Media, desviación típica y colas largas (y 2)
Las ideas que amenazan la convivencia en Europa no son muy sofisticadas ni nuevas, y consisten básicamente en convertir a un grupo de la población en el espantajo al que se atribuyen todos los males que afectan al grupo mayoritario. Los inmigrantes en Suiza son un ejemplo paradigmático.
La semana pasada me comprometí a retomar los conceptos de desviación típica y colas largas y a ligar los mismos con el resultado de un reciente referéndum promovido por la ultraderecha en Suiza para establecer cuotas de extranjeros de la UE, lo que ha roto de facto los tratados bilaterales en vigor entre Suiza y la UE.
Viví no hace mucho tiempo en Suiza y conozco bien la realidad que allí se cuece. Suiza es uno de los países del mundo con mayor número de extranjeros, el 22,8% de su población lo es, lo que quiere decir casi dos de sus ocho millones de habitantes. Un matiz: Suiza es uno de los países con leyes de acceso a la nacionalidad más restrictivas (rige el ius sanguinis) y muchos de los "extranjeros" son de hecho personas nacidas (y criadas) en Suiza de padres inmigrantes, que no serían extranjeros en prácticamente ningún otro país del mundo. Esto es particularmente cierto entre la comunidad extranjera más numerosa, la italiana, que ha dado nombre al término genérico secondo usado para designar el nombre de un hijo de inmigrantes nacido allí y que carece de la nacionalidad suiza.
La segunda comunidad más numerosa es la alemana, cuya llegada es más reciente y que es muy abundante en la orilla del lago de Zúrich. Esta comunidad esta formada básicamente por profesionales bien pagados (contables, médicos, etcétera) atraídos a Suiza por la proximidad cultural, el clima y la fortaleza del franco suizo. En general a los suizos les disgustan porque los perciben como arrogantes, ya que no aprenden a hablar los dialectos locales (Schwyzerdütsch). El perfil de los franceses es similar, pero están más integrados porque son menos -se concentran en los más pequeños cantones occidentales- y los francófonos son menos xenófobos, ya que rechazaron en bloque la iniciativa que fue aprobada en cambio en toda la zona germanófona, excepto en Basilea y Zúrich, que significativamente son las ciudades que cuentan con una mayor densidad de inmigrantes.
La mitad de los inmigrantes son pues europeos de la UE culturalmente bastante próximos a los suizos y que son los más afectados por la iniciativa de la UDC. La otra mitad viene principalmente de la zona de los Balcanes, y excepto para los croatas, recién admitidos en la UE y para los que Suiza ha decidido anular el protocolo que iba a permitir su libre circulación en Suiza después del referéndum, la iniciativa no va a cambiar gran cosa.
En la Fenomenología del EspírituHegel comparó las ideas de la ilustración a una especie de infección que se iba propagando por Europa, y que de forma sorda y casi imperceptible acabarían por imponerse a las ideas basadas en la fe. De manera similar, me parece que existe hoy en Europa un virus llamado xenofobia que amenaza el legado de los ilustrados y cuyas ideas, si acaban por lograr una realización plena, socavarán el fundamento mismo de la idea de Europa. Me temo por lo tanto que lo ocurrido en Suiza, que en el fondo no deja de ser una especie de Europa a escala 1/60 es solamente un síntoma de lo que queda por venir.
¿Cuáles son esas ideas que amenazan la convivencia en Europa? No son muy sofisticadas ni nuevas, y consisten básicamente en convertir a un grupo de la población, por lo general de carácter minoritario, en el espantajo al que se atribuyen todos los (pocos) males que afectan al grupo mayoritario. Los inmigrantes en Suiza son un ejemplo paradigmático.
Martillee usted durante veinte años la idea de que los extranjeros son un problema, y vocee histéricamente algunos hechos descontextualizados, como que algo más de la mitad de los crímenes graves los cometen extranjeros, o que los extranjeros suponen una proporción mayor de los demandantes del subsidio de desempleo que la que les correspondería. Pase usted por alto igualmente que casi la mitad del personal médico es extranjero, o que la aportación de los "malvados" extranjeros a la caja del estado es positiva, y agite el cóctel con unas gotas de proteccionismo, señalando que los extranjeros presionan los salarios a la baja, pero ignore sistemáticamente los efectos de los inmigrantes sobre la inflación o la competitividad nacional.
Cuando la psique nacional, de carácter naturalmente dado a la paranoia por la amenaza histórica que supusieron los austriacos, los franceses, los alemanes e incluso los rusos en tiempos pasados esté lo bastante amedrentada, plantee un referéndum con una pregunta tramposa, como si está usted a favor de prohibir la construcción de minaretes, y lance a los cuatro vientos que una negativa a la pregunta significa estar a favor de la construcción de minaretes. El millonario Christoph Blocher y el partido del que ahora, por razones tácticas, es vicepresidente han conseguido de esta forma marcar la agenda política de Suiza y la vida de los suizos de mi generación, entre los que el racismo abierto sigue siendo minoritario, pero no inexistente. Más que odiarlos, muchos ven a los extranjeros como a un cuerpo extraño, casi contaminante.
Los extranjeros de Suiza, son, en mi opinión, lo más interesante de un país que, según Orson Welles en 700 años de paz y democracia no había aportado a la humanidad más que el reloj de cuco. Entre los dos millones de inmigrantes de Suiza encontraremos a peluqueras cubanas, a Hervé Falciani, a un reponedor turco, a un campeón de motociclismo español, a un ex tigre tamil de Sri Lanka, a una investigadora rumana, a un contable austriaco, a un informático indio, a una estrella del pop francés en franca decadencia, a un comerciante libanés o al fundador de Ikea.
Si retomamos el argumento de Larry Summers de mi post anterior, que sostiene que la desviación típica de la población masculina es mayor que la de la femenina, podemos decir sin miedo a equivocarnos que la desviación estándar de los inmigrantes suizos es mayor que la de la población local, más concentrada alrededor de la media.
El hecho de que entre los extranjeros haya por ejemplo mayores índices de criminalidad se explica pues como una consecuencia completamente lógica de la propia naturaleza de la población en cuestión. Podemos intentar establecer 'causaciones' sobre si los patrones culturales o los de discriminación empujan a este grupo heterogéneo más a menudo al crimen, pero cualquiera que entienda las implicaciones de la desviación estándar en la larga cola anticipará fácilmente que los individuos de excepción (para bien y para mal) abundan más entre la población inmigrante. El Huffington Post publicaba recientemente una noticia sobre cómo sería la selección de fútbol helvética de no haber inmigrantes que ilustraba con una imagen la idea, mucho mejor que con 1.000 palabras:
Suiza es un país en el que no abundan las grandes glorias nacionales. Guillermo Tell es solamente una bonita leyenda, Leonhard Euler, maestro de las matemáticas, es sin duda la figura con una mayor contribución a la humanidad aunque Roger Federer, que es medio sudafricano, sea hoy casi seguro el suizo más célebre: en ambos casos sus mayores logros los han hecho yéndose de Suiza. La tradición suiza, hoy cuestionada por la UDC, de ser generosos con los asilados permitió sin embargo a personajes de la talla de Calvino, Chaplin, Lenin o Borges pasar largas temporadas de sus vidas en Suiza, enriqueciendo posiblemente el nivel intelectual del país.
La glorificación de la dimensión media en detrimento de la dimensión desviación típica en la que nos hallamos embarcados en Europa propiciará sociedades menos dinámicas, cerriles y amedrentadas. Si Larry Summers tiene razón y aceptamos que los hombres tenemos una mayor desviación estándar, a lo mejor en un futuro no muy lejano el grupo mayoritario, las mujeres, decide actuar contra los hombres, ya que competimos con ellas por los empleos y además los sociópatas pertenecen en general a nuestro vil sexo, ¿no es cierto?
En este sentido, creo relevante recordar que Appenzell Rodas Exteriores (uno de los cantones suizos que mantuvo por más tiempo el Landsgemeinde o asamblea comunal como órgano legislativo) concedió el voto a las mujeres hace poco más de veinte años, lo que nos permite ver los límites de la democracia directa mejor incluso que las sucesivas iniciativas victoriosas de la UDC.
Añadiré para concluir que la estadística depara finalmente a los suizos y a otros adoradores de la media una agradable sorpresa: la regresión hacia la media, o tal como la describió Sir Francis Galton, primo de Darwin y el primero en observar el fenómeno, la reversión a la mediocridad. Galton observó que los hijos de padres muy altos solían ser altos, pero menos que sus padres. Igualmente, los hijos de padres muy bajos solían ser bajos, pero menos que sus padres. El aparejo matemático que Galton ayudó a desarrollar con sus estudios nos permiten considerarle el padre de la regresión lineal.
La regresión a la media se presta a equívocos, y aunque es un fenómeno estadístico incontrovertible hay quien puede erróneamente interpretarla como una convergencia hacia la media, lo que no es a menudo cierto. Hay que entenderla como el proceso por el que si realizamos una observación de un fenómeno que arroja un valor extremo y que depende de variables aleatorias, la observación siguiente tenderá a estar más cerca de la media. Por ejemplo, aunque las hijas de Amancio Ortega serán multimillonarias, lo serán menos que su padre, y sus nietos serán casi con seguridad menos ricos que sus madres, y pese al increíble patrimonio del gallego, muy probablemente alguno de sus tataranietos vuelva a formar parte de la clase media a la que Ortega pertenecía no hace mucho, lo cual nos dice mucho sobre el futuro de la familia Ortega pero muy poco sobre la desigualdad en España, en la que si el gobierno de turno recorta las pensiones o las becas probablemente aumentará.
A los ciudadanos suizos a quienes les preocupan los inmigrantes y el futuro de su país cabe pues conminarles a que les den a los extranjeros tiempo de procrear una o dos veces, y constatarán tristemente que sus hijos serán igual de mediocres que los de los propios suizos.