Medio siglo de tensión en el Himalaya
Parece que hay tímidos intentos para reducir las tensiones y la desconfianza a ambos lados del Himalaya, como el anuncio del pasado mes de septiembre de la reanudación de los ejercicios militares conjuntos.
Hoy seguimos con disputas territoriales en Asia pero dejamos el mar de China para irnos a las altas cumbres del Himalaya. Este mes de octubre se conmemorará el 50º aniversario de la guerra entre India y China. Se trata de uno de los conflictos olvidados, eclipsado por la Crisis de los Misiles (sucedieron paralelamente), y que en Occidente se analizó bajo la óptica de la Guerra Fría -una agresión comunista-. Pero cuyos efectos han marcado la relación entre ambos gigantes en este medio siglo.
India y China comparten 4.057 kilómetros de frontera a lo largo del techo del mundo. La separación está dibujada por la Línea Actual de Control (LAC, y no confundir con la Línea de Control que separa las zonas india y pakistaní en Cachemira); un término acuñado por el primer ministro Zhou Enlai en una carta a su homólogo indio Nehru en 1959. En las zonas colindantes entre ambos países hay territorios disputados que datan en buena medida del conflicto en 1962: Ladakh (en Cachemira), Himachal Pradesh y Uttarakhand (en la zona central) y Sikkim y Arunachal Pradesh (en India).
Mapa de las zonas en disputa en Cachemira. Fuente: Wikimedia.
La guerra de 1962 se desencadenó tras una larga cadena de acontecimientos. En primer lugar, la LAC fue delimitada principalmente en diversos sectores por los británicos durante la época de dominación colonial en la India. Entre ellas destaca la Línea McMahon, trazada a finales del siglo XIX y principios del XX y que fue la referencia para el acuerdo de Simla de 1914 que establecieron las fronteras entre Tíbet y la India. El problema es que China (también debía participar en aquel encuentro diplomático) no respondió a la propuesta de Londres, y los diplomáticos de Su Majestad dieron la callada por respuesta; Beijing nunca reconoció estos límites.
Pese a este desacuerdo de base. India y China vivieron un momento de buenas relaciones a finales de los años 40 y la primera mitad de los 50. Las disputas territoriales parecían que se resolverían en la mesa de negociaciones, y eran los años del eslogan Hindi-Chini bhai-bhai (indios y chinos son hermanos); aunque ahora se apunta a que no era algo sincero.
Nehru (derecha) en una reunión con su homólogo pakistaní en 1953. Fuente: Wikimedia.
Pero la buena sintonía se torció en 1959, cuando India acogió al Dalai Lama tras su huida de la represión en Tibet. China percibió que el Gobierno de Nehru había sido un intermediario de la CIA en el apoyo a la insurrección en el Tibet. Asimismo, Nueva Delhi comenzó una política de ocupación de lugares estratégicos cruzando la LAC (forward policy). Los incidentes armados entre undidades de ambos países no tardaron en suceder.
La tensión culminó el 20 de octubre de 1962 cuando China lanzó su ataque por sorpresa. En poco más de un mes, las tropas indias fueron expulsadas de los lugares más allá de la LAC, y China consolidó sus posiciones en este punto. En especial pudo afianzar su control en la región cachemira de Aksai Chin -un punto estratégico que une la Región Autónoma de Xinjiang con el territorio de Ladak bajo administración india. Con todo, el conflicto destacó por las duras condiciones en las que se luchó (a miles de metros de altura), con el desgaste adicional que supuso para los soldados de ambos bandos.
La montaña K3 se encuentra en la zona limítrofe entra las zonas china y pakistaní en Cachemira. Fuente: Wikimedia.
Más allá de la victoria militar, Beijing presionó diplomáticamente y fijó sus fronteras con Pakistán en esta región con el acuerdo de Trans-Karakoram de 1963. Islamabad cedía a China una serie de zonas que Nueva Delhi también reclama como parte del disputado territorio cachemiro. Este fue la consolidación de la alianza chino-pakistaní; por aquello del enemigo de mi enemigo es mi amigo. Esto provocó que aumentaran los recelos indios a sus dos vecinos. En años sucesivos hubo importantes escaramuzas entre chinos e indios como fue en 1967 (incidente de Chola) o en 1987 en Arunachal Pradesh.
Asimismo, la derrota dejó en India un profundo sentimiento de desconfianza, y el temor a que podría producirse otro ataque sorpresa. También le sirvió para convencerse de profundizar en el apoyo a la causa tibetana. Durante mucho tiempo, agitar la situación en el Tíbet ha sido una de las bazas de Nueva Delhi. Además, siempre la diplomacia india ha buscado a poderosos aliados para contrarrestar la pujanza de la República Popular: primero la URSS y luego Estados Unidos (en especial con el acuerdo de cooperación nuclear en el terreno civil). De igual manera, Beijing ve que los indios son firmes entusiastas de la política de contención de Washington en Asia.
Afortunadamente, el lenguaje y las actitudes no son tan belicosas como en el mar de China. Aunque a la prensa india le gusta agitar el fantamas de su vecino denunciado las numerosas violaciones de la LAC por tropas chinas; y no soporta que Beijing se refiera a Arunachal Pradesh como Tíbet del Sur. Parece que hay tímidos intentos para reducir las tensiones y la desconfianza a ambos lados del Himalaya. En este sentido, destaca el anuncio del pasado mes de septiembre de la reanudación de los ejercicios militares conjuntos. Esta acción se ha visto como un primer paso para acercar posturas en otras cuestiones como los intereses comunes en el Afganistán post OTAN o para aliviar la presión por las tensiones entre Beijing y sus vecinos del mar de China. Con todo, aunque no sean enemigos acérrimos, los dos gigantes saben que son rivales en su papel de potencias en auge en el mundo del siglo XXI.