¿Puede el agua limitar el futuro de la raza humana?
La imagen de la Tierra no deja dudas de que habitamos un planeta lleno de agua. Si nos guiamos en su apariencia externa, Tierra en realidad no es el nombre más apropiado. Sin embargo, la enormidad de esta masa de agua vista desde el espacio oculta desafíos. Solo el 2,5% de este recurso es agua dulce apta para el consumo, y una proporción menor es accesible sin costosas tecnologías.
La imagen de la Tierra desde el espacio no deja dudas de que habitamos un planeta lleno de agua. Si nos guiamos en su apariencia externa, Tierra en realidad no es el nombre más apropiado. Sin embargo, la enormidad de esta masa de agua vista desde el espacio oculta los desafíos en torno a la gestión de esta sustancia, tan central para la vida.
Solo el 2,5% de este recurso es agua dulce apta para el consumo humano, y una proporción aún menor es accesible sin recurrir a costosas tecnologías. Las actividades humanas consumen casi un tercio del agua dulce disponible, de acuerdo a cálculos recientes. Esta proporción no hará más que crecer junto con el aumento de la población mundial. Ciertas áreas, en particular aquellas habitadas por las personas más pobres, ya están sufriendo escasez extrema de agua.
En muchos aspectos, el agua podría convertirse en la principal limitación de cara al futuro de la humanidad, dado que es central para todo lo que hacemos, especialmente para los sectores agropecuario y energético. Los líderes mundiales deberán lidiar con las consecuencias de la disponibilidad, distribución, acceso y sostenibilidad del agua en la producción de alimentos y energía para satisfacer las necesidades de una población creciente. Los cálculos apuntan a que se necesitará un aumento del 70-100% en la producción de alimentos para el año 2050 y al menos un 40% más de generación energética para 2030. El agua tendrá un papel protagonista en términos de poder satisfacer o no esa demanda.
La escasez de agua representa un problema para el quehacer diario de la gente en muchas regiones que ya están sintiendo el impacto del cambio climático con sequías más largas y tormentas cada vez más frecuentes y poderosas. Alcanzar estos objetivos de producción alimentaria y energética requerirá de un enfoque integrado y transversal que combine estrategias para el agua, seguridad alimentaria y energía. Las soluciones más efectivas deberán compensar los desequilibrios entre los diferentes sectores, así como incorporar la sinergia surgida del nexo agua-alimentos-energía.
Hoy en día alrededor del 80% de la población mundial afronta un alto nivel de riesgo de escasez de agua. El mayor consumidor de agua dulce es la agricultura, que representa el 70% del consumo mundial de la misma y más del 85% en muchos de los países menos desarrollados. El mundo está produciendo más alimentos, pero el sistema de producción también desperdicia más; un tercio de los alimentos para consumo humano -unas 1.300 millones de toneladas- se pierden cada año. Estos alimentos desperdiciados significan agua perdida y mayor escasez del líquido.
El Informe del Foro Económico Mundial 2014 identificó al agua, el cambio climático, los eventos climáticos extremos y los alimentos, como las áreas de mayor riesgo para la actividad humana a nivel mundial. Sin embargo, muchos líderes todavía no se dan cuenta de la magnitud de la amenaza planteada por la escasez de agua.
A nivel mundial, alrededor de 1.300 millones de personas carecen de electricidad y la mayoría de ellas dependen de la leña y el carbón vegetal como la principal fuente de energía para cocinar. Este es el mayor factor impulsor de la deforestación, que a su vez causa la degradación acelerada de los recursos de agua dulce a través de la sedimentación y la contaminación.
Una reacción en cadena negativa se avecina: alimentar a una población creciente resulta en una mayor conversión de hábitats naturales para uso agropecuario; una mayor producción de alimentos significa más agua desperdiciada; poblaciones crecientes en regiones energéticamente pobres resulta en deforestación para la obtención de combustible; más procesamiento y distribución significa más emisión de gases de efecto invernadero; el calentamiento global sobrecarga los ambientes semiáridos, y así sucesivamente.
América Latina tiene la llave al futuro
Algunas regiones se han visto beneficiadas por abundantes y accesibles fuentes de agua dulce. América del Sur posee 12 de los ríos más grandes del mundo en cuanto a caudal -Amazonas, Orinoco, Madeira, Paraná, Negro y Japurá- además de los mayores lagos tropicales: Maracaibo, Titicaca y Poopó. En su conjunto, la región ostenta una de las mayores dotaciones de agua dulce per cápita del mundo, unos 110.500 pies cúbicos por persona por año. No obstante, incluso en este paraíso acuático, están surgiendo problemas. Para hacer frente a alguno de ellos, es importante actuar de manera proactiva, en especial cuando existan potenciales conflictos internacionales por el acceso al agua.
La cuenca acuífera del Guaraní abarca cuatro países y se extiende solo en Brasil sobre más de 1,2 millones de kilómetros cuadrados, lo que equivale a una extensión equivalente a los territorios de Inglaterra, Francia y España juntos. El Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM) trabaja junto al Banco Mundial en unir a los gobiernos de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay para apoyar la construcción de un marco técnico, legal e institucional común para administrar y conservar la cuenca acuífera.
Esto ha permitido abordar los problemas ambientales derivados de la rápida expansión de los cultivos de soja, que ha sido el motor de la expansión económica de estos países. También permite generar beneficios a nivel local a través de inversiones en sistemas de tratamiento de aguas residuales para evitar la contaminación.
Como muestra la imagen desde el espacio, el agua no respeta fronteras. Una visión integrada es clave para desarrollar el nexo agua-alimentos-energía.
Esto incluye una transformación en los marcos político y normativo, fomentando enfoques innovadores con el potencial de incluir programas que brinden beneficios a gran escala, fortaleciendo la capacidad institucional y el proceso de toma de decisiones a todo nivel, convocando alianzas entre múltiples partes interesadas y a través de sectores y fronteras internacionales. Este realmente es el camino del futuro.