Elecciones en Latinoamérica 2015: más continuidad que cambio
Los distintos resultados electorales que hubo el fin de semana pasado en Latinoamérica no suponen un cambio en el giro a la izquierda que parece haberse instaurado en el continente desde inicio de la década pasada. Este, en 2013, quedó consolidado con las elecciones de Ecuador, Venezuela y Chile, toda vez que en 2014 hubo un continuismo de gobiernos progresistas en El Salvador, Bolivia, Brasil, Uruguay, además del caso paradójico de Costa Rica.
El candidato peronista Daniel Scioli/EFE.
Entender el panorama político de América Latina resulta, en ocasiones, tan complejo y tan particular que recurrimos a estructuras subregionales que, si bien son susceptibles de reflexión o crítica, a la vez, pueden ser ilustrativas de escenarios políticos y culturales tan propios como diversos. Así podría ser para los casos de Centroamérica -paritaria en términos de Gobiernos conservadores y progresistas aunque dispar entre el norte y el sur en cuanto a retos y necesidades-, y la región andina y el cono sur, ambas mayoritariamente progresistas, aunque con retos en la agenda política, igualmente, diferentes.
En cada uno de estos tres escenarios han habido elecciones que, sin duda, son de gran atracción pero que, sobre todo, y a pesar de lo que pudiera parecer, evocan un relativo continuismo en los patrones políticos e ideológicos de Guatemala y Colombia, con la excepción de Argentina.
En Guatemala, la presidencia ha caído en manos del conservador (y cómico, a lo Beppe Grillo) Jimmy Morales. Una personalidad de muy bajo perfil político que, en inicio, confiere continuidad al predominante conservadurismo guatemalteco. De hecho, Dios, familia y honor son las tres proclamas que ha evocado Morales en su campaña. Además, y aunque no viene en sentido estricto, como el expresidente y exgeneral, hoy acusado por corrupción, Otto Pérez Molina, sus conexiones con el estamento castrense son igualmente consabidas.
Sin embargo, este aparente continuismo ha necesitado de una situación convulsa, de desencanto por los escándalos de corrupción, que ha permitido a Morales capitalizar todo un movimiento político de desafección y crítica con el sistema político guatemalteco que ha permitido su llegada al poder. Es decir, se trataría de un conservadurismo, en cierto modo renovado, sin familias ni filiaciones tradicionales, que se ha servido del issue de la corrupción para acceder al poder.
No obstante, nada de lo planteado en campaña parece suficiente para abordar uno de los niveles de violencia más elevados del continente, especialmente en cuanto a homicidios violentos, secuestros y trata de personas, en los que la pobreza y la inequidad continúan siendo estructuralmente desatendidos y en el que el mayor recurso ha sido el de la militarización de la seguridad y la patrimonialización del estado de sitio que, más que nada, ha envilecido, si cabe más, los niveles de violencia así como los atropellos a la democracia y los Derechos Humanos en Guatemala.
En Colombia, los comicios eran municipales y departamentales pero, igualmente, permiten encontrar visos de continuismo conservador en cuanto a la lectura política de los resultados. De hecho,el partido del vicepresidente de la República, Germán Vargas Lleras, perteneciente a la coalición de la Unidad Nacional -que también integra el Partido Liberal, y que respalda al actual presidente Juan Manuel Santos- ha obtenido, en suma, un resultado ganador en 28 de los 32 departamentos del país.
Esto es, las opciones tanto a la izquierda como a la derecha de este binomio de gobierno han sido las grandes derrotadas en Colombia. La izquierda, que tenía como bastión la capital colombiana, ha caído a niveles de descrédito preocupantes, tras doce años de escándalos, corrupción y problemas irresolutos, especialmente de movilidad y orden público. La ultraderecha, representada en torno al partido de Álvaro Uribe en el partido Centro Democrático, ha basado la campaña electoral, igual que en la arena nacional, en torno al proceso de diálogo de paz. Su utilización como cleavage electoral por antonomasia, ha sido un error de cálculo mayúsculo que le ha relegado a una posición marginal, solo victoriosa en algunos escenarios de gran arraigo guerrillero como, por ejemplo, los municipios de Saravana en Arauca, o San Vicente del Caguán, en Caquetá, o el departamento de Casanare.
A pesar de todo, y como elemento novedoso, igualmente que en el caso guatemalteco, no se puede dejar escapar el hecho, por ejemplo, de que las candidaturas independientes, aunque con apoyos de partidos tradicionales, se han impuesto en las ciudades más importantes del país, como es el caso de Bogotá, Medellín, Cali, Cartagena o Bucaramanga.
En tercer lugar, y el escenario más complejo de todos, sería Argentina. Muy probablemente, porque el eje izquierda-derecha, como reduccionismo que facilita la comprensión de parte del funcionamiento de los sistemas políticos y sus resultados electorales, queda desdibujado. Basta recordar la tradicional proclama de "ni yankis, ni marxistas: peronistas".
El empate técnico entre el peronismo amplio de Scioli y el conservadurismo de Macri abre la puerta de un papel fundamental al tercero en discordia, Sergio Massa, hasta el momento, más próximo al cambio que al continuismo si bien, sin un posicionamiento firme. Sea como fuere, parece que, de seguir las cosas como hasta el momento, es posible pensar en la inevitabilidad del cambio de gobierno en Argentina. A ello ha contribuido sobremanera la situación económica del país o la percepción de inseguridad. Dos factores que han calado en el cambio de orientación del voto sobre un candidato, Mauricio Macri, que hace solo un año estaba descartado en todas las apuestas electorales.
Empero, y en conclusión, a pesar de estos tres resultados electorales, ello no afecta a un posible cambio sobre el giro a la izquierda que parece haberse instaurado, desde inicio de la década pasada, en el continente latinoamericano. Este, en 2013, quedó consolidado con las elecciones de Ecuador, Venezuela y Chile, toda vez que en 2014 hubo un continuismo de gobiernos progresistas en El Salvador, Bolivia, Brasil, Uruguay, además del caso paradójico de Costa Rica. Únicamente, al continuismo conservador de Panamá, deben sumarse los referidos casos - con resultados nada sorprendentes- de Colombia y Guatemala, y que junto con Paraguay, condensan los únicos gobiernos conservadores del continente. Minoría conservadora que, por los resultados, y a la espera de lo que suceda en Argentina, no parece representar un cambio de fondo en el color ideológico de los gobiernos de América Latina, al menos, en el corto plazo.