Túnez, entre el mar, la violencia o el desierto: los testimonios de los migrantes
Médicos Sin Fronteras (MSF) recopila la historias de algunos de sus rescatados en el Mediterráneo, aterradoras experiencias de las que no hay rastro en el acuerdo recién firmado por la Comisión Europea y el país norteafricano.
Entre el 15 y el 16 julio, mientras la Unión Europea y Túnez ultimaban y firmaban un acuerdo de Asociación Estratégica con un paquete de financiación de hasta 1.000 millones de euros para el país norteafricano (incluidos 105 millones para la "gestión de fronteras", el Geo Barents, el barco de rescate de Médicos Sin Fronteras (MSF) rescataba en once operaciones a 421 personas que huían precisamente de Túnez.
A bordo, varias personas subsaharianas relataron a los equipos de MSF terribles historias de miedo, tortura, abusos, detenciones arbitrarias, expulsiones al desierto y violencia en Túnez. Sus historias muestran la terrible situación para los africanos negros que se ha visto agravada dramáticamente desde finales de febrero. "Prefiero morir en el mar que volver a Túnez. Todo es difícil allí. La policía no nos deja [en paz]. Los tunecinos no nos dejan [en paz]", decía un joven de 26 años. "Túnez es otro mundo. Cuando caminas, la gente te escupe. Se tapan la nariz como si olieras mal. El negro allí no tiene ningún valor. Los animales son más respetados que los humanos", afirma otra mujer, de 32.
Son palabras que se repiten, testimonio a testimonio, y que dan cuenta de la gravedad de la situación que sufren estas personas al cruzar el país norteafricano. Fatima -nombre ficticio, como todos los que aparecerán en este texto, por razones de seguridad- señala: "Antes de que hablara el presidente, Túnez ya estaba mal. Cuando habló diciendo que los negros tenían que volver [a su país], todo empeoró. Empezaron a derribar casas. Si querías coger un taxi, te decían que tenías que ir andando. [...] Actualmente, en el centro de la ciudad de Sfax, están tirando la mercancía [de los migrantes], quemando, golpeando y enviando a la gente [a las fronteras]. Es lo que han decidido hacer ahora. Dicen que somos demasiados en su país y que tenemos que irnos. Quieren que nos vayamos [...]. Todos vinimos a Túnez pensando que podríamos tener algo mejor para nuestra familia. Sin embargo, aquí no podemos. Ni trabajar ni respirar. Aquí no son bien recibidos. Ni siquiera lo ocultan".
Se refiere a que el 21 de febrero de 2023, el presidente tunecino, Kais Saied, hizo una declaración en la que incriminaba a los africanos subsaharianos en Túnez, acusándolos de querer cambiar la composición demográfica del país. Tras el discurso, los supervivientes denunciaron un aumento de la violencia y los abusos por parte de las fuerzas de seguridad tunecinas, detenciones arbitrarias, robos de pertenencias, incluso durante la detención, en las calles o en los puestos de control, y expulsiones colectivas a las fronteras con Argelia y Libia, que ya se estaban produciendo antes pero que aumentaron a partir del mismo.
Además, se produjeron ataques y violencia organizados por la población civil en entornos urbanos y redadas, que incluyeron insultos racistas, apedreamientos y agresiones con arma blanca. Los supervivientes reportaron desalojos masivos de personas subsaharianas, discriminación racial y denegación de acceso a bienes y servicios.
"Una mañana me levanté y vino el dueño de la casa y me dijo: 'El presidente ha dicho que los africanos tenéis que iros a casa. Ya no podemos acoger africanos'", cuenta Fátima.
Otro hombre de 26 años se centra en lo expuestos que están. "Un día habíamos terminado de trabajar y volvíamos a nuestra casa en Sfax, la policía vino a atraparnos y nos arrojó a Argelia. Nos quitaron el dinero, el teléfono. Se lo llevaron todo. Todos los problemas que tuve fueron con la policía. Te ven por la calle y te detienen. Un día estaba con un amigo, era sábado, y habíamos terminado de trabajar sobre las dos de la tarde. La policía nos detuvo y se lo llevó todo. La policía tunecina no quiere ver a negros. Nos odian. Cuando nos llevaron a Argelia, caminamos durante casi una semana por el desierto. Esto fue hace 4 semanas, como hace un mes. Volvimos a Sfax la misma semana después de que nos empujaran de vuelta a Argelia".
En ambiente en Sfax lo corrobora otra mujer de 32 años, rescatada igualmente en julio por el Geo Barents. "En el centro de la ciudad de Sfax persiguen a los negros. Cogen a los negros y los envían a Kasserine, en la frontera con Argelia. Con papeles o sin ellos. No puedo recomendar a nadie que vaya a Túnez. Allí no se puede estar tranquilo. Incluso cuando duermes, no duermes bien, porque en cualquier momento pueden venir y romperte la puerta".
Otro varón de 26 expone el deterioro en la atención de las autoridades. "La primera vez [en prisión] no me pegaron y nos dieron pan para comer. Un pan al día. La segunda vez, no había nada. Ni comida, ni agua. Te dicen: ‘No, los baños están cerrados’. No hay comida. Una vez dije que quería ir a los aseos y me dieron una patada. Golpearon a una chica en la espalda porque quería ir al baño. Se cayó. [...] Después de tres días, nos metieron en un coche y nos dejaron en la calle. Pero se llevaron nuestros teléfonos y nuestros sueldos. Se lo llevaron todo".
Esa violencia policial es un lugar común en las historias de los rescatados. "A veces, sales, viene la policía y te ataca. La policía me desnudó dos veces. Una vez nos pillaron cuando estábamos en el jardín. Nos dijeron que subiéramos al coche. Nos llevaron a un campo de olivos, nos desnudaron y nos cachearon. No sabíamos por qué. Nos dejaron allí. Cogimos un taxi para volver a casa. En otra ocasión, fui a Túnez porque tenía el pasaporte caducado y quería renovarlo en la embajada. De vuelta a Sfax, en el puesto de control, la policía me paró y me cacheó. Llevaba conmigo unos 700 dinares tunecinos. Me lo quitaron todo", afirma otro hombre de la edad del anterior.
Una rescatada, de 32 años, expone un duro caso de violencia. "Fuera es peligroso. Porque empezaron los empujones. Vinieron a casa de mis vecinos y rompieron la puerta. Esto es algo que ocurrió ante mis ojos, no algo de lo que me enteré. Rompieron la puerta de mi vecino; yo seguía todo desde dentro. Él [el vecino] quería hablar, pero ellos [los que rompieron la puerta] cogieron su cuchillo y lo apuñalaron. Cuando se fueron y yo salí, comprendí que le habían apuñalado. No paraban de gritar. Le apuñalaron así, por nada".
Otro apuñalamiento narra Achille, rescatado por el Geo Barents en julio. Aún recuerda la abrumadora sensación de que algo iba mal una mañana de febrero, cuando cogió su autobús habitual para ir al trabajo en Túnez y no vio a otros africanos negros por la calle. "En un momento dado, alguien del autobús golpea mi teléfono contra el suelo y empieza a pegarme mientras la policía, que estaba cerca, no hacía nada. Me sacaron a rastras del autobús y siguieron golpeándome por la calle y algunos me apuñalaron con un destornillador", indica.
"Nos pegaban, perseguían y agredían si nos encontraban en la calle. Nos dijeron que abandonáramos nuestras casas negras. La gente empezó a saquear y a lanzar cócteles molotov contra nuestras viviendas", recuerda Achille. "Muchos resultaron gravemente heridos. No sabemos qué les pasó".
Un chico de 17, Mamadu, insiste en este comportamiento poco amable por parte no sólo de las autoridades, sino de la ciudadanía. "Los cuatro meses que pasé allí los ciudadanos tunecinos nos atacaron y nos robaron. Pero no nos peleamos con ellos. La policía tunecina vino y nos dijo ‘si no sois serios, los ciudadanos de Túnez os matarán aquí’. [...] Los ciudadanos de Túnez dijeron: ‘no necesitamos negros aquí en Túnez". Hasta alquilar es un imposible: "Me desahuciaron. Todos los propietarios desahuciaban a inquilinos africanos. Lo perdí todo. Vivía en Túnez. Una mañana me levanté y vino el dueño de la casa. [...] Me dijo: ‘El Presidente ha dicho que los africanos tenéis que iros a casa. Ya no podemos acoger africanos’", afirma una mujer de 32 años.
Y completa una de 34: "Fue la población [civil] la que nos desalojó de nuestra casa en Sfax. Vinieron con machetes; empezaron a romper las puertas, a golpear, a asaltar las casas. Para ver si había dinero. Empezaron a tirar nuestros colchones para ver si teníamos dinero escondido. Lo dejamos todo. Fue muy complicado. Nos fuimos sin nada".
A veces, se ha llegado al secuestro y la tortura. "Empecé a tener problemas en la frontera entre Argelia y Túnez. Un grupo de árabes tunecinos me secuestró allí, en la frontera entre Túnez y Argelia, a principios de octubre de 2022. Estuve secuestrado durante 12 días en una casa, una especie de obra, con el conocimiento de todo el mundo. La gente pasaba, niños y mujeres, mientras yo estaba atado y recibía golpes con un bate de béisbol. En la cabeza, también con botellas. [...] Me grabaron en vídeo y pidieron rescate a mi familia. Sólo conseguí una parte de lo que pedían, porque mi familia es bastante pobre. Fueron unos amigos que tengo en Francia los que consiguieron reunir unos 700 euros. Con eso pudieron comprarme. Conseguí salir y continué mi viaje a pie". Lo afirma un hombre joven, de 23 años.
La ayuda a veces sólo toma forma de un pescador, como cuenta este niño de 16 años. "El primer intento [de cruzar el mar] fue alrededor de enero, febrero. [...] En abril fue mi tercer intento. Estábamos a sólo seis kilómetros de la orilla [...] y había pescadores. Vinieron y nos detuvieron por la fuerza. Intentaron quitarnos el motor. Permanecimos cuatro días en el agua. Íbamos a la deriva. El agua nos arrastraba. Los pescadores se llevaron el motor para ir a venderlo. [...] Al cabo de cuatro días vino otro pescador y nos ayudó. Avisó a la Guardia Nacional tunecina, pero dijeron que ahora no tenían tiempo, que estaban capturando a otras personas con barcas con motor. Los vimos con mucha gente volviendo a Sfax. Nos adelantaron, pero no nos llevaron con ellos. Intentamos entonces convencer a los pescadores para que nos llevaran de vuelta. Algunas personas le dijeron que le darían dinero, pero él dijo que no, que estaba bien. Se fue a pescar y luego volvió. Nos llevó y tres horas después volvimos a Sfax".
Acuerdos a costa de vidas y violaciones de derechos humanos
Túnez se ha convertido en el principal punto de partida de las travesías del Mediterráneo central hacia Europa en 2023, superando a Libia. Se calcula que, en los seis primeros meses de 2023, el 56% de las personas que llegaron a Italia a través de la ruta del Mediterráneo central embarcaron en Túnez; más del doble que en el mismo periodo de 2022.
"El acuerdo replica las peligrosas políticas migratorias de la UE que cada vez ‘incentivan’ más a terceros países para aumentar la disuasión y la contención de las personas que intentan llegar a Europa”, denuncia Juan Matías Gil, coordinador general de Operaciones en el Mediterráneo de MSF. “Dicho acuerdo amparará con impunidad y sistematizará la violencia contra los migrantes en Túnez y convierte a la UE en cómplice de sus muertes y abusos. Estas políticas migratorias irresponsables ponen en último lugar el bienestar y los derechos de las personas en movimiento y las atrapan en ciclos de violencia, abuso y desesperación".
A la luz de los testimonios recogidos a bordo del Geo Barents y de su experiencia, MSF pide a los Estados miembros de la UE que se opongan a la aplicación del componente de gestión de fronteras del acuerdo con Túnez y se posicionen en contra de la proliferación de acuerdos que no ofrecen rendición de cuentas ni salvaguardias contra la violación de los derechos humanos en torno a las migraciones forzosas.
Aunque los equipos de MSF solo han podido hablar con algunas de las personas que han conseguido huir y fueron rescatadas, la vida y la seguridad de muchas más está en riesgo. Su bienestar y sus derechos han sido abandonados por las políticas migratorias europeas, replicando acuerdos mortales, como los acuerdos con Turquía y Libia, para externalizar los controles fronterizos e incentivar a países como Túnez y Libia a llevar a cabo medidas agresivas de expulsión y disuasión.
"Túnez no es un lugar seguro para las personas negras", alerta Achille. "A todos mis hermanos negros les desaconsejo encarecidamente que vayan a Túnez. No es un lugar seguro. Hay un racismo extremo. Nunca fue mi intención cruzar el mar. Jamás. Para mí, tomar el mar era un riesgo enorme", concluye Achille.