Di "gitano"
Cada vez que digas "gitano", piensa en el calado que tiene el manejo de la palabra, si le estás dando un uso noble o un uso dañino, venenoso. Piensa en los chicos y chicas de la campaña que se ha presentado recientemente para denunciar el uso peyorativo de esta palabra, y en los efectos que tú tienes para ellos.
Hay palabras que ennoblecen. Hay palabras que dañan. Y hay ciertos usos de palabras nobles que provocan daños en el otro. Eso es lo que ha recogido el conmovedor vídeo de los gitanos contra el insulto de la RAE. Más de medio millón de visitas en una semana y un fuerte impacto en los medios evidencian la eficacia de esta campaña realizada con motivo del Día Internacional del Pueblo Gitano, que exige a la Real Academia que modifique la acepción de "trapacero" incluida en la definición de la palabra "gitano".
Pero el mensaje trasciende la petición que se traslada a los 46 mayúsculos y minúsculos académicos de la lengua. Esta campaña va dirigida a todo el que pronuncia la palabra "gitano". Porque todos le hemos dado usos que, si ahora lo pensamos, nos avergüenzan al ver las caras de estos niños, sus ojos sorprendidos por el insulto que no esperaban y sus voces quebradas frente a la injusticia que les sobreviene.
Lo más sorprendente de este caso es que los académicos estaban dando respuesta a una petición que se les trasladaba desde las distintas entidades del Consejo Estatal del Pueblo Gitano, encabezadas por la Fundación Secretariado Gitano, a la anterior definición discriminatoria, que recogía la acepción: "Que estafa u obra con engaño". Esta referencia ha desaparecido del nuevo diccionario impreso -aunque todavía figura en la versión online. Pero la solución que ha dado la RAE en la reciente reedición de 2014 no ha sido más que esconder el fondo de la cuestión, añadiendo un paso intermedio: ha incluido la acepción de "trapacero", que no hace sino retrasar el insulto hasta el momento en que se lee la propia definición de este término. Como en un juego de cajas chinas, el contenido queda diferido pero intacto. Se trata de una solución trapacera, propia de alguien que "con astucias, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un asunto". Eso es ser trapacero.
No es cuestión de borrar del lenguaje corriente los usos que efectivamente se hacen de él, pero sí que la academia los califique adecuadamente con las herramientas que están en su mano. Un primer avance sería que se indicara que se trata de un uso "peyorativo" (peyor.) o "despectivo" (despect.), calificativos para los cuales ya tienen acuñadas las abreviaturas correspondientes y sólo tienen que aplicarlas, como hacen con otras tantas palabras. Porque los guardianes de la lengua también tienen una responsabilidad social, y lo social se forja con cada acto.
El siguiente paso sería que nosotros reparáramos en el uso que realmente hacemos de esta palabra y que cada uno fuéramos pensando en otras formas de expresarnos que no dañen a todo un pueblo. El lenguaje es algo que se instila en los oídos del hablante y, a veces, como en el asesinato del padre de Hamlet, lo que se instila en los oídos es un veneno. La palabra nos mete en la cultura, y sin ella, el animal humano pierde su condición fundamental. El mundo que construimos viene demarcado por las líneas que dibuja el lenguaje; es la casa que habitamos, construida con palabras. Pero esa entrada en la domus de lo social tiene su precio. Y a veces, el precio es que arrasamos al de enfrente con nuestro lenguaje envenenado. Vivimos inmersos en un enjambre de significantes cuyo uso revela más de lo que creemos saber de nosotros mismos, y que a la vez oculta un abismo, una dimensión indómita que tiene consecuencias en nuestra vida y la de los otros.
Así que, cada vez que digas "gitano", piensa en el calado que tiene el manejo de la palabra, si le estás dando un uso noble o un uso dañino, venenoso. Piensa en los chicos y chicas de la campaña y en los efectos que tú tienes para ellos.