Setenta y dos horas en los Balcanes
La cuestión de los refugiados es un problema que Europa debe gestionar, aunque son los Estados Miembros los que están poniéndose de perfil e incumpliendo la legalidad internacional. Europa tiene que reaccionar con mecanismos sancionadores si es necesario para garantizar que los derechos de los refugiados se cumplen, y también para que los Estados Miembros cumplan sus obligaciones legales.
Para hablar de un tema concreto y tomar decisiones, necesitas haberlo visto antes. Por eso fui a la zona de los Balcanes, para conocer de primera mano en qué condiciones estaban haciendo miles y miles de refugiados la ruta que los lleva a la ansiada Europa, la Europa de la libertad, la prosperidad y la paz.
Estuvimos preparando con mi equipo el viaje durante dos semanas. Teníamos un fin de semana y tres fronteras por ver. La ruta empezaba el viernes en la frontera de Serbia con Croacia. Allí me encontré con Cruz Roja, Save the Children y Unicef en el Centro de Tránsito de Opatovac, a donde dirigen a todos los refugiados procedentes de Serbia que están de paso y que tiene capacidad para acoger a 5.000 refugiados a la vez. Esta semana han llegado a pasar cada día hasta 8.500 personas. El campamento estaba controlado por policía y militares, que organizaban a los refugiados que están allí entre seis y cuarenta y ocho horas. Primero los registran, después los distribuyen entre las tiendas, los llevan a recoger comida y los dirigen a las decenas de autocares que los acercan a la estación de tren de Tovarnik, donde parten hacia Hungría, concretamente al border crossing de Beremend.
Los cooperantes son mayoritariamente mujeres, será porque como ellas mismas explican, son más resilientes. A pesar de poder dedicar tan solo unos instantes a algunos de los refugiados, consiguen que el viaje sea un poquito mejor. Y eso lo saben los niños, que aunque no las conozcan, perciben que las personas con chalecos son buenas. Saben que de ellos llega un caldo caliente cuando llegan al campo, las mantas que ayudan a soportar el frío, los chubasqueros para sobrellevar la lluvia, la ropa seca para cuando, a pesar de todo, están empapados, el consuelo y la ayuda cuando se han perdido en una distracción de sus padres. Son ángeles, ángeles de verdad.
Solo al llegar al campo, las ONGs nos alertaron de la noticia de última hora: Hungría había decidido cerrar las fronteras con Croacia, después de que en septiembre ya cerrara sus fronteras con Serbia. La ansiedad estaba latente en el campo, los refugiados estaban conectados con las redes sociales, grandes aliados en su ruta, sabían de la noticia y en sus caras se adivinaba la necesidad de escapar del campo y llegar a la siguiente etapa antes de que se cerraran fronteras y se quedaran atrapados en tierra de nadie.
Médicos sin fronteras nos acogió en su casa, varios de sus miembros se volvían al día siguiente a sus países de origen, pues su misión había terminado y el Ministerio de Sanidad croata iba a gestionar directamente los servicios médicos de atención a los refugiados. Ellos, como el resto de ONG, nos explicaron sus últimos destinos: Haití, Iraq, Siria, el Congo... y ahora estaban ayudando en una crisis humanitaria en Europa, increíble. Mientras cenábamos, Sat, el coordinador japonés en la zona llamó por teléfono para que prepararan el set de emergencia: chubasqueros, mantas y comida mágica. Lo íbamos a necesitar. Todos a los coches y a la frontera, al border crossing de Bapska. Unos cincuenta autobuses con gente dentro estaban parados en un camino, y al fondo, en tiendas de campaña del ejército, se encontraban agolpadas miles de personas. Llovía y hacía frío. El barro lo inundaba todo. Tenían solo una manta para cubrirse y tenían que escoger si la ponían en el suelo o se tapaban con ella. Los peores pronósticos se habían cumplido, estaban en tierra de nadie, entre frontera y frontera. Atrapados.
A las seis de la mañana, las autoridades croatas consiguieron restablecer el nuevo corredor humanitario, redirigiendo a toda la gente que estaba ahí atrapada hasta la frontera con Eslovenia. La nueva ruta estaba en marcha.
Si una cosa aprendí de mi estancia allí es cómo es el trabajo de los cooperantes. Cada minuto puede cambiar la situación y las ONG trabajan a contrarreloj coordinados con los gobiernos. En este caso, para saber dónde iban a dirigir a los refugiados, para poder organizar la asistencia médica, legal, de traducción, humanitaria a todos ellos. El domingo por la mañana, en lugar de visitar la frontera de Croacia con Hungría como tenía previsto, nos dirigimos a Bregana, una de las zonas calientes entre Croacia y Eslovenia, donde la noche del sábado cruzaron en autobús un millar de refugiados. Nos encontramos a un equipo de Acnur que estaba preparando la próxima llegada de otro millar de personas en dos horas. Tres eran los border crossing que abrieron el domingo por la mañana en Eslovenia. Eslovenia, un país de dos millones de personas explicaba que sólo tenía capacidad para recibir dos mil refugiados al día. Solo en Opatovac había cinco mil, y otros tantos miles se encuentran a día de hoy en Serbia, en la frontera con Bapska. Allí siguen, y se van amontonando, en tierra de nadie.
El Consejo Europeo reunido la semana pasada no fue ni tan siquiera capaz de establecer un mecanismo permanente de distribución de cuotas de refugiados. Tan solo se ha aprobado el reparto de 120.000 refugiados, cuando la realidad es que llegan cada semana entre 40.000 y 50.000 a Europa. Es un problema que Europa debe gestionar, aunque son los Estados Miembros los que están poniéndose de perfil e incumpliendo la legalidad internacional. Europa tiene que reaccionar con mecanismos sancionadores si es necesario para garantizar que los derechos de los refugiados se cumplen, y también para que los Estados Miembros cumplan sus obligaciones legales.
En el aire está cuál será el futuro de los refugiados una vez hayan llegado a sus destinos, en suelo europeo.