Vidas paralelas: François Hollande y el Wu Wei
François Hollande anunció el pasado jueves que no va a aspirar a su propia reelección como candidato del Partido Socialista en los comicios de abril de 2017, una decisión inédita para un presidente en ejercicio desde que Charles de Gaulle instaurara la V República en Francia.
François Hollande y Mariano Rajoy. (Foto: Claude Paris/AP).
Pillando a casi todo el mundo por sorpresa, François Hollande anunció el pasado jueves que no va a aspirar a su propia reelección como candidato del Partido Socialista en los comicios que se celebrarán en abril de 2017, una decisión inédita para un presidente en ejercicio desde que Charles de Gaulle instaurara la V República en Francia.
Sus correligionarios han alabado su dignidad y se disponen ya a destriparse los unos a los otros en unas elecciones primarias que el propio Hollande se comprometió a celebrar (otra decisión inédita para un presidente en ejercicio) y que probablemente hayan sido el vector determinante para que Hollande arrojara la toalla. En el improbable caso de que las hubiera ganado (Arnaud Montebourg, el crítico exministro de Renovación Industrial y candidato declarado a las primarias tenía mejores números que Hollande para ganar las mismas), es casi seguro que su tambaleante liderazgo hubiera salido tocado. François Hollande se hubiera quedado además a las puertas de la segunda vuelta de la elección presidencial, prevista para el 7 de mayo de 2017, en la que está casi cantado que otro François de pelaje bien distinto (Fillon) se alzará con la victoria. El campo de Fillon ha aplaudido también la decisión del presidente, a la que cínicamente han calificado como la mejor del último quinquenio.
Mariano Rajoy (el Wu Wei para los amigos de este blog), con el que François Hollande comparte tantas circunstancias, parece destinado a un destino más propicio: el gobierno de por lo menos una legislatura más. Dejando aparte su buena estrella, ambos hombres tienen ciertas diferencias sustanciales de carácter: al gusto por la seducción de Hollande se contrapone la remilgada vida amorosa de Rajoy, que parece no haber tenido por novia más que a su actual esposa. Hollande tiene fama igualmente de ser un bocazas, y de no poder contener ciertas e inoportunas confidencias a sus amigos (y en ocasiones amantes) periodistas, mientras que Rajoy es conocido por estar abonado al plasma.
Las semblanzas entre Hollande, que prometió ser un "presidente normal", y Rajoy son pese a todo, mayores. Ambos son aparachis salidos del alto funcionariado de sus respectivos países: el cuerpo de registradores de la propiedad en el caso de Rajoy y la Escuela Nacional de Administración y el Tribunal de Cuentas en el caso de Hollande. Ambos son conocidos por poseer un fino sentido del humor y gustar de la ironía, y pese a todo, ambos son personajes relativamente oscuros y poco carismáticos. Su ascenso a las más altas cumbres del Estado se debe no tanto a una voluntad de hierro y al talento, como pudiera ser el caso del antes mencionado Charles de Gaulle o de Felipe González en nuestra casa, sino a circunstancias casi accidentales (el dedazo de Aznar en el caso de Rajoy y el affaireStrauss-Kahn en el caso de Hollande). Y ambos son conocidos por su lentitud en la toma de decisiones (para los que no sigan de cerca la política francesa cabe recordarles el caso Leonarda).
¿Cómo es posible, pues, explicar la diferencia abismal en el destino del uno y del otro? O ¿por qué la impopularidad de Hollande le inhabilita para un nuevo mandato, y no en cambio a Rajoy? La gran diferencia, cree este bloguero, es de carácter ideológico y se resume de forma visible en la evolución de la curva de desempleo en ambos países como el lector podrá comprobar abajo:
Fuente: Eurostat (gráfico IGNACIO OLIVERAS).
En ambos casos se trata de un balance similar, en el sentido de que al acabar sus mandatos tanto uno como otro han sido ineficaces a la hora de reducir el desmpleo (con un aumento de un punto en tanto un caso como en el otro). En el caso de Hollande, sin embargo, la evolución del desempleo ha sido sostenida, mientras que en el caso de Rajoy ha habido una fortísima subida seguida de una bajada sustancial.
Desafortunadamente, tanto Hollande como Rajoy han sido alumnos aventajados de la Comisión Europea en materia de reducción del déficit, pero en el caso de Hollande, al iniciar su mandato se decidió enjuagar el mismo vía un aumento de los impuestos mientras que Rajoy lo envidó casi todo a recortes en el gasto público. La elección de Hollande con respecto a la de Rajoy es de sustrato ideológico, pese a que alguno quiera creer que las ideologías han muerto.
Tanto Hollande como Rajoy 'pivotaron' a mitad de sus mandatos: Rajoy redujo el ritmo de los recortes sustancialmente, mientras que Hollande, con la nominación de Valls como primer ministro, cambió los aumentos de impuestos por una cierta bajada (especialmente a las empresas).
Sin embargo, al ser las políticas iniciales de Rajoy tan nocivas, al dejar de aplicarse de forma efectiva en 2014 hubo un cambio de tendencia en España que no se produjo en Francia (en dónde las primeras políticas de Hollande no hicieron ni de lejos el mismo daño que los recortes de Rajoy en España). Dos años de padecimientos y dos para resurgir: Rajoy tenía un relato que podía vender a su electorado, mientras que Hollande no ya que no ha habido cambio de tendencia en Francia.
Desde el punto de vista de la razón (y en mi caso personal, el de la experiencia de primera mano), es fácil adivinar que el sufrimiento en la curva azul es mucho mayor que en la curva roja. De una manera cuasi científica, se podría medir ese sufrimiento como el aumento de la superficie debajo de cada curva y constatar que esa superficie creció más en España que en Francia, pero eso importa bien poco porque el storytelling pesa en política mucho más que los datos brutos, como bien sabía Antonio Gramsci, al que Rajoy parece haber leído por lo menos con tanto provecho como Pablo Iglesias.
Pese a todo, con el tiempo, François Hollande podrá, casi con seguridad, sacar pecho de por lo menos una reforma societal de calado (el matrimonio homosexual), y en el plano internacional, de haber presidido con éxito la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático en 2015. No es poco.
En su pasivo estará haber propuesto la retirada de la nacionalidad a los condenados por terrorismo de origen extranjero, lo que requería una histérica reforma de la Constitución que finalmente no se produjo, pero que dividió de forma completamente innecesaria a la izquierda como el propio Hollande tuvo el coraje de admitir en su despedida, su único lamento tras cinco años de poder en Francia. Bon vent, François Hollande!