La democracia no tiene fronteras
España no puede continuar sin responder ante una reivindicación tan transversal como la de la sociedad catalana. O responde, o de forma más lenta de la que a algunos se les antoja, pero a poco a poco, la desconexión entre Catalunya y el resto del Estado se irá produciendo, haciendo irreversible el camino que se ha iniciado.
El 9N ha sido una exitosa movilización. Más gente que nunca salió a la calle a decir que quería votar sobre la relación de quiere tener con el resto de España. 2.360.000 personas no es una cifra que se pueda desdeñar. Y a la vez, las dimensiones de la participación ponen de manifiesto que queda pendiente la consulta.
El resultado, pues, obliga a darle cauce a una demanda democrática y plenamente normalizada en países que se pueden comparar al nuestro. Lo hicieron Canadá y Quebec, lo asumieron Reino Unido y Escocia. Pone de manifiesto que existe en Catalunya una mayoría movilizada en torno la independencia, 1.860.000 personas, una cifra extraordinaria. Una mayoría que es la que está hoy activa y se expresa en la calle, amplia y que debe ser escuchada. Existe también otra realidad: en torno a medio millón de personas que se han acercado a la reivindicación de votar sin identificarse necesariamente con la independencia. Y existe también mucha gente que, en esa expresión de movilización, no se sintieron interpelados, pero a pesar de ello, querrían resolver mediante la política y el voto un problema político como el que tenemos.
El otro elemento relevante es que lo que sucede en Catalunya va más allá de la realidad catalana. No hay cambio profundo en España sin que haya cambio profundo en Catalunya. Lo que ha pasado en Catalunya pone de manifiesto el agotamiento y los límites del unilateralismo del PP. Su hostilidad y su inmovilismo no han podido evitar que se produzca una expresión de participación como el 9N. Su proyecto político va ligado a un monosílabo: "NO".
Lo que pasó en las calles, en las ciudades y en los pueblos en Catalunya fue una desautorización total al Gobierno del PP. Se puso de manifiesto que, a plena luz del día, se podía operar más allá de la legalidad, en una evidente demostración de los límites del ordeno y mando del Gobierno del PP. El terremoto que se produjo con epicentro en la costa mediterránea ha recorrido toda la península, y agrieta más a un partido carcomido por la corrupción y que sucumbe ante su inmovilismo. No se podrá interpretar qué pasa en España sin entender que, de nuevo (aunque no solo), en Catalunya se rompen los cimientos del sistema de partidos existentes en España. La demanda de democracia conecta, por tanto, con una demanda que recorre todos los rincones españoles.
La opción de fiarlo todo a lo que pasase en Catalunya, sin tener presente los otros escenarios y la correlación de fuerzas en el Estado tiene también un limitado recorrido. La conclusión es que no hay quizás fuerzas para una ruptura unilateral (aunque el PP puede continuar haciéndolo todo para seguir incrementando la fuerza del independentismo). Y a la vez, el Gobierno central y las fuerzas estatales tampoco tienen la fuerza ni la autoridad necesaria para evitar que el movimiento soberanista se mantenga, y que desde Catalunya y, de forma muy transversal, se plantee la consulta. La conclusión es, por tanto, que la evolución del proceso soberanista va absolutamente ligado a la evolución del fin de régimen que se está produciendo en España.
Es posible que haya elecciones al Parlament, que algunos querrán que sean plebiscitarias. Unas elecciones cuya principal lógica debería ser la de cambiar un Gobierno insensible en lo social y afectado también por el caso Pujol. Pero las elecciones en Catalunya poco cambiarán en el terreno de la agenda nacional, ya que el día después nos encontraremos con el mismo escenario que protagoniza el bloqueo: la mayoría absoluta del PP.
Es en este contexto en que la interacción entre el escenario catalán y el español es fundamental. España no puede continuar sin responder ante una reivindicación tan transversal como la de la sociedad catalana. O responde, o de forma más lenta de la que a algunos se les antoja, pero poco a poco, la desconexión entre Catalunya y el resto del Estado se irá produciendo, haciendo irreversible el camino que se ha iniciado. Por otra parte, la sociedad catalana deberá volcarse en el escenario español. No habrá referéndum sin que desde Catalunya y el resto del Estado se protagonice un auténtico fin de régimen que pase por la derrota del PP y el inmovilismo en el que muchas veces queda atrapado el PSOE.
Mientras tanto, en Catalunya y en España deberíamos transitar hacia el futuro desde dos principios. En Catalunya, desde una de las máximas que acuñó el viejo PSUC: "Catalunya un sol poble", Catalunya un solo pueblo. En esta frase se resumía que la gente en Catalunya pertenecía a un solo pueblo, independientemente de sus orígenes, su lengua habitual, incluso al margen de un sentimiento identitario cruzado como el de la sociedad catalana. Dicho de otra manera: es más importante ir lejos y muchos que rápidos y menos. Y en España, asumiendo que el debate no es entre un modelo autonómico o federal, sino en algo más básico: el reconocimiento de la plurinacionalidad, con todo lo que esto representa. Es decir asumiendo que Catalunya es sujeto político y puede decidir su futuro.