Comparencia de Rajoy o inyección de ética protestante en vena
Toda riqueza originada sin autocontrol, esfuerzo, ahorro, etc., será considerada una riqueza falsa y por la que habrá que pagar algún día.
Rajoy, al igual que Zapatero dos años antes y en el mismo sitio (Congreso de los Diputados), repitió que tenía que tomar decisiones que no le gustaban. Como si, más que un gobernante fuese un mandatario, en el sentido del código civil: el que hace el encargo de otro. Pero, sobre todo, era una justificación del cambio producido de unos valores (no subir impuestos, no tocar las pensiones, etc.) por otros opuestos. Como si hubiera sufrido una conversión. Tal vez la conversión al protestantismo, de manera que su visita durante el fin de semana a la catedral de Santiago de Compostela tuviera menos que ver con el robo de códice y más con un diálogo con el apóstol, intentando explicar cambios religiosos.
La Reforma luterana fue uno de los primeros pasos hacia la modernidad; pero hay que recordar que tuvo que luchar duramente contra su matriz, el catolicismo. Y parece que tal conflicto original, como casi todos los conflictos originales que se establecen como una estructura mítica en el que hay víctimas y verdugos, vencedores y vencidos, ha dejado huella en la conciencia colectiva de los países del norte de Europa y, sobre todo, ha dejado un insaciable resentimiento.
El primer gran conflicto original estalló, gracias a la mediación de unos estados que estaban luchando por el dominio en el mundo, en la guerra de la Reforma contra la Contrarreforma, en muy distintas y variadas concreciones, y en muy variados rincones de la geografía europea. Con el paso de los años, el conflicto parecía menos manifiesto, aun cuando nadie duda de su latente fuerza. Además, incluso la propia violencia de las armas resurgía cada cierto tiempo. Hasta hay quien interpreta la segunda guerra mundial como otra manifestación de las guerras de religión europeas, aun cuando esta vez con los judíos como víctimas vicarias.
El conflicto se fue reduciendo a la opinión pública y los discursos, más o menos cultos o populistas. Pero ahí estaba. Sólo hay que recordar que la obra más valorada de la sociología contemporánea, La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber, encuentra su justificación en la explicación de lo que se vivía como debilitamiento de la fuerza económica prusiana. Se pregunta qué nos ha pasado que ya no somos como éramos. La explicación de tal diagnóstico de la situación queda zanjada en las páginas introductorias del libro: por la creciente presencia de trabajadores católicos, provenientes principalmente de Polonia. Trabajadores que sólo trabajan lo suficiente para vivir al día.
A partir de tal "constatación de los hechos", el pensador germano busca en las conexiones entre el protestantismo y la búsqueda de la riqueza, a través del trabajo y la austeridad. Así, toda riqueza originada sin autocontrol, esfuerzo, ahorro, etc., será considerada una riqueza falsa y por la que habrá que pagar algún día. Disfrutar de la riqueza es considerado pecaminoso por la ética protestante y disfuncional por el espíritu capitalista, mientras que su acumulación se toma como un signo de ir por el buen camino divino.
Parece que las guerras se combaten hoy en lugares distintos a los campos de batalla o la academia. Aun cuando hay un interesante cuerpo a cuerpo cada cierto tiempo en Bruselas o Luxemburgo. El campo es la prima de riesgo y los tipos de interés de las deudas soberanas. Está en cada encuentro, conferencia, asamblea, etc., en la que se debaten las condiciones -la penitencia- que han de pagar los que antes gastaron y ahora piden, como si lo antes ganado -trabajo, vivienda, consumo- hubiera venido del cielo, sin esfuerzo. Así han ido cayendo: Irlanda, Portugal, España, Italia y ahora le toca a Francia ¿o tal vez están a tiempo de recuperar su importante veta calvinista? Los demás, a la espera de otro Felipe II y su Armada Invencible.