El apego maternal podría ser un concepto más machista que Cañete
La mujer es bombardeada con un estilo de vivir la maternidad que la devuelve 80 años atrás a un estilo donde la mujer deja de ser mujer para ser madre en su casa y dedicada a lo que algunos piensan que deberían hacer las mujeres y de donde no deberían haber salido.
No conozco personalmente al tal Cañete como para saber si es machista, soberbio o sencillamente torpe al sincerarse en campaña electoral y pensarse superior intelectualmente a nadie por el mero hecho de su género. El caso es que quedará como un tópico nacional de los muchos que hay, un tópico que al menos me servirá a mí para un titular útil al intentar explicar el concepto objeto de este artículo.
El llamado apego maternal es el instinto más básico de protección que tiene la especie humana y diría más, que tiene cualquier especie animal desde los peces hacia arriba en la escala filogenética, hasta llegar al citado señor Cañete como tope intelectual. Dícese de la unión materno filial, el lazo no solo físico sino psíquico que une a la madre con su cría desde el día que se corta el cordón umbilical hasta el día en que llega el destete o la puesta de largo.
El apego es fundamental en el sano desarrollo del bebé y desde el mismo paritorio va a condicionar su desarrollo no solo afectivo, sino como bien está demostrado, induce la formación de neuronas en el término más químico y prosaico posible, aumento de contactos dendríticos y neurotransmisores cerebrales. El contacto piel con piel desde el primer instante, la puesta al pecho de inmediato como unión y como suelta de endorfinas que calmarán los dolores y sinsabores del parto, genera toda una explosión química beneficiosa para ambos y para su futuro. Posteriormente el contacto directo con la madre y su pareja, si la hay, va a fomentar una estrecha relación y un desarrollo intelectual y afectivo del bebé más estable y satisfactorio.
La maternidad en nuestros días tiende a presentarse como algo idílico, duradero, un estado continuo de empalagoso enamoramiento. La cruda realidad nos da de bruces cuando a las 16 semanas el Estado nos avisa de que se acabó el idilio. Nuestro patrón nos reclama y los días de asueto ya acabaron. Si no has criado a tu hijo en ese tiempo haberte dado prisa, a partir de este momento todo van a ser trabas, horarios a veces incompatibles con la vida familiar y poca o ninguna ayuda. Dificultades no solo económicas, sino también laborales, para pedir una excedencia que alargue ese escaso periodo de crianza. En el mejor de los casos va a suponer un retraso en la carrera profesional y no digamos si hay dos o tres hijos, el desfase con los varones a día de hoy supone a muchas mujeres tener que renunciar a la maternidad si optan por un puesto directivo o incluso para poder mantener su precario contrato.
Las modas van y vienen. La corriente de crianza con apego moderna puede ahondar en este problema. La madre quisiera seguir con su lactancia más allá de los dos años, quisiera poder tener a su bebé independientemente de su edad el mayor tiempo posible, dormir en la misma cama, cargar con él durante el mayor número de horas posibles, todo ello presentado como una competición a ver quien dura más, equiparándolo no en pocas ocasiones a conseguir el título de mejor madre del año. Una corriente que lleva a mercantilizar la crianza con montones de apechusques inútiles para porteo, colecho, extractores de leche, utensilios de cocina especiales que hacen solos la comida, materiales varios para trabajos manuales en los que hay que especializarse, toda una parafernalia que adocena y equipara a muchas en la consecución del ansiado título.
Pero ¿y el niño? ¿alguien le ha preguntado si le gusta vivir en una eterna fiesta o prefiere tener frustraciones para poder aprender algo? Si es cierto que solo aprendemos de nuestros errores, también será cierto que la sobreprotección y la Vida es Bella nos hará perder aprendizajes. ¿Qué aprende Giosué de los campos de exterminio, en la película de Roberto Benigni? ¿Cuál es su futuro? Esta es otra variable en la que no quería entrar ahora. Me gustaría a colación de esto pensar cuál es el futuro de las madres empeñadas en conseguir el premio nobel de la maternidad.
La madre que quiere hacerlo bien se ve abocada a renunciar a su desarrollo profesional, se ve atada a la cocina preparando comiditas sabrosas y cupcakes, se encuentra en un eterno juego y multiplicando manualidades para conseguir que el apego no se resquebraje lo más mínimo, evitar el llanto del bebé se convierte en una obsesión. Vuelta a pañales de tela y métodos antiguos, vuelta a la dedicación a la casa, expulsando al padre que vuelve a ser el que trae el dinero a casa y ayuda en tan feliz maternidad. Todo parecido cada vez más, no a mi madre, sino a cómo vivió mi abuela o bisabuela, un retroceso en el tiempo imbuido de modernidad y mercantilización.
La mujer por el hecho de ser madre es bombardeada con un estilo de vivir la maternidad cada vez más potente e implantado en la moda social, vía celebrities, vía redes sociales, vía mercadotecnia, que plantean una forma que la devuelve 80 años atrás a un estilo donde la mujer deja de ser mujer para ser madre en su casa y dedicada a lo que algunos piensan que deberían hacer las mujeres y de donde no deberían haber salido. Machismo puro y duro, ejercido por mujeres con tintes de modernidad, pero castrante de todos modos.
Esperemos que el estilo Cañete y el de las mujeres que callan, no otorguen credibilidad a una necedad, una metedura de pata o una traición del subconsciente demasiado instalado todavía en nuestra sociedad.