Mourinho, un lobo en el mundo del fútbol
La psicología de Mourinho respecto a sus jugadores es particular: mientras le son necesarios, son sus protegidos y no duda en alabarlos desmesuradamente. Una vez que le son prescindibles, no le tiembla la mano en desprestigiarlos.
Con la marcha de Mourinho al Chelsea, John Carlin aventuraba con un tono algo apenado que los periodistas deportivos españoles perdían a un personaje que les permitía llenar de forma bien llamativa y ostentosa portadas y artículos. Su pronóstico se está cumpliendo solo a medias.
A pesar de estar fuera de la órbita del Real Madrid, Mourinho no pierde oportunidad de realizar declaraciones que provocan pequeños terremotos en la institución que durante tres años le dio de comer. Tales comentarios, que afectan tanto a jugadores, al club blanco o a los medios de comunicación constituyen una muestra más de la compleja personalidad del portugués.
El análisis de ésta dista mucho de ser fácil y, en cualquier caso, habría que distinguir sus comportamientos privados y los públicos desarrollados en el ámbito futbolístico, siendo éstos últimos los únicos sobre los que se podría dar un parecer. En mi opinión, una manera de entender sus actitudes y sus acciones es verlos a través del prisma de uno de los más relevantes filósofos políticos de la historia: Thomas Hobbes. Este autor inglés del siglo XVI trató de explicar por qué los seres humanos vivimos bajo la autoridad de un Estado. Dicho de otra manera: ¿por qué necesitamos para vivir en comunidad de la restricción de nuestra libertad y de la continua amenaza de la coacción? Simplificando mucho, su respuesta es sencilla: dada la naturaleza humana ("El hombre es un lobo para el hombre"), si viviéramos sin Estado, estaríamos en una situación de guerra permanente de todos contra todos.
Pues bien, creo que si Hobbes viviera, vería en Mourinho un ejemplo perfecto de lo que para él era la naturaleza humana en aquella situación de guerra de todos contra todos. En efecto, para Hobbes en dicho contexto: a) no había espacio para la moralidad; b) como tampoco para la amistad; c) la vida es conflicto; y por último, y como consecuencia de lo anterior, d) la vida del individuo es "solitaria, pobre, desagradable, bruta y breve".
Si analizamos el desempeño de Mourinho, podemos concluir que en él se dan esas características. En su cosmovisión: el mundo del fútbol es un ámbito donde no existe lo justo (o lo injusto), sino solo su interés personal y el deseo de aumentar continuamente su poder y prestigio. Por ello, lo relevante para él son básicamente los medios para afianzar su posición, y poco le importan las consecuencias. Como ejemplo de ello, el Real Madrid no tardó apenas nada en deshacerse del que podía ser su contrapoder en la institución, Jorge Valdano, quien además representaba una forma opuesta de ver el fútbol. En su rivalidad con el FC Barcelona tampoco dudó excesivamente en utilizar cualquier estrategia que pudiera llevarle a la victoria: quejas desproporcionadas, amenazas a árbitros, así como tácticas antinaturales (y rozando en ocasiones la violencia) en la historia del club blanco.
En segundo lugar, para Mourinho no existen amigos y paisanos (salvo contadas excepciones), sino solo individuos a los que utilizar a corto plazo para su propio beneficio. Quizá esta forma de entender las relaciones profesionales las aprendió en su primera etapa en Inglaterra, donde es famoso un dicho acerca de la política exterior británica: "No tenemos amigos o aliados, solo intereses". Y así parece que es la psicología de Mourinho respecto a sus jugadores: mientras le son necesarios, son sus protegidos y no duda en alabarlos desmesuradamente. Una vez que le son prescindibles, no le tiembla la mano en desprestigiarlos. Las declaraciones sobre quién era el verdadero Ronaldo son solo un ejemplo de este sesgo de su personalidad.
Para Mourinho, la vida es conflicto. Y el vestuario no es una excepción. En lugar de ver el grupo de jugadores como un colectivo donde ejercer un liderazgo armonioso, su visión fue fomentar el conflicto y una perversa competitividad para sacar lo que él considera lo mejor de cada jugador. De esa manera, facilitó que se generaran grupos de jugadores con intereses encontrados. Y por otro lado, sofocó estentóreamente cualquier esbozo de crítica contra sus métodos. La defenestración de Iker Casillas fue, en este sentido, ejemplarizante para el resto del vestuario.
Y por último, que su comportamiento en ocasiones fue manifiestamente desagradable y bruto es algo que desgraciadamente para el Real Madrid es conocido a nivel mundial. Probablemente su paso por el Real Madrid será recordado no por los pocos títulos que ayudó a ganar, sino por el dedo en el ojo de Tito Vilanova. Que durante tres años la directiva del club blanco, algunos reputados periodistas y una parte no pequeña de la afición apoyaran a Mourinho es también muestra del carácter tribal y hobbesiano de las lealtades futbolísticas. Mourinho era para toda esta cohorte de seguidores un entrenador desagradable y antipático, pero era su entrenador desagradable y antipático.
El único rasgo de la vida de los individuos en el Estado de Naturaleza hobbesiano que no se cumple en el caso de Mourinho es que su desempeño laboral como entrenador sea breve. Los que tenemos una visión antihobbesiana de la sociedad y del fútbol no deseamos que su vida laboral como entrenador sea breve, pero sí que aprenda de otros colegas que no necesitan de una visión pesimista de la naturaleza humana para sacar lo mejor de sus jugadores y alcanzar títulos.