El efecto emoji: por qué tienes cientos de emoticonos pero solo usas tres
Debido a una ancestral cuestión de ahorro de energía, el cerebro crea patrones para que no tengamos que estar tomando decisiones constantemente. La primera consecuencia que extraemos de ese hecho es bastante simple: es muy difícil cambiar. Pero también nos estamos perdiendo cientos, miles de otras formas de actuar que, conservando nuestra esencia, podríamos utilizar para conducirnos por la vida.
Es algo que nos pasa a todos, no te preocupes: tenemos 20 pares de zapatos pero solo usamos unos pocos, guardamos docenas de corbatas aunque siempre nos pongamos la misma y, aunque hay disponibles cientos de emoticonos, la mayoría de nuestros mensajes contienen los mismos.
Quizá recuerdes la historia viral de Dale Irby, un profesor de Texas que posó con la misma ropa para el anuario de su colegio durante 40 años seguidos. Con independencia de los motivos que le llevaron a hacerlo, lo cierto es que tomar decisiones es algo que nos cuesta. Entre otros motivos porque consume energía y el ser humano está pensado para conservarla, no para derrocharla. Hoy sabemos, por ejemplo, que nuestra fuerza de voluntad es un depósito que aparece lleno cada mañana pero que se vacía a lo largo del día cada vez que resistimos tentaciones o tomamos decisiones. Por eso a última hora es cuando resultan más difíciles todas las tareas que requieren fuerza de voluntad.
Posiblemente así se explica una de las más fascinantes tareas del cerebro, crear patrones: cada mañana, nuestra rutina en la ducha es idéntica, cuando vamos al trabajo el camino que escogemos es el mismo y, si vamos al supermercado, la ruta que escogemos se parece inquietantemente una y otra vez. De hecho, se calcula que la trayectoria de un ser humano es predecible al cabo de tan solo unas semanas de seguimiento.
Si cada vez que enviamos un mensaje tuviéramos que repasar la lista de emoticonos para ver cuáles encajan con lo que queremos decir, si cada vez que escogemos una contraseña tuviéramos que inventar una distinta o, simplemente, si cada vez que salimos a correr tuviéramos que escoger una ruta diferente, nuestra vida sería agotadora.
Por tanto, la conclusión podría ser esta: debido a una ancestral cuestión de ahorro de energía, el cerebro crea patrones para que no tengamos que estar tomando decisiones constantemente.
La primera consecuencia que extraemos de ese hecho es bastante simple: si siempre tendemos a hacer las cosas del mismo modo, es muy difícil cambiar. Y lo es porque tenemos grabado a fuego en nuestra anatomía que considerar alternativas y escoger entre ellas consume energía, que es el bien más preciado que como animales tenemos.
La segunda derivada, sin embargo, resulta sumamente sugerente: si es difícil cambiar, nos estamos perdiendo cientos, miles de otras formas de actuar que, conservando nuestra esencia, podríamos utilizar para conducirnos por la vida. Quizá algunas de ellas serían menos efectivas pero seguro que muchas otras nos ayudarían a construir mejores versiones de nosotros mismos.
Así que, después de todo y pese al gasto energético que implica, quizá merezca la pena intentar introducir algo de variación en nuestras vidas. Plantéatelo la próxima vez que escribas un mensaje y tengas que escoger un emoticono.