No faltan pediatras, sobran pacientes
En las casas ya no hay agua oxigenada para limpiar las heridas de las rodillas de los niños. Es mejor ir a urgencias, no sea que cualquier herida se infecte con algún germen peligrosísimo y haya que amputar.
En estos últimos tiempos el ciudadano como tal personaje individual está perdiendo capacidad, autonomía y potestad en favor de entes no bien delimitados como son el Estado, los mercados, los medios de comunicación y los médicos, por citar solo alguno de los que atañen a mi entorno y por enfocar un artículo de salud correctamente.
Cuando entramos en crisis, hay una tendencia a ceder el mando y el poder de decisión a estos entes superiores que nos deberían sacar del atolladero, pero eso no sucede. En medio de una gran crisis todavía hay gente que cree que "papá Estado" vendrá a solucionar nuestros problemas. Ante cualquier alteración pongamos por ejemplo climatológica, nevadas en invierno, inundaciones o lo que sea, el mensaje siempre es el mismo, los servicios públicos no estuvieron a la altura, siempre se exige que alguien nos rescate, todos pagamos nuestros impuestos y estamos en nuestro derecho de recibir servicios de calidad, pero no nos damos cuenta de lo que podríamos llamar nuestra función pública particular. Ante cualquier problema, el mundo se nos reduce y quedamos solos, debe ser cada uno el que tome las riendas de su entorno y de sí mismo. Si hubiere ayuda externa mejor que mejor, pero lo más importante es lo que yo pueda hacer por mí mismo y como padre o madre, por mi familia, por mis hijos, por mi entorno.
Esta sensación de solidaridad comunitaria o incluso de guardián de la manada, se pierde día a día. Ante una mínima enfermedad o problema de nuestro hijos, delegamos rápidamente nuestra responsabilidad y acudimos al pediatra. Unas décimas de fiebre supone una crisis familiar y puede trastornarnos todo. Una caída del tobogán, un simple chichón, una picadura de avispa... todo son razones para delegar nuestra responsabilidad en un profesional. Un hielo en la frente no es suficiente, hay que ir al hospital por si el chichón supone un traumatismo craneoencefálico, una picadura de avispa en sí misma es causa de ir a urgencias, por si acaso fuera una crisis de alergia con shock anafiláctico. En las casas ya no hay agua oxigenada para limpiar las heridas de las rodillas de los niños, ni un mínimo botiquín de primeros auxilios, es mejor ir a urgencias, no sea que cualquier herida se infecte con algún germen peligrosísimo y haya que amputar.
Consultas banales son cada vez más frecuentes en pediatría de atención primaria o en las urgencias de los hospitales, servicios cada vez más saturados. Todo tiene un "por si acaso", todo es al fin y al cabo una excusa para no tomar las riendas de la responsabilidad. Consultas sobre si hay que cortar uñas al bebé, si se puede bañar o no, si se puede usar este o aquel agua, si se debe comer esto o lo otro, si dormir con los padres o no, si amamantar o no prolongadamente, si... mil cosas donde los pediatras damos nuestra opinión como padres o madres que somos, pero sin evidencia científica ninguna, porque no la hay.
Si se gestionara y empoderara adecuadamente a la población con campañas correctas y bien dirigidas a desmitificar esos miedos y rutinas que nos invaden, como la fiebrefobia, el pánico a las picaduras, la obsesión por la erradicación de los mocos, la tendencia a solucionar todo con medicamentos y además... ya mismo, llegaríamos a una conclusión más general: "No faltan pediatras, sobran pacientes".
Pero claro , ¿y si al tomar ese empoderamiento, esa conciencia social en su entorno, el ciudadano toma también conciencia de su situación como usuario bancario o como integrante de su comunidad o de su barrio? ¿Y si decide votar y participar masivamente en partidos y sindicatos, asociaciones de vecinos, asambleas ciudadanas? Quizás la adormecida sociedad no está todavía preparada, pero desde este microentorno que soy yo, seguiremos insistiendo en la utopía.