Matrimonio y cáñamo para todos
Cientos de miles de franceses se manifestaron en París contra el proyecto de ley que se ha dado en llamar matrimonio para todos. Asistir al debate sobre el matrimonio gay en Francia es como viajar en el tiempo, y por una vez en este viaje España es la estación del futuro y no la del pasado.
La semana pasada escribía que el debate más candente en Francia en estos momentos concernía el cierre de unos altos hornos en Lorena, pero la actualidad dejó obsoleto el post en el mismo día de su publicación: cientos de miles de franceses se manifestaron el domingo 13 de enero en París contra el proyecto de ley que se ha dado en llamar matrimonio para todos, es decir, contra el matrimonio homosexual.
Fue un día de enero frío y lluvioso, y pese a todo unas 800.000 personas según los organizadores -pero más probablemente medio millón- se dieron cita en el Campo de Marte bajo la torre Eiffel, escenario bien conocido por todos los españoles como el lugar en el que Indurain, el último mito del ciclismo al que (aún) no han desposeído de alguna victoria del Tour subía al podio año tras año. Bien escamado por una manifestación de signo contrario mucho menos numerosa -la mayoría en Francia está a favor, pero el no es siempre más movilizador que el sí- que la semana anterior dejó intransitable el centro de París, me quedé en mi aparthotel haciendo la colada.
En los últimos años que he pasado errando por el mundo he seguido con interés los debates que aquí en Francia denominan societales como una forma de conocer mejor el terreno que piso.
Suiza resultaba altamente interesante en ese sentido porque pese a ser un país cercano los temas debatidos resultan difícilmente concebibles en cualquier otra sociedad europea. Los suizos están armados hasta los dientes, ya que el servicio militar es obligatorio y todos los hombres adultos pertenecen al Ejército, en el que han de servir 300 días durante un periodo de 10 años después de los cuales pasan a la reserva. No cumplir con esta obligación cívica, aunque sea por enfermedad, conlleva un pago de un impuesto suplementario de una cuantía tan disuasoria que incluso los individuos con menos espíritu militar no se plantean seriamente la objeción de conciencia. Después de completar la mili suelen conservar las armas en casa, por lo que siempre procuré estar a buenas con mis vecinos, y estando yo allí hubo un referéndum que pretendía controlar esta práctica ancestral que no cambió nada. Otra cuestión de debate bastante surrealista a la que tuve el privilegio de asistir tenía que ver con el oficio más antiguo del mundo, ya que la prostitución de menores está prohibida en Suiza desde hace sólo unos meses: al ser legal esta actividad allí y la mayoría sexual estando fijada en 16 años, una chica de 16 años podía ejercer la prostitución en Suiza con total legalidad, eso sí, con permiso paterno.
En Singapur la prostitución es también legal, pero la homosexualidad masculina (que no la femenina) está prohibida. Esta represión contra los homosexuales masculinos resulta aún más sorprendente puesto que si uno se pasea por Geylang, el barrio rojo local, no es raro cruzarse con ladyboys. Además desde la perspectiva machista subyacente la prohibición es absurda: a los machos alfa les interesaría prohibir la homosexualidad femenina pero fomentar la masculina, en base al adagio de "así a más tocamos".
El gran debate en Mauricio el año pasado fue el del aborto, que acaba de ser legalizado con una ley de supuestos bastante restrictiva a la que Gallardón le gustaría retrotraernos, pese a que esta cuestión parecía ya superada en nuestro país.
Asistir al debate sobre el matrimonio gay en Francia es como viajar en el tiempo, y por una vez en este viaje España es la estación del futuro y no la del pasado. Los argumentos en contra los conocemos bien en España, así como las grandes manifestaciones auspiciadas por una derecha cuyo principal interés en el asunto consiste en desgastar al Gobierno. No siendo homosexual, personalmente tengo casi tan poco interés por el matrimonio gay como alguno de los exministros de Sarkozy que desfilaron en la manifestación del domingo, una estampa muy inhabitual en Francia y que se explica básicamente por razones de oportunidad política. Porque finalmente éste es uno de esos asuntos que cualquier persona mínimente tolerante se da cuenta de que se trata de una extensión de libertades hacia una minoría que no va en detrimento de derecho alguno de la mayoría.
Como la legalización del cannabis, que considero aún más interesante como controversia ya que supone una extensión de libertades no ya de una minoría sino de la mayoría. Que la derecha española pueda plantearse liderar un proceso de extensión de libertades puede a muchos parecernos una quimera, pero creo que la timidez de Rajoy a la hora de pedir un rescate a la UE abre una ventana de oportunidad en estos tiempos de absurda obsesión europea antidéficit: legalizar el cannabis supondría una nueva fuente de impuestos indirectos de esas que tanto gustan a nuestro Gobierno.
Mientras no arranque el debate, ahora que estoy en París por lo menos Holanda, país en el que vive mi hermana mayor desde hace unos años, me queda a tiro de piedra. Como yo y como tantos otros, Mariana es una JESP: ingeniera con el número uno de su promoción y hablando cinco idiomas, optó por el exilio antes de resignarse a un subtrabajo. Y Olé.