Ser padre me cambió la vida
Un día mi mujer me dijo que tenía que hablar conmigo. Pensé que había pasado algo o que se había roto algo de la casa y que teníamos que cambiarlo. Cuando me senté con ella, me dijo que estaba embarazada. No podía ser. Yo ya era demasiado viejo. Tenía 51 años.
Siempre soñé con tener mi propia familia. Me sentaba a pensar sobre mí, sobre mi mujer, mis hijos y sobre cómo sería nuestra vida juntos. Me pasé la mayor parte de mi vida deseando tener una familia a la que pudiera denominar propia.
Cuando salía, me fijaba en las familias y en cómo interactuaban sus miembros. Me fijaba en cómo jugaban los niños entre ellos y con sus padres. Siempre se les veía tan felices... incluso cuando parecía que un niño perdía el control y que uno de sus padres intentaba imponerse también parecían felices.
Pero cuando cumplí los cuarenta empecé a pensar que a lo mejor nunca tendría una familia. Cuando llegué a los cincuenta, tuve que enfrentarme a la realidad de que lo más probable era que no llegara a tener esa familia. ¿Acaso era un sueño inalcanzable?
Pero un día mi mujer me dijo que tenía que hablar conmigo. Pensé que había pasado algo o que se había roto algo de la casa y que teníamos que cambiarlo. Cuando me senté con ella, me dijo que estaba embarazada.
No podía ser. Yo ya era demasiado viejo. Tenía ya 51 años.
Aguanté durante nueve meses el malestar, los cambios de humor, las hormonas locas y los antojos de mi mujer. Sabía que era el precio que había que pagar para empezar una familia. Aunque ella sufrió y su vida cambió más que la mía durante el embarazo, después del nacimiento de mi hija, el cambio llegó a mi vida.
El valor de los pequeños detalles que daba por hecho, las cosas en las que no me solía parar a pensar y las elementos básicos de la vida se multiplicaron. Ahora me parecían aspectos importantes y prioritarios.
La caca y el vómito ya me dan igual.
Siempre he tenido perros, así que ya había limpiado cacas antes, pero no con tanta frecuencia, porque mis perros estaban muy bien educados. También había tenido que limpiar vómito de perro, pero entendía que había una razón seria para que se produjera el vómito, así que nunca me molestó demasiado.
Pero cuando llegó mi hija, cambiaba pañales todos los días y limpié más cacas que cuando tenía perro. Al principio, me parecía increíble que una criatura tan pequeña como un bebé de meses pudiera hacer tanta caca, especialmente sabiendo que su dieta consistía únicamente en leche.
No nos olvidemos de los eructos ni de la ropa manchada... especialmente los hombros. ¿Y qué me decís del vómito-proyectil?
Ahora, lo de limpiar cacas y vómito ya es automático.
Ahora me gusta más el día que la noche.
Había trabajado por la noche durante muchísimos años. Tenía turno de noche y salía de trabajar de madrugada. Por eso, inconscientemente, había renunciado a disfrutar de las mañanas. Solía levantarme pasado el mediodía y mis momentos de mayor productividad eran las tardes y las noches.
Pero todo eso cambió cuando nació nuestra hija. Me levanto pronto por la mañana quiera o no. Es como si tuviera un despertador roto que no para de sonar y que no tiene ningún botón de posponer.
Es imposible quedarse en la cama hasta tarde (algo que me encantaba hacer cuando libraba), ahora hay que levantarse cuando diga el bebé. Ya tenga el día libre o haya trabajado la noche anterior, madrugo.
Sobrevivo aun habiendo dormido solo tres horas, quiera o no.
Me encanta dormir. Es mi pasatiempo favorito y es una de mis prioridades... por encima de comer, a veces. Lo que más me gustaba hacer en mis días libres era irme a la cama pronto y dormir hasta tarde. Acurrucarme bajo las sábanas y el edredón, entre todos los cojines de la cama, y apagar la alarma del despertador. Hubo un tiempo en el que lo normal era, un día por semana, dormir unas diez o doce horas, pero eso se acabó.
Me despierto cada tres horas, ya sea porque me tengo que levantar a dar de comer a nuestra hija o porque mi mujer se levanta a darle de comer. Y la niña, como si estuviera programada para eso, llora cada tres horas.
El bebé quiere atención y la consigue. Ojalá yo tuviera la misma facilidad para que la gente me escuchara... y eso que ni siquiera sabe hablar.
Como de pie y por turnos.
Comer se ha convertido en un deporte.
La mesa cada vez es menos importante. Solo es una superficie en la que ir acumulando desorden. Me he dado cuenta de que como de pie o apoyado en la encimera más que antes. Muchas veces incluso como con la niña en brazos.
La mayoría de las veces, tengo que parar de comer durante unos minutos o incluso durante una hora. Mi mujer y yo ya nunca comemos juntos. Yo como mientras ella está con la niña y, cuando yo acabo, ella empieza a comer.
Me he acostumbrado a comer sobras con más frecuencia (pero tampoco pasa nada, algunas cosas me gustan más del día anterior). A veces es más rápido hacer más comida de una sentada para luego tener sobras. El microondas se ha convertido en el electrodoméstico más usado de la casa.
Echo de menos la comida caliente.
Salir para cualquier cosa se convierte en una odisea.
Antes, si se me antojaba, iba al supermercado a hacer una compra rápida. Salía en camiseta, pantalón de chándal y zapatillas de estar por casa. "¿No queda leche? Voy rápidamente a comprar más". Lo único que tenía que coger eran las llaves, el móvil y la tarjeta de crédito. Pero eso se acabó.
Salir para cualquier cosa implica vestir al bebé, coger el carrito y la bolsa de los pañales. Y, además, puede que por el camino surjan imprevistos. Puede que haya que hacer un cambio de pañal de última hora o que la niña tenga hambre.
Algo que podría hacer yo solo en 15 minutos pasa a durar una hora, y eso con suerte.
A esos sueños que yo tenía sobre formar una familia les faltaba una buena dosis de realidad. Comer de pie, limpiar caca y vómito y perder horas de sueño no estaban entre mis fantasías. Pero la realidad es mucho mejor que los sueños.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.