Ucrania no es ni una zona de contención ni un Estado satélite
Europa habla tanto sobre democracia y derechos humanos que, en nuestro fuero interno, nos creemos mejores que la agresiva América y la China opresora. Debemos actuar. De nosotros depende que Ucrania sea un país normal en el que la gente vea a sus hijos crecer.
Las políticas internacionales suelen ser un revoltijo opaco de intereses económicos, estrategia militar y simbolismo político, lo que fue descrito como el Gran Tablero Mundial por un antiguo consejero de Carter y Clinton. No obstante, en todas las reglas hay una excepción: el compromiso claro que Angela Merkel y François Hollande traen a Moscú con sus reuniones. El compromiso es frenar a Putin y hacer que retire sus tropas.
No podemos dar al presidente ruso lo que quiere: convertir a Ucrania una vez más en un Estado satélite de la Madre Rusia. Viktor Yanukovich (que gobernó entre 2010 y 2014) ya encauzó este plan. Ucrania conoció el capitalismo para amigos. Los manifestantes de Maidan querían una Ucrania democrática que pudiera salir de toda la corrupción enfermiza. La propaganda rusa parecía venir de la era soviética. Intentaron mostrar esta protesta popular como una conspiración fascista. Al final, los manifestantes consiguieron destituir a Yanukovich. En las elecciones de octubre de 2014, la extrema derecha perdió 31 de sus 37 escaños en favor del centro pro-europeo. Es este fantástico progreso el que Putin quiere negar por medio de la fuerza militar.
Hay gente que dice que Hollande y Merkel quieren hacer de Ucrania una zona de contención con la esperanza de que esto baste para que Putin retire las tropas. En este plan Ucrania está obligada a permanecer neutral. No hay adhesión a la Unión Europea ni a la OTAN, pero tampoco hay alianzas ni acuerdos especiales con Rusia. Por muy razonable que pueda parecer esta oferta, podría ser simplemente una solución a corto plazo para frenar la violencia en Ucrania. En primer lugar, porque esas formas de neutralidad impuesta no suelen durar. Como belga, sé perfectamente cómo nos fue durante la Primera Guerra Mundial. Tampoco es una buena idea en cuanto a principios. Puede que zona de contención suene más inocuo que Estado satélite; pero también significa que un país y su pueblo están siendo reducidos a un instrumento de dos bloques de poder. Es como decir: dejad de soñar con la democracia, la igualdad de oportunidades y la distribución justa de las riquezas; ahora sois un vacío que debe absorber los choques geopolíticos. Como máximo, un punto de tránsito para el gas ruso y las máquinas alemanas.
El pueblo ucraniano también tomó las calles en 2004 en busca de libertad y democracia, pero después de una breve Revolución Naranja, volvieron a convertirse en un régimen oligárquico. Aun así, esto no acabó con su moral, porque casi diez años después entraron en la misma lucha incluso con más determinación: ser libres y sin restricciones para decidir su propio destino. Al reducir su país a una zona de contención, les privamos de esta perspectiva.
Las posturas de Merkel y Hollande, por una parte, y la de Putin, por otra, están a kilómetros de distancia. Si las negociaciones en Moscú fracasan, pondrán a Europa y a Estados Unidos en una posición clara para ayudar a Ucrania a defenderse. Entre otras cosas, proporcionando al país sistemas de inteligencia, imágenes por satélite y ciberdefensa. Ucrania es nuestra responsabilidad. En primer lugar, porque nuestras economías están ligadas por decenas de miles de millones en exportaciones e inversión. Pero, lo más importante, si fracasamos y ofrecemos nuestra mano a Putin, significa que renunciamos a nuestro orden jurídico internacional y al principio legal de que todos los países tienen derecho a la autodeterminación. Europa habla tanto sobre democracia y derechos humanos que, en nuestro fuero interno, pensamos que somos mejores que la agresiva América y la China opresora. Así que ahora es el momento de actuar. Ucrania está en el continente europeo y, por tanto, de nosotros depende que no se convierta ni en una zona de contención ni en un Estado satélite, sino en un país normal en el que la gente vea a sus hijos crecer.