Capítulo LVIII: El Gran Jefe

Capítulo LVIII: El Gran Jefe

Una tremenda explosión sacudió el barco. Todos los presentes en la sala rodaron por el suelo. El Celta, sin embargo, fue más rápido que los demás. Aprovechando el desconcierto, se levantó de nuevo, agarró a la niña por detrás y colocó el filo de la espada contra su cuello.

5c8b80113b000054066dbdef

En capítulos anteriores...

El Capitán Pescanova por fin ha encontrado a Mister Proper, encerrado en un camarote en el interior del barco de la organización mafiosa. Para poder rescatarle y escapar, pone en marcha un plan temerario: generará un pequeño incendio provocando un cortocircuito en la sala de máquinas. Pescanova consigue llevar a cabo la primera parte de su plan, pero al final, las cosas se complican y acaba siendo capturado por el Celta y sus sicarios. Ahora, nuestros héroes son conducidos a presencia del famoso Gran Jefe.

El camarote al que les condujeron estaba en la popa del barco. Era enorme, con tres grandes ventanales a través de los cuales se podía ver el mar, meciéndose suavemente bajo la luz de la luna. Estaba decorado en tonos rojo y negro.

- ¡De rodillas! -ordenó el Celta al Capitán Pescanova y a Mister Proper. Ellos se le quedaron mirando sin entender, hasta que Michelín les propinó sendas patadas en la espalda y les hizo caer al suelo.

Al fondo se abrió una puerta y un hombre entró en la habitación.

- ¿Es que no habéis oído? ¡Arrodillaos e inclinad la cabeza! -gritó el Celta golpeándoles con su espada- ¡Nadie debe ver la cara del Gran Jefe!

- ¡Déjales, Celta! -se escuchó desde el fondo- No importa. Estos pueden verme. De todos modos, no podrán contárselo a nadie.

Mister Proper vio como dos pies, calzados con dos mocasines indios se paraban delante de él.

- ¡Los mocasines, es él! -pensó aterrado, pero siguió sin atreverse a levantar la cabeza.

- Tú debes ser Mister Proper, ¿no? -siguió la voz.

- Don... Limpio.

- Sí, sí, ya. Muy bien, levanta la cabeza, muchacho -le ordenó.

Mister Proper obedeció. Subió poco a poco la mirada para descubrir que el dueño de los mocasines era un tipo alto, con facciones tintinianas y una larga melena lisa y negra. Iba ataviado con lo que parecía un disfraz de hechicero de la tribu.

- Nos has dado bien por culo con tu mensaje a las autoridades. Imagino que el falso ruso con olor a fritanga está aquí por culpa de eso...

- Y usted debe ser el famoso Gran Jefe -replicó Pescanova.

- ¡Calla, nadie dirige la palabra al Gran Jefe a menos que él le autorice! - aulló el Celta, volviendo a dar una buena colleja al Capitán.

- ¡Basta ya, Celta! Me sé defender solo -dijo el Gran Jefe- ¿Sabes? -volvió a dirigirse a Mister Proper- tu bromita nos va a costar una pasta. En esa finca había cosas valiosas. Será caro reponerlas, pero en fin, supongo que son gajes del oficio. Bueno, vayamos al grano. Me imagino que te preguntarás por qué te he dejado vivir después de hacernos semejante putada.

- Lo cierto es que me tiene intrigado -respondió Mister Proper envalentonándose un poco- tenía entendido que usted siempre se cargaba sin más a quienes le molestaban.

- Te refieres a tu novio, supongo. Pues precisamente esa es la razón de que aún no te haya matado. Verás, Mister Proper -el Gran Jefe empezó a caminar lentamente por la habitación y se detuvo a contemplar la inmensidad del mar, de espaldas a ellos, frente a los ventanales- sé que parece una contradicción viniendo de alguien que está buscado por la policía en más de 27 países, pero aquí donde me ves, yo siempre he presumido de tener un acusado sentido de la justicia. Sí, no ponga esa cara, Capitán, -añadió dándose la vuelta y volviendo a caminar hacia ellos- le digo la verdad: yo creo en la justicia. No es exactamente la misma justicia en la que cree el resto de la humanidad, pero para mí es sagrada. Y yo no quería matar al osito.

- Pues por lo que se ve, esta vez sus matones no acabaron de cumplir sus deseos -contestó Mister Proper.

- Mis órdenes eran claras: el osito no debía morir. Yo sabía perfectamente que él y el mono no eran los verdaderos responsables de lo de los billetes falsos. Llevaba tiempo sospechando del cocodrilo, pero quería estar seguro, y para eso necesitaba que se confiara, que creyera que me había tragado de nuevo su historia. Por eso encargué a mis hombres que dieran una paliza a aquellos dos. De hecho, ni siquiera me importó que el primate consiguiera zafarse. Me bastaba con uno de ellos. Pero di instrucciones expresas de no matarle. Y estamos hablando de profesionales que saben exactamente cómo se hacen estas cosas. Sin embargo, algo salió mal. Es raro, no sé, puede que tu novio tuviera algún tipo de afección anterior que se complicó con los golpes, vete a saber... Bueno, quería que lo supieras. Por eso te lo cuento. No soporto que me acusen de algo que no he hecho. Esa es la razón por la que pedí a mis chicos que te trajeran vivo. Lamentablemente, ahora ya no puedo dejar que vuelvas a tu casa así como así. Tú y el policía tendréis que quedaros aquí y disfrutar de la vida en las profundidades marinas para toda la eternidad. No tengo nada contra usted, Capitán. No odio a los policías, pero por regla general, prefiero a los policías corruptos, como su superior, esa rata de Sanders. Pero en fin, me temo que esta noche, dos de los pasajeros de este yate caerán accidentalmente al agua y...

- Tres -interrumpió Wendy.

- ¿Tres? -el Gran Jefe miró a su hijita adoptiva con una media sonrisa llena de intriga- Yo sólo cuento dos, sorpréndeme, hija, ¿quién es el tercero?

- El Celta -respondió Wendy mirando fríamente al aludido.

- ¿Qué? -al guerrero casi le da un pasmo al escuchar su nombre- Es una broma, ¿no?

- No, no es ninguna broma - replicó Wendy - En las últimas cuarenta y ocho horas has cometido dos errores gravísimos. El primero fue dejar que el calvo este metiera un teléfono móvil en la finca. Como bien ha dicho mi padre, esto le va a costar un auténtico dineral a la organización. Y tu segunda equivocación es aún mayor: se supone que eres el responsable de la seguridad en este barco y aún así, has permitido que se cuele en él nada menos que un poli. Lo siento, Celta, no sé si es la edad o que, pero lo cierto es que ya no le sirves ni a mi padre ni a la compañía. Así que deja de mirarme con esa cara de gilipollas y arrodíllate junto a estos dos.

- No, no, no puede ser... -alegó el Celta pasando de la risa nerviosa a la súplica desesperada- Gran Jefe, tu hija se está excediendo... sabes que te he servido fielmente todos estos años, no podéis hacerme esto...

- Pues si te digo la verdad, Celta, últimamente te noto excesivamente relajado -contestó con aire divertido el chamán.

- ¡No! No dejaré que...

El Celta no tuvo tiempo de terminar la frase, porque en aquel preciso instante, una tremenda explosión sacudió el barco. Todos los presentes en la sala rodaron por el suelo. El Celta, sin embargo, fue más rápido que los demás. Aprovechando el desconcierto, se levantó de nuevo, agarró a la niña por detrás y colocó el filo de la espada contra su cuello.

- Muy bien, no sé coño ha sido eso, pero no me voy a quedar a averiguarlo -exclamó dirigiéndose al Gran Jefe- Wendy y yo vamos a subir a cubierta, concretamente hasta el helicóptero. Quiero que ordenes a los hombres que no se muevan o le haré a tu zorrita una segunda sonrisa a la altura de la laringe.

Michelín hizo ademán de adelantarse, pero el hechicero le detuvo.

- ¡Quieto, Michelín! -Gritó y después se dirigió a su exsubalterno- Celta, estás cometiendo una nueva equivocación. Mi plan era matarte sin más, pero acabo de cambiar de idea. Pienso torturarte hasta que me supliques que acabe con tu miserable vida de ridículo personaje de tebeo.

- Lo que tu digas, Moctezuma. Ahora, ordena a este par de hipopótamos sin cerebro que despejen el camino.

En ese momento, una segunda detonación hizo que todos volvieran a perder el equilibrio. Wendy consiguió zafarse, pero en el intento, recibió un pinchazo en el cuello por el que empezó a manar sangre a borbotones. El Gran Jefe se apresuró a socorrerla tratando de tapar la herida con sus manos. Al mismo tiempo, Michelín saltó sobre el Celta y ambos rodaron por el suelo.

Entonces, el Capitán Pescanova cogió a Mister Proper por el brazo y le arrastró hacia la salida.

- ¡Ahora o nunca! -le susurró al oído- ¡Salgamos de aquí! -y corrieron en dirección a la puerta sin que nadie les prestara atención. Salieron al pasillo donde reinaba el caos más absoluto. Los pasajeros iban de un lado a otro chillando despavoridos.

- ¡Por aquí! -gritó el Capitán dirigiéndose hacia unas escaleras que subían. De nuevo se agradeció a sí mismo el profundo estudio que había hecho de los planos de la embarcación aquella misma mañana.

- ¿Pero qué es lo que ha pasado? -preguntó Mister Proper corriendo detrás de él- ¿Esas explosiones tienen algo que ver con su plan para rescatarme?

- Alguna de las balas que me disparó ese imbécil de Morgan debió impactar contra el depósito de combustible. Lo que yo había planeado era una explosión pequeña, sólo para llamar la atención, pero esto se nos ha ido de las manos. En menos de diez minutos, la embarcación se hundirá por completo - contestó desolado el Capitán al salir a la cubierta. El barco estaba literalmente partido por la mitad. Los pasajeros que habían conseguido subir, intentaban desesperadamente saltar al otro lado.

- ¿Pero qué hacen? ¿Por qué saltan al otro lado? -inquirió Mister Proper.

- Los botes salvavidas están en la parte de proa. Tratan de llegar hasta allí -respondió Pescanova.

- Pues con ese agujero en medio, lo tienen crudo. Bueno, debería decir, lo tenemos.

- No, tú y yo sí saldremos de aquí. Ayúdame a buscar -le instó el Capitán- Si mi memoria no me falla, y los planos que me pasaron eran correctos, por aquí, en algún sitio, tiene que haber una zodiac... ¡Aquí, bajo esta lona!

En efecto, había una lancha inflable con un pequeño motor fuera borda. Entre los dos la sacaron y la arrojaron al mar.

- Ahora, saltemos - ordenó Pescanova.

- ¿No deberíamos avisar a alguien más? -preguntó Mister Proper- toda esa gente se va a ahogar...

- Lo sé, pero no podemos hacer nada. En este bote cabemos como mucho cuatro o cinco personas. ¿Cómo vamos a seleccionar a los afortunados? En cuanto nos vieran, tratarían de subir todos. No hay nada que hacer. El mar es un lugar para hombres duros. A veces, hay que tomar este tipo de decisiones, grumete. ¡Vamos!

Y sin más, le empujó. El Capitán saltó detrás de él. Una vez a bordo, encendió el motor y empezaron a alejarse del yate.

No habían avanzado ni trescientos metros, cuando una nueva explosión hizo volar las dos partes del barco por los aires. Mister Proper y el Capitán se protegieron como buenamente pudieron haciéndose un ovillo contra la goma de la zodiac. A su alrededor empezaron a llover fragmentos de yate y cuerpos desmembrados. Milagrosamente, nada les cayó encima y lograron escapar sanos y salvo. Ninguno de los dos conseguía desviar sus ojos de aquel apocalíptico espectáculo de luz y sonido. En algún momento, Mister Proper empezó a tararear distraídamente la canción de Titanic. El Capitán le miró desconcertado.

- Era su película favorita -comentó a modo de explicación- la de Mimosín, quiero decir. Cada vez que la veíamos, me hacía ponerme de espaldas a él y levantar los brazos. Y después, él me agarraba por la cintura, así... -dijo mientras ponía sus manos en los costados del capitán.

- Vale, vale, ya me hacía a la idea -replicó Pescanova, apartándole con cierta brusquedad.

- Perdone, yo... no pretendía... Oh, Dios mío, -añadió repentinamente mirándose las manos- ¡Esto es sangre, Capitán, está herido!

- Bah, no es más que un rasguño -contestó el marino- supongo que ese Morgan no tenía tan mala puntería como yo pensaba... pero no se inquiete, grumete, sólo me rozó.

-¿Está seguro?

- Segurísimo. Anda, olvídate de mi herida y sigue con tu canción.

- Como quiera -respondió Mister Proper volviendo a canturrear la melodía de la película de James Cameron.

- ¿Sabes? -confesó al poco rato el Capitán interrumpiendo la tonadilla- me siento un poco culpable. ¿Cuánta gente crees que iba en ese barco?, ¿quinientas personas..., mil? Y todas ellas han muerto por mi culpa. Preveía alguna víctima colateral en el rescate, pero todo el pasaje...

- Ha sido un accidente, Capitán, no debe culparse por ello -le consoló su compañero de fuga- además, si hay algún culpable, soy yo. Si hubiera confiado en usted, en lugar de ponerme a jugar a los detectives, nada de esto hubiera ocurrido.

Mister Proper le contó a su salvador todo lo que le había sucedido hasta su encuentro en el yate y las cosas que había ido averiguando a lo largo de aquella delirante aventura.

- Así que ya lo ve -concluyó al terminar el relato- la causante de todo este cúmulo de desgracias no es otra que mi propia estupidez.

- Si no estuviera tan sumamente cansado, grumete, te arrojaría ahora mismo por la borda -gruñó el policía- ¿a quién se le ocurre meterse en semejante lío solo?

- Hombre, Capitán, no se si es usted el más indicado para darme lecciones sobre las cosas que se deben hacer solo y las que no.

Pescanova no contestó. Tenía que reconocer que en esto último, aquel calvo majareta tenía toda la razón. Lo que había hecho era una locura. ¿Quién se había creído que era? ¿Popeye el marino?

- ¿Cree usted que decía la verdad? -inquirió de pronto Mister Proper sacándole de sus cavilaciones.

- ¿El Gran Jefe? Bueno, no veo por qué querría mentirnos. Pero eso no le exculpa. Lo más probable es que esos luchadores de sumo con cerebro de berberecho se extralimitaran en el encargo, o que el cóctel de barbitúricos que ese cabrón de cocodrilo le había dado a tu amigo, le hiciera especialmente vulnerable. No sé, tal vez la idea fuera no matarle, pero el resultado es otra cosa bien distinta.

- Sí, supongo que sí -reconoció el as del friega suelos meditabundo.

Pasaron el resto de la noche en silencio. Mister Proper, agotado, acabó por dormirse. El Capitán, sirviéndose de las estrellas como brújula, enfiló la motora hacia el que recordaba era el punto más cercano de la costa. Pronto amanecería.

Era tan suave se publica por entregas: cada día un capítulo. Puedes consultar los anteriores aquí.