El Mobile World Congress y el eterno conflicto de la regulación de Internet
Además de presentar móviles y gadgets, el Mobile World Congress volvió a escenificar el conflicto de intereses entre los operadores de toda la vida, que ponen la infraestructura para que la banda ancha móvil sea posible, y los proveedores de los servicios y contenidos que viajan por esas redes.
Éxito de público y de organización en el Mobile World Congress (MWC) de este año. Barcelona fue una fiesta, con casi 100.000 directivos y VIPs del pujante mundo de las telecos moviéndose por los pabellones y pasillos de la Fira de Hospitalet en busca del último móvil (brilló el Galaxy S6 entre los muchos terminales de "clase media" que se presentaron) o del último wearable para medir los pasos que damos, el ritmo cardiaco o las fases del sueño. Sólo una pega: ¿para cuándo una estación de metro en los alrededores de la Fira? El primer día salí de allí a las ocho de la noche y me encontré con una cola kilométrica en la parada de taxis que está justo a la entrada del recinto. Por lo que me dijeron, hasta dos horas tardaron algunos en retornar al centro de Barcelona aquella noche.
Además de presentar móviles, gadgets y avances del coche conectado, un concepto que sigue estando en pañales para mi gusto, el MWC de este año volvió a escenificar el conflicto de intereses entre los operadores de toda la vida, que ponen la infraestructura para que la banda ancha móvil sea posible -y que cobran por ello- y los proveedores de los servicios y contenidos que viajan por esas redes -que también hacen negocio con ello-, como Google, Facebook, Amazon o Twitter.
Del lado de los operadores, César Alierta calentó el ambiente afirmando que sin las telecos no tendrá lugar la revolución digital. "Son los operadores quienes están desplegando redes de ultrabanda ancha gracias a inversiones enormes. Y son estas redes las que permiten que todo y todos estén conectados y las que generan inmensas oportunidades". Alierta pidió una revisión de la regulación que haga posible que "haya unas reglas del juego iguales para todos". En otras palabras, los operadores quieren que los otros gigantes del mundo digital, que han arruinado negocios como los SMS y están camino de agotar el de las llamadas, también paguen las costosas infraestructuras que se necesitan para el Internet ultrarrápido del futuro y que a la vez se sometan a las regulaciones que aquellas sí tienen que soportar de los Gobiernos.
Por el lado de los proveedores de contenidos -o servicios over the top-, la cara la dio un chico tímido y titubeante sobre el escenario, Mark Zuckerberg, el CEO de Facebook. Zuckerberg, quizá por estar en territorio enemigo (al fin y al cabo el Mobile lo organiza la GSMA, asociación que dice aglutinar a 800 operadores de telefonía móvil de todo el mundo), se mostró conciliador. El fundador de la mayor red social del planeta dijo que gracias a Facebook o a aplicaciones como Whatsapp se suman a Internet millones de personas que de otra forma no lo harían, lo que acaba redundando en más clientes y más contratos para las operadoras. Pero también recordó que todos deberán colaborar y que él estará dispuesto a echar una mano.
Los proveedores de contenidos siguen jugando en las fronteras de los negocios tradicionales con el fin de hacerse un hueco y ganar clientes sin tener que asumir los costes que eso conlleva y, sobre todo, sin tener que soportar las limitaciones que imponen los organismos regulatorios. En Barcelona, precisamente, y momentos antes de Zuckerberg, dio su charla el jefe mundial de Android, Sundar Pichai, que confirmó que Google será un operador móvil virtual en Estados Unidos.
Pero el conflicto del mundo de las telecos se repite en otros campos. Estos días, Francisco González, presidente del BBVA, que también se pasó por el MWC, aseguraba que sus competidores reales no son el Santander o La Caixa sino startups tecnológicas o firmas como Google, Paypal o Lending Club, que vuelven a situarse "en las fronteras del negocio bancario" para evitar la auditoría permanente de los bancos centrales pero que, en todo caso, empiezan a gestionar pagos, cobros o préstamos como el banco de la esquina.
En el transporte, la confrontación entre Uber (empresa digital que sale adelante con un modelo de negocio en los márgenes de la legalidad) y los taxistas (negocio regulado) ha dado mucho que hablar. Lo mismo está pasando en el ámbito del turismo con Airbnb, la web de alquiler de pisos y casas entre particulares, y los hoteles tradicionales, aunque aquí la rivalidad ha sido larvada y no ha llevado a las calles y a la huelga a los hoteleros, como en el mundo del taxi.
Estamos pues ante un conflicto que se repite y que requiere que las autoridades hilen muy fino a la hora de establecer, como reclaman algunos, "unas reglas del juego iguales para todos". También será necesario que las empresas tradicionales se pongan de una vez las pilas y dejen de operar como lo hacían hace tres o cuatro décadas, cuando el mundo era analógico y los oligopolios y los corporativismos de todo tipo estaban a la orden del día.
Por su parte, los nuevos players de Internet deberán entender que, además de pagar impuestos en el país donde se desarrolla su actividad, como casi todo el mundo, hay que facilitar las cosas a los reguladores locales, que son los que en última instancia deberán fiscalizar su actividad. Y también los usuarios, que tanto nos hemos beneficiado de esa libertad con la que los proveedores de contenidos y servicios en Internet han extendido su negocio, tendremos que reflexionar y dejarnos de utopías digitales. Habrá que pensar que al final lo barato sale caro si ese "servicio gratuito" que nos sirve para comunicamos con los amigos u organizar el correo no deja un euro en el país ni crea un puesto de trabajo que valga la pena. Como sugirió Zuckerberg en Barcelona, tendremos todos que entendernos para que esto siga adelante.