texto, pagan por primera vez a una prostituta. Este dato ya nos dice bastante sobre la educación sexual que reciben los varones en España, un país donde la cultura de la violación y la sexualidad machista pesa sobre la gran mayoría de los menores que, en muchos casos, empiezan a tener relaciones afectivo sexuales a edades tempranas. Es ahí donde comienzan a reproducir patrones abusivos, que beben de la pornografía y sus estereotipos: evitando emplear preservativos a toda costa, dando el consentimiento por hecho...
Estos hombres, que en su adolescencia emplean la prostitución como una opcion más de su vida sexual, asumen la explotación sexual como "el trabajo más antiguo del mundo". Quizás porque entienden el trabajo precisamente como explotación, lícita si se trata de las mujeres y sus cuerpos.
Pagar por prostitución no implica tan solo sexo, implica poder, representación y autoridad. El hombre que paga tiene el poder económico, que le sitúa por defecto en un rol privilegiado dentro de la sociedad. Las mujeres, empobrecidas por el hecho de serlo, discriminadas por el mundo laboral, acceden a actividades como la prostitución conscientes de que los hombres pagan más por sexo que por muchas otras cosas.
Por supuesto queda establecida la representación de las mujeres: somos cuerpos que pueden estar esclavizados sexualmente porque los hombres, que construyen la economía, se niegan a darnos acceso a trabajos bien pagados, sin discriminarnos por género.
Los clientes citan en sus discursos, de manera sistemática, la "libre elección". Es ahí cuando el privilegio que les sostiene les hace ignorar convenientemente que dentro del sistema capitalista nadie decide.
En el capitalismo, todo se rige por leyes de oferta y demanda; los que poseen el dinero, son por mayoría, varones blancos y por tanto, probablemente, el colectivo que más demanda genera: con poder económico ejercen poder simbólico, también en relación a sus propios deseos, también en lo referente al sexo. La compra de prostitución es una declaración de poder, posición y representación. Además de un acto político que conlleva la imposición de una clase sobre otra. En este caso, de los hombres sobre las mujeres.
Capitalizando el deseo, haciendo del sexo un bien de consumo, deshumanizamos los afectos. No debería de ser monetizada nuestra sexualidad ni los cuerpos algo con lo que se pueda transaccionar.
No existe comercio justo dentro del comercio sexual, no existe igualdad de género de base para poder desarrollar ningún tipo de relación posterior en igualdad total. Partiendo de esa premisa, el consumo de prostitución aúna, y ejerce a su vez, varios tipos de violencia hacia las mujeres: representativa, económica y sexual.
Comprar a una mujer, aunque sea por una hora, debería ser considerado un delito donde el cliente fuera penalizado. Las mujeres no se prostituirían si los hombres no generasen demanda. Sin embargo, existen clientes sin miedo a afirmar: "Las amistades se rompen, la familia no será eterna, pero las chicas de la prostitución siempre están ahí". Frases como estas demuestran que la explotación sexual es una de las piedras angulares del patriarcado. Mientras exista, la desigualdad y la opresión no desaparecerán.
Los consumidores presentan en algunas ocasiones la prostitución de tal forma que pareciera cumplir una labor de asistencia social de cuidados, hablando de las prostitutas como si fueran sus niñeras, psicólogas o enfermeras. Intentan lavar su discurso parcialmente, pero lo que están comprando es una mujer, por tiempo determinado, para exigir que esté a su servicio bajo una idea de superioridad masculina.
Las mujeres, prostitutas o no, no somos las cuidadoras por naturaleza de nadie, y menos de ningún hombre adulto. Los consumidores siguen haciendo valer un rol de género machista decidiendo establecer a la prostituta como una figura sagrada de la sociedad, que conserva y perpetúa su estatus como la clase vencedora sobre las mujeres.
Comprar a una persona atenta contra la libertad y la posibilidad de avanzar en igualdad. Las mujeres somos seres humanos con derecho a que nuestros cuerpos sean respetados, y no percibidos por la sociedad como moneda de cambio constante para la supervivencia.
Abogar por la prostitución es abogar por los derechos de los hombres sobre los cuerpos de las mujeres. Otorgarles vía libre a nivel legal para poder abusar de sus cuerpos por medio del poder que les confiere el dinero. Reforzar el sistema de la prostitución no hace sino postergar la idea de que el consentimiento puede comprarse con dinero.
Mientras los medios de comunicación sigan colaborando en el lavado de imagen de los hombres que consumen prostitución, se seguirá fortaleciendo el comercio sexual. Los clientes dicen que no son monstruos, para mi sí lo son. Monstruos repulsivos, hombres tiranos y violentos que promueven una masculinidad tóxica.