Las dos Españas
No son políticas. Ni mucho menos. Aquí ya no hay izquierdas ni derechas. Hace tiempo que la política se transformó en economía y hoy la única diferencia estriba entre los representantes que se empeñan en dedicar los beneficios a mejoras sociales y los que optan por llevárselos a casa.
Las dos Españas a que me refiero no son políticas. Ni mucho menos. Aquí, como en casi todas partes, ya no hay izquierdas ni derechas. Hace tiempo que la política se transformó en economía y hoy, independientemente del partido a que pertenezcan, la única diferencia estriba entre los representantes que se empeñan en dedicar los beneficios a mejoras sociales y los que optan por llevárselos a casa. Sólo en eso consiste la política económica. A los presidentes del Gobierno no les juzgará la historia por la balanza de pagos (que en nada depende de ellos por mucho que se empeñe ahora Aznar en adjudicarse la época de bonanza que le tocó en suerte) sino en el uso que hayan hecho de los dineros que se encontraron sobre la mesa al llegar al poder.
A los líderes de hoy, más que una ideología, se les debe exigir honradez y que intenten hacerlo lo mejor que puedan. Y en esta última tarea, la de diseñar el futuro de nuestro país, es donde yo percibo que andamos atascados entre dos modos antagónicos de entender la vida. Entre la España de Banesto y la del Santander. Entre la España de la humanidad y la España de la eficacia.
El problema es que, como la humanidad tiende a confundirse con la chapuza, hemos dado en desecharla. Adiós Banesto. Y que, como la eficacia exige reunirse con Botín los domingos por la mañana, nos estresa. Hola Santander. Y digo yo: ¿no habrá un punto intermedio? ¿No podemos preservar el Mediterráneo de Serrat, pero tomando notas para que no se nos olviden los encargos? ¿No podemos aprender de una vez a delegar tareas en subordinados capacitados, en lugar de tener a un montón de pelotas esperando unas instrucciones nuestras que nunca llegan porque no damos abasto? No propongo que hagamos una regresión al pasado. Prefiero el Madrid lleno de deudas que Gallardón convirtió en ciudad de referencia en el mundo, al Madrid lleno de dudas que Ana Botella ha vuelto a transformar en un pueblo grande. Pero eso no significa que tengamos que copiar a Estados Unidos y convertir la vida sólo en sacrificio y trabajo. Ni mucho menos.
Vivimos del turismo. Atraemos a millones de seres humanos que se mueren por tomarse un cruasán a la plancha en el Café Gijón y cada vez les abrimos más Starbucks. Pues, para eso, se van a quedar en casa. O van a optar por Croacia. ¿No sería mejor dar con un café español que tenga conexión wifi? El modelo no pasa por copiar a Estados Unidos, sino por volver eficaz lo nuestro. El ejemplo a seguir lo marca el Mercado de San Miguel. Y El Corte Inglés lo sabe. No sé a qué esperan sus ejecutivos para abrir la planta baja de sus almacenes al sol, romper tabiques y acristalar estradas, y reconvertirse en una plaza pública; porque a nosotros ya no nos apetece meternos a comprar en una cueva lo que otros nos ofertan a plena luz y los extranjeros ya tienen Harrods, Bloomingdales y Macy's para subir en escaleras mecánicas.
No se trata de sustituir la Casa de Córdoba, el patio más bello de Madrid para tomarse una cerveza en verano, por un centro comercial. Se trata de hacer viables los tiestos de geranios y los boquerones fritos. No se trata de gastarse un dineral en promocionar el pop español en Nueva York, donde poco podemos competir con U2 o con Shakira; se trata de mandar a tomar por saco la flauta en los colegios e impartir clases de música de verdad en las aulas. Para que los alumnos aprendan a amar los instrumentos y salga pronto un nuevo Manuel de Falla.
Esta España necesita eficacia. Desterrar el "tranquilo, que de eso me encargo yo" y adoptar las discusiones de grupo. Aprender, como lo hizo a regañadientes el Museo de El Prado, que no es incompatible Velázquez con tener una tienda de recuerdos que te sanea las arcas. Enseñemos a nuestros hijos a llegar puntuales; a construir las puertas de los cuartos de baño más anchas por si les visita un amigo en silla de ruedas; a hablar idiomas para evitar los errores de las traducciones; pero no les engañemos con la falacia de que la vida consiste en tomarse un café con leche fría porque no es posible esperar a que se enfríe de forma natural compartiendo en la barra una conversación con los amigos.
España necesita eficacia pero no puede permitirse el lujo de perder la humanidad. Aquí, y lo digo con orgullo, somos más del Carnaval de Cádiz que de los casinos de Las Vegas. Y más nos valdría hacerle un upgrade 5.0 a los disfraces que permitir la aberración de regalarle un solar de nuestra patria a un grupo de ocio norteamericano que nos va a dejar a todos ociosos. Una cosa es que La Mancha no consista sólo en Don Quijote; y otra muy distinta que la manchemos impunemente porque no nos hemos puesto a pensar en serio cómo sacarle más partido a Sancho Panza.