La paz en Colombia y el estancamiento doloroso
El diálogo de paz que finaliza entre el Gobierno colombiano y las FARC es el resultado no solo de cuatro años de negociación sino, igualmente, de varias décadas frustradas de reiterados intentos por desactivar un conflicto de más de medio siglo de duración. Y del convencimiento de ambas partes de que la experiencia demostraba que el final del conflicto no iba a venir de la derrota militar definitiva de uno de los dos bandos.
Foto: Colombianos siguiendo en Bogotá la firma del acuerdo/EFE
El diálogo de paz que finaliza entre el Gobierno colombiano y las FARC es el resultado no solo de cuatro años de negociación sino, igualmente, de varias décadas frustradas de reiterados intentos por desactivar un conflicto de más de medio siglo de duración.
Sin embargo, un punto clave para entender el porqué del momento y la razón por la que en esta ocasión el conflicto armado va a quedar desactivado exitosamente tiene que ver con lo que en resolución de conflictos de denomina como "doble estancamiento doloroso" (Mutually Hurting Stalemate). Es decir, como consecuencia de décadas de violencia, sin atisbo de victoria militar por uno u otro lado, el enquistamiento del conflicto y su creciente narcotización condujeron al hecho de que tanto Gobierno como guerrilla, racionalmente, llegasen a un punto crítico (Ripe Moment) por el que, buscar una solución negociada antes que una salida militar, pasaba por ser la posibilidad más beneficiosa de todas las posibles.
Durante la década pasada, la guerrilla fue perdiendo a buena parte de su estructura de mando, y su capacidad de combate, así como su presencia territorial, se redujeron en más de un 50%. Sin embargo, debilitamiento no debe confundirse con la derrota pues, pese a todo, antes de iniciarse el diálogo, las FARC mantenían un pie de fuerza superior a los 8.000 combatientes y una presencia efectiva en casi 200 municipios de los algo más de 1.100 del país.
No obstante, igualmente, una posición periférica, unida a una dependencia cada vez mayor del narcotráfico terminó por desnaturalizar a la guerrilla y desdibujar el otrora deseo de alcanzar el poder político por las armas. Por su parte, el Gobierno, tras destinar durante una década más de un 5% del PIB en seguridad y defensa, como consecuencia de las transformaciones territoriales del conflicto, tuvo que pasar a hacer la guerra en enclaves selváticos y/o montañosos, fronterizos y con fuerte arraigo guerrillero. Tres factores que, sin duda, reducían sustancialmente las opciones de éxito militar que se había experimentado en otros enclaves del país. Expresado de otro modo, el resultado de todo lo anterior terminó favoreciendo que la salida negociada del conflicto fuese la mejor opción para dejar atrás la violencia.
Así, tras cuatro años, es que llegamos al día esperado de finalización de la negociación. Cuatro años que, empero, apenas suponen el inicio para entender la paz más allá de como una mera ausencia de guerra. Esto es, queda la parte más difícil, que supone sustantivar la paz como la ausencia de las condiciones estructurales, sociales y económicas, pero también culturales y simbólicas, que durante tantos años sostuvieron la guerra. De nada servirán todos los esfuerzos si lo anterior no se acompaña de una mayor y mejor descentralización de recursos; una modernización paulatina de los instrumentos de administración pública; un desarrollo de espacios de participación ciudadana que acompañen instrumentos de mayor transparencia y rendición de cuentas en el ejercicio de la política pública; una mayor idoneidad en los mecanismos de devolución de tierras y de protección de derechos a las poblaciones vulnerables; un sistema eficiente de atención integral a las víctimas del conflicto; un compromiso efectivo con la idea de desarrollo humano sostenible; o una redefinición de la política social asistencial, desigual, e inequitativa que actualmente caracteriza al país.
En resumen, la gran noticia de hoy apenas debe ser el inicio de una verdadera "revolución" por la vía de la institucionalidad que lleve a Colombia a un salto social y a un mayor fortalecimiento democrático paralelo a su crecimiento económico global.
Sólo de este modo será posible consolidar una realidad que desactive la lógica que actualmente alimenta el conflicto armado, principalmente en el discurso justificador, pero también en sus distintas excusas políticas. Dentro de este enfoque, el papel de la comunidad internacional también será vital para propiciar confianza, acompañamiento y legitimidad al cumplimiento de los compromisos de uno y otro lado. Todo, por una suma de esfuerzos que debe apostar indudablemente a una paz que, igualmente, deberá ser ratificada por la población civil el 2 de octubre y que debe aprender de los fracasos del pasado, tanto de la fallida desmovilización paramilitar, como de experiencias como la centroamericana, que ilustran sobre cuál debe ser, en esta ocasión, la hoja de ruta a seguir.