65 años de la declaración Schuman: ¿hora de jubilarse?

65 años de la declaración Schuman: ¿hora de jubilarse?

Ser crítico con la UE no es ser un hater euroescéptico, amargado y desagradecido. Yo le estoy muy agradecido a este símbolo de una Europa sin guerra. Sin embargo, la Unión Europea y sus admiradores deben huir del fanatismo. Se puede, y se debe, mirar al futuro de una forma práctica, atajando los problemas de la sociedad actual, sin olvidar el pasado pero haciendo autocrítica, y sobre todo, reinventándose.

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Cinco días después de que los fans de Star Wars celebren su jornada mundial, el fandom de la Unión Europea conmemora el 65 aniversario de uno de sus grandes símbolos: La ya sexagenaria declaración Schuman. El 9 de mayo de 1950, el ministro de exteriores francés Robert Schuman (junto a Jean Monnet), y con el fin de acabar con los conflictos que asolaban Europa, propuso un plan para unificar la producción de acero y carbón de Francia y Alemania, y ponerla bajo el control de una alta autoridad común, el ancestro de lo que hoy conocemos como Comisión Europea. Según la versión oficial, un primer paso para iniciar el camino hacia la paz, la unidad y la prosperidad Europea -en ningún momento se habla de democracia-. Oficiosamente, un pretexto magnífico para lanzar campañas publicitarias. De cualquier manera, aún hoy, se intenta discernir si fue por compartir el acero y el carbón, o quizás por el recuerdo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial en la retina de los europeos, pero la verdad es que no ha vuelto a haber guerras abiertas (ni dragones, esto también parece ser obra de la UE) en occidente.

Todo esto antes era campo!

Sin embargo, la ausencia de conflictos armados no significa paz. A sus años y mientras está ocupada contando batallitas, descuida lo que se cuece en la sociedad Europea actual: inestabilidad económica y política, una crisis rampante de empleo y derechos sociales, un aumento vertiginoso de la xenofobia y de los movimientos nacionalistas y de extrema derecha, el mediterráneo como la ruta migratoria más mortífera del mundo, sospechosas relaciones con EEUU (TTIP y los casos de espionaje alemán) e incluso estados miembros, como Grecia, sometidos y enfrentados a organizaciones de dudoso valor democrático.

Pero fuera, a lo largo y ancho de sus fronteras, la UE se encuentra asediada por la guerra, con todas las letras de palabra. Algunas, guerras civiles debido a la irresponsable política exterior Europea (Ucrania); otras, estados fallidos provocados por la política exterior europea (Siria o Libia). El auto-adjudicado premio nobel de la paz se antoja cuasi-propaganda de pizzería para seguir legitimando una cada vez más insignificante y mezquina política de relaciones exteriores y que, como otros hitos en la historia de la UE (véase el Mercado Común Europeo) se construye de arriba hacia abajo, dirigida por los Estados Unidos de América, multinacionales e intereses oligopólicos. Si le interesa el tema, busque en google "European roundtable of Industrialists (ERT)".

Ser crítico con la UE no es ser un hater euroescéptico, amargado y desagradecido. Yo le estoy muy agradecido a este símbolo de una Europa sin guerra -ni dragones-. Sin embargo, la Unión Europea y sus admiradores deben huir del fanatismo. Se puede, y se debe, mirar al futuro de una forma práctica, atajando los problemas de la sociedad actual, sin olvidar el pasado, pero haciendo autocrítica, riéndose de si misma, y sobre todo reinventándose. Porque todo lo que no se renueva se atrofia y muere, porque quizás ya no se necesiten ardides secretos de alta política de salón, quizás haga falta adaptarse a estos nuevos tiempos donde la guerra y la paz se dirimen a otro nivel.

Tiempos modernos

El europeo de hoy en día necesita que la UE represente la democracia, la justicia y la equidad de todos, no de unos pocos como hasta ahora, dentro y fuera de Europa. Movida por la voluntad de la ciudadanía, con elecciones paneuropeas genuinas que den un mandato claro a un Ejecutivo europeo elegido por las urnas. Que señale el camino de una sociedad en paz, moderna y actual, donde las diferencias se atenúen y se le dé al mundo un ejemplo responsable a seguir.

E incluso podría ser verdad que en el año 1950, el día nacional europeo representara todo eso, pero ya no. Hoy se necesitan símbolos para confrontar realidades distintas:

  • Una gestión común de crisis migratorias y de asilo. No podemos tener solo fronteras comunes para mercancías.
  • Un sistema justo de transferencias entre países que permita, por ejemplo, que las cotizaciones sociales que los trabajadores expatriados generen en el extranjero se compense con fondos a sus regiones de nacimiento, que fueron quienes invirtieron en su alimentación, formación, salud. Lo otro se llama robar, está mal, y no quiero señalar a nadie..., señora Merkel.
  • Una política fiscal y un salario mínimo común, que complete el Mercado Único Europeo. De la manera actual, sólo se fomenta la competencia desleal entre países y el dumping social, o lo que es lo mismo, una carrera a la baja de salarios y derecho sociales en favor de la competitividad empresarial.

Renovarse o Morir

Los viejos líderes, los viejos símbolos, la vieja Europa. La Unión Europea necesita refundarse y madurar. Este camino ya no vale. Los problemas hay que solucionarnos entre todos y para todos, y sin despreciar a nadie. Hay que abandonar antiguas estructuras y andar el camino hacia un sistema político paneuropeo que no evite que los intereses nacionales compitan entre sí por ver quien come más postre en el comedor del asilo, donde se cuenten menos batallas de cuando Francia y Alemania antaño se peleaban jugando en el patio del colegio y donde no se le meta miedo a los nietos con el coco para que se porten bien.

Hay que jubilar a la declaración Schuman, después de 65 años, la Unión Europea se empieza a parecer demasiado al Abuelo Cebolleta. Siempre repite la misma cantinela de nazis, victorias y medallas de tiempos añejos y polvorientos, pretendiendo llamar la atención de unos nietos que, desencantados por la brega en las batalla urbana diaria de cada día, amenazan con no ir a verlo más. Los nietos no quieren más cuentos de dragones, quieren que la Unión Europea hable de problemas reales de hoy y unirse con símbolos renovados que los representen. Los europeos de hoy no queremos un futuro tan duro y tan negro como el acero y carbón del que Schuman hablaba.