Capítulo XLIX: El del café

Capítulo XLIX: El del café

La puerta del camarote se abrió y en el umbral apareció un tío que parecía haber salido directamente de un documental sobre el altiplano andino: bigotón, manta al hombro, sombrero de ala ancha... Y detrás de él, un burro.

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Tras propinarle una tremenda paliza y escapar de la finca antes de que llegue la policía, los sicarios han llevado a Mister Proper a un misterioso barco y le han encerrado en un camarote.

La puerta del camarote se abrió y en el umbral apareció un tío que parecía haber salido directamente de un documental sobre el altiplano andino: bigotón, manta al hombro, sombrero de ala ancha... Y detrás de él, un burro.

- Buenas noches, le traigo el café -dijo, con acento de algún lugar indeterminado entre el Canal de Panamá y el Amazonas.

- ¿Café? -replicó Mister Proper- me parece bien un café, pero después de comer. Estoy muerto de hambre. Llevo más de 48 horas sin probar bocado.

- Pues lo siento, solo traigo café, eso sí, el mejor café del mundo -contestó el campesino- huy, creo que no me he presentado, mi nombre es Juan Valdés. Y usted debe ser... Mister Proper...

- Don Limpio... y me parece estupendo que su café sea tan cojonudo, pero insisto en que necesito comer algo. Aunque sea para mojar en el café. Yo que sé, unas magdalenitas, unos sobaos, unas tostadas con mantequilla, unas pastitas, unos cruasanes... Escuche, ¿no oye los rugidos de mi estómago?

- Ay, pues lo siento mucho, pero me enviaron tan solo a traerle café. Lo cojo en el monte, ¿sabe?, aunque sería mucho más fácil cultivarlo en la llanura, pero sé que en lo alto de la montaña es donde crecen los mejores granos...

- ¿Y a mí que coño me importa donde crece el mejor café? -le interrumpió Mister Proper al borde de la histeria- ¡Tengo hambre! ¡Hambre, me oye! Tráigame algo de comer por dios. Y si no, déjeme al burro, que me lo como a él.

- Por Dios bendito, no diga eso. ¿Cómo voy a recolectar sin mi asno?

El burro pareció percatarse de que estaban hablando de él, porque por un momento, dejó de masticar lo que fuera que tenía en la boca y se quedó muy quieto, mirando a los dos hombres. Aquella actitud serena del pollino tuvo un efecto balsámico en Mister Proper, que abandonó su tono desesperado, para adoptar una actitud de resignación.

- Bueno, que más da, deme el café, algo es algo... Oiga, ¿y por casualidad no le habrán dicho a usted nada de qué piensan hacer conmigo?

- Lo siento, ya le digo que yo solo me encargo de lo del café. Mire, por ser usted, le voy a dejar la cafetera. Sírvase todo el que quiera -añadió Juan Valdés mientras tiraba de las riendas del asno para salir del camarote.

- Vale, pues muchas gracias. Oiga, prométame que si ve unas galletas me las traerá. Aunque sean saladas.

- No puedo. Yo sólo me encargo del café. Ya sabe, el café de los muy cafeteros. Bueno, pues adiós Mister Proper -se despidió el labriego mientras cerraba la puerta.

- ¡¡¡Me llamo Don Limpio!!!... y tengo... hambre... -gritó el prisionero. Y después, se arrojó de nuevo a llorar sobre la almohada.

Era tan suave se publica por entregas: cada día un capítulo. Puedes consultar los anteriores aquí.