La caducidad ha caducado
Antes de la crisis, nuestra propia práctica ponía en entredicho la precisión de las fechas de caducidad. Hoy, es otra cosa. La expansión de los mercados de segunda mano se alimenta de la crisis de la caducidad.
La caducidad es fruto de un sistema social cuya lógica vertebral es la renovación. Con ella, se marca el ritmo de las prácticas de consumo a través de amenazas: quienes consumen productos caducados pueden sufrir serias consecuencias sociales, digestivas o metabólicas. Forma parte de la cara sancionadora del consumo, condenando a los inadaptados. No se trata sólo de consumir sino de consumir lo que hay que consumir cuando hay que consumirlo. Por ello, los bienes salen al mercado con fecha de fallecimiento, sean perecederos o duraderos, pues la duración tiene su límite en la industrial obsolescencia planificada, como señalaba Galbraith.
La caducidad ha sido un ejercicio de derroche. Uno de sus símbolos. El imperio de la norma de tirar. Como en las películas de espías: este producto se autodestruirá a partir de... Las marcas, al tener que garantizar la duración hasta tal fecha, con un margen de precaución, procuraban su conservación a partir de todo tipo de conservantes, tan ocultos como en esas películas, ya que en lugar de nombres tenían extrañas articulaciones de letras y números. Nombres en clave para asegurar la caducidad. Sofisticación objetiva recubierta de ambivalencia para los sujetos, con un doble mensaje imperativo: no consumir el producto X a partir de tal fecha y consumir un producto X nuevo a partir de esa misma fecha.
Quien consumía caducidad era, en sí mismo, caduco, irresponsable y antisocial. Hasta que llegan las crisis económicas, las grandes depresiones que cambian los ritmos y las percepciones a todos. La caducidad termina entonces donde empieza la necesidad, por lo que la crisis impulsa a poner entre paréntesis la caducidad. A hacer como si no viéramos la fecha de caducidad en la tapa del yogur, la póliza del seguro o el color y la hechura de nuestras ropas.
Es más, se engendra un discurso crítico que cuestiona la caducidad, señalando la arbitrariedad de las fechas o la ambigüedad de los mensajes: ¿Consumir preferentemente antes de...? ¿qué significa preferentemente? ¿una cuestión de elección? O la contradicción entre los mismos: no tirar las medicinas caducadas, para llevarlas al Tercer Mundo. ¿Si su utilidad ha quedado mermada por el tiempo, será igual para todos? Es como si, para los pobres, rigieran otras fechas de caducidad, como en la ropa, cuando se lleva a las parroquias la ropa pasada de moda, aun cuando esté en buen uso, diferenciando entre buen uso para el rico, para quien la moda es la principal polilla vestimentaria y buen uso para el pobre, casi infinito mientras quede algo de material. Y es que la caducidad se rige por una lógica distinta a la utilidad. La caducidad es un fin ("hasta final de..."), es un límite de la sociedad de consumo.
La frontera entre bienes perecederos, con "obligada" fecha de caducidad, y bienes duraderos, se va entonces diluyendo por su poco realismo. En principio, la duración de un bien duradero es puro idealismo. En cualquier caso, ninguno promete la vida eterna y, cuando lo hacen, es una vida eterna que siempre parece breve. Pero es que, además, todo bien perecedero es objeto del tratamiento tecnológico más avanzado con tal de que prolongue su duración. Las técnicas de conservación se hacen así punteras: desde la investigación biológica a la de materiales, pasando por la cirugía plástica. Algo de sospechoso se ve en la caducidad que impulsa la ciencia. Aparece como una frontera frágil, vencible.
Hay que reconocer que siempre ha habido una resistencia práctica a la caducidad. La lógica práctica se impone a la práctica de la lógica científica y racional. Lo concreto acaba con lo abstracto. Antes de la crisis, nuestra propia práctica ponía en entredicho la precisión de las fechas de caducidad. Había una especie de juego contra la caducidad, un no-pasa-nada, como una especie de infantil ruleta rusa, del que, precisamente, excluíamos a los niños. Es más, quienes apenas absorbieron la lógica de la sociedad de consumo, como nuestros abuelos, son reconocidos por su mayor inclinación a guardar, que a tirar. Incluso lo más inútil tiene un "por si acaso un día se necesita...". Ya antes de la crisis vivíamos ciertas distancias entre el discurso normativo de la caducidad y algunas prácticas. Pero, como he dicho, la diferencia es que, antes de la crisis, quienes reconocían públicamente tales comportamientos eran etiquetados de caducos.
Hoy, es otra cosa. La expansión de los mercados de segunda mano se alimenta de la crisis de la caducidad. Ponen en el escaparate distintos estilos de caducidad, anulándola. Estilos vintage, renovación por el old fashion, deslumbramiento por el reciclaje innovador, por el volver a poner bajo los focos lo que otros habían pasado por alto. El uso, como en los vinos el tiempo en la bodega, añade valor. Ser caduco ha pasado de ser un insulto. Tampoco es que esté de moda, lo que es síntoma de la propia crisis de la caducidad. La cuestión es que quienes ahora quedan fuera de sitio son los inflexibles del estreno, los duros de la novedad por la novedad, los que desprecian el reciclaje, como si, a través de él, vinieran peligrosos virus.
No sólo el mercado de segunda mano crece entre el automóvil, los complementos, las máquinas o la vestimenta. Hay un furor por mercados que nacen de la caducidad. Pasión por el outlet, las ferias de stockage y lo descatalogado. De la emulación por la novedad se ha pasado a la ostentación por el gusto retroactivo. De lo único que se espera la caducidad es del propio catálogo.
La obsolescencia programada es superada por la obsolescencia superada, por el universo RE: reutilización, renacimiento, reciclaje, resistencia. La victoria sobre la caducidad es el triunfo de la esperanza de vida y de una sociedad vieja que ya no se avergüenza de serlo. Tal vez éste sea el gran problema de Europa: mientras es mirada por el resto del mundo como una sociedad vieja, ella se empeña en competir en el mercado de las novedades en lugar de hacer de su vejez virtud. Sigue más empecinada en mostrarse como proyecto nuevo, que con el valor de la experiencia y de su almacén histórico fuera de catálogo. No se ha dado cuenta de que, al menos, tanto valor tiene lo nuevo, como el acceso al catálogo de lo descatalogado. De hecho, ha dejado que sean los japoneses los que administren los grandes catálogos de los éxitos musicales históricos y de los clásicos del cine. La producción industrial de masas es superada por la reproducción postindustrial personalizada, donde los objetos cobran vida y renacen en cada intercambio, como las personas renacen en cada renovación de sus relaciones, si no son capaces de renovar la propia relación.
¿Qué ética había tras la caducidad? Se suponía que era la responsabilidad del fabricante y el plazo que tenía el distribuidor para poner a la venta un producto. Responsabilidades inicialmente exclusivas, intransferibles. Pero poco a poco se ha ido abriendo la negociación. Según se acercaba la caducidad del producto, éste se rebajaba. En las ciudades donde hasta los productos frescos se venden preparados (pelados, en envases, listos para consumir), se esperaba a la tarde del día señalado por su etiqueta como fecha de caducidad para adquirirlos a mejor precio. A partir de esa fecha, la responsabilidad es del consumidor, si lo ha adquirido antes de la misma. La fecha como traspaso de la responsabilidad. La responsabilidad del fabricante o distribuidor disminuía a medida que se acercaba la fecha de caducidad, explícita o implícita, y aumentaba la del consumidor. Así, la profundización de la sociedad de consumo ha ido cargando las espaldas sobre un consumidor culpable hasta la saturación, por lo que asumir la relativa a la infracción de fechas de caducidad es una culpabilidad menor, perfectamente asumible por su magna soberanía.
La caducidad sólo permanece en los medios de comunicación. En el momento que aparece una noticia, ya está caducada. La información sólo puede ser información una vez. Y esto parece de difícil superación. Ante este orden mediático de la caducidad, las otras caducidades sólo pueden aparecer como arbitrarias. Este trabajo queda caduco desde el momento de su publicación, aunque se reproduzca en redes, blogs u otros medios. Y es que el sistema de la comunicación mediada es sistema porque es diferente. Ahora nos damos cuenta, que la caducidad y la corrupción está más en el mundo inmaterial, de lo simbólico, que en el mundo material.