Desaparición del teléfono fijo
Los teléfonos fijos desaparecerán de las empresas, sustituidos por una red de terminales móviles de empleados y, por supuesto, ordenadores personales que son los que, de momento, fijan el puesto de trabajo del empleado. En una sociedad del movimiento, el teléfono fijo es una especie de ancla para inadaptados.
Parece que, definitivamente, el teléfono fijo desaparecerá de nuestros entornos inmediatos. Tanto de las casas como de las empresas. Incluso de las instituciones o las organizaciones públicas, siempre tan resistentes al cambio. Hemos visto desaparecer la cinta del cassette, el vídeo o el fax, tan ligado al teléfono fijo. Pues bien, este tiene todas las papeletas para ser mandando al paro en el próximo ere de cachivaches técnicos.
En el espacio doméstico, las compañías han intentado sostener el teléfono móvil a través de ciertas categorías sociales, como las personas mayores; y, sobre todo, vinculándolo a algunos servicios, como el de la conexión a internet o incluso ofertas de canales televisivos digitales. Los usuarios tienen así la sensación de que el teléfono fijo no sobra, que es por donde entra todo lo demás y que, sobre todo, no cuesta, puesto que las operadoras subrayan el mensaje de su gratuidad. Sin embargo, más allá de su obsolescencia funcional -¿cuántas llamadas se hacen desde el fijo doméstico en hogares cuyos miembros están por debajo de los sesenta? Muy pocas-, y de que se haya convertido en un molesto ruido con inoportunas llamadas comerciales y publicitarias, está su obsolescencia estética. El teléfono fijo se ha convertido en un ruido cotidiano, para nuestros oídos y para nuestros ojos.
El teléfono fijo es un aparato, un chisme, que ya no tiene sitio en la casa. Lo pongas donde lo pongas, parece estorbar, sea en el salón, el pasillo, el recibidor o la cocina. Solo encuentra acomodo en el cuarto trastero o el cajón de los trastos rotos, que tal vez sean, como dice Sabina, el cajón "de los sueños rotos". El teléfono fijo es algo que no encaja en nuestros espacios.
Vean el caso de los hoteles llamados con encanto. Pocas cosas hacen perder el encanto a una habitación de estos hoteles como la presencia de un teléfono en la mesilla. ¡Un horror! Convierte ese espacio en un lugar fuera del mundo, abandonado en el tiempo, como los solares de las ciudades. Como cliente, reclamé a un propietario por tal insulto al gusto, y me contestó que la posesión de una centralita era uno de los estándares de calidad que había que cumplir, impuestos por una empresa, asociación o algo parecido. Una auténtica paletada. Claro que si se analiza el estilo de los técnicos de estas empresas de evaluación hostelera -pues con alguno me he cruzado- se explica la norma impositiva. Propongo llamar a los hoteles con teléfono fijo hoteles con desencanto. Es desoladora la vista de un teléfono fijo en una mesilla del siglo XXI.
Las casas y los hoteles con teléfono fijo están condenados a quedar fuera del tiempo y a atentar contra el buen gusto. Peor aún sería intentar superar el problema con esos teléfonoskitch-vintages que venden en esas tiendas de regalo que tanto prosperaron en los días precrisis y que desde hace años denomino chorrashops, tan llenas ellas de kitchs que denominan regalos. No sé si es más insultante comprar un regalo en estas tiendas o en una de chinos. En estas últimas, de momento, no suelen vender teléfonos fijos.
El otro gran refugio del teléfono fijo son las empresas, las organizaciones y las instituciones; especialmente aquellas que han de dar la cara al público o estar en conexión con sus clientes o ciudadanos. Teniendo en cuenta las tendencias de la organización laboral, con una creciente demanda de disponibilidad de los recursos humanos, cada vez más se impondrá una especie de acuerdo entre empleados y empresas por el que éstas usarán los números privados de sus empleados, o les darán nuevos terminales móviles, a cambio de que las propias empresas paguen toda o parte de la factura del flujo de llamadas.
El teléfono fijo de las empresas será un call-center, interno o externo, según la política de la empresa, con la labor de redirigir las llamadas a los terminales de los distintos empleados, estén donde estén. Los teléfonos fijos también desaparecerán de las empresas, siendo sustituidos por una red de terminales móviles de empleados y, por supuesto, ordenadores personales que son los que, de momento, fijan el puesto de trabajo del empleado.
Hay que reconocer que en este último apartado, en lo que respecta a las empresas y las organizaciones, quedan importantes detalles por limar. Por un lado, el abuso que podrían hacer los empleados en el uso privado de esos terminales, estando así poco disponibles para el uso de la empresa o la organización. Pero el principal asunto que delimitar es el del control de la privacidad de las comunicaciones a través de esos terminales. Si la empresa o la organización paga, podría tener la tendencia a controlar o registrar toda comunicación que pase a través de esos terminales. Problema más aparente que real, ya que los trabajadores podrían disponer de dos terminales -uno privado y otro laboral- o, lo que parece tener mayores ventajas funcionales, dos o más líneas -para distintos usos o ´ámbitos- en un único terminal.
En una sociedad del movimiento, líquida, como dice Bauman, el teléfono fijo es una especie de ancla para inadaptados.