Capítulo LVI: La hoz y el martillo
La situación era desesperada. El Capitán Pescanova miró a su alrededor buscando algo con lo que defenderse. Unos metros más allá del lugar en que colgaban las espadas, vio otro par de armas: una hoz y un martillo cruzados sobre una bandera roja. Todo sucedió muy deprisa.
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El Capitán Pescanova por fin ha encontrado a Mister Proper, encerrado en un camarote en el interior del barco de la organización mafiosa. Para poder rescatarle y escapar, pone en marcha un plan temerario: generará un pequeño incendio provocando un cortocircuito en la sala de máquinas. Mientras lo ejecuta, el prisionero deberá quedarse en su improvisada celda para que nadie sospeche nada. Pero las cosas se le complican a Pescanova cuando se encuentra con el Capitán Morgan, un antiguo rival, que se empeña en luchar contra él.
La situación era desesperada. El Capitán Pescanova miró a su alrededor buscando algo con lo que defenderse. Unos metros más allá del lugar en que colgaban las espadas, vio otro par de armas: una hoz y un martillo cruzados sobre una bandera roja. Todo sucedió muy deprisa. Primero descolgó la hoz y se la lanzó a Morgan. Pero esta vez, el pirata no fue tan rápido. Y al contrario que los sables, esta no era una hoz de adorno, porque le seccionó el brazo derecho con suma facilidad. Morgan chilló de dolor y la sangre empezó a brotar de su brazo como si de una boca de riego se tratara. El filibustero intentó coger la pistola con la otra mano, pero Pescanova no le dio tiempo. Se arrojó sobre él y empezó a golpearle con el martillo con esa saña que otorga la desesperación. Un minuto después, el Capitán Morgan no era más que una masa sanguinolenta y su rostro desfigurado se parecía más a una pizza cuatro estaciones que al apuesto patrón de yate que había sido.
El Capitán Pescanova, con la cara salpicada de sangre del pirata, siguió golpeándole un rato más. Sabía que ya estaba más que muerto, pero la adrenalina guiaba su mano y no pudo parar hasta que el cansancio empezó a ralentizar sus movimientos.
Finalmente, dejó caer la maza al suelo y se desmoronó sobre una silla. Joder, él no era así, pero Morgan le había sacado de sus casillas. Bueno, no había tiempo para arrepentirse. Tenía que volver cuanto antes a por Mister Proper. Iba con retraso. Su dispositivo de distracción podía estallar en cualquier momento.
Pero no pudo salir de allí, porque nada más levantarse, tres individuos entraron por la puerta. Se trataba de aquel tipo vestido como un guerrero vikingo que había visto al llegar al barco y dos de sus matones: el que tenía el cuerpo rodeado de ruedas de camión y otro con pinta de retrasado mental culturista.
- ¿Qué pasa aquí? Hemos oído disparos -gritó el Celta. Y luego, al ver el cuerpo destrozado de Morgan tendido en el suelo sobre un charco de su propia sangre- ¿Eh?, ¿pero qué coño...? ¡Michelín, Zumosol, coged a ese tío!
Pescanova trató de alcanzar de nuevo el martillo, pero no llegó a tiempo. Los dos forzudos saltaron sobre él y le inmovilizaron.
- ¿Tú eres el armador ruso, no? -le preguntó el tipo con casco que parecía sacado de un tebeo de Astérix-. Me da a mí que tú de ruso no tienes nada. ¿Quién coño eres? ¿Poli? Sí, ¿verdad? Pues, macho, has escogido el caso equivocado. Vamos, llevadlo a mi despacho. Y llamad a alguien para que se deshaga del cuerpo de Morgan y limpie este desastre.
En ese momento, sonó una voz procedente de un walkie talkie.
- Bic llamando a Celta, ¿estás ahí, Celta? Creo que tengo algo que se te ha perdido.
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