Meloni, año I: un astuto acto de equilibrio entre el pragmatismo y su alma ultra
Cuando se cumple un año de la victoria en Italia de la líder neofascista toca hacer repaso: su atlantismo y compromiso con Ucrania le han dado empaque mundial, mientras en casa cumple poco pero apunta maneras con sus peleas ideológicas.
El 25 de septiembre de 2022 se consumaba la victoria en las urnas de Giorgia Meloni, la líder de Hermanos de Italia, una formación neofascista que pasó de una posición residual a primera fuerza con un discurso de cambio frente al fracaso de Gobiernos encadenados. Un año de Meloni como la primera mujer en gobernar el país transalpino, un año de la vuelta al poder de resabios del pasado, pero en el que la primera ministra ha mantenido un astuto acto de equilibrio entre el pragmatismo y su alma ultra.
El miedo a la involución era mucho. Sus Fratelli ponían ideológicamente en jaque libertades de décadas. Pero Italia no se ha deshecho. Meloni ha sabido ir combinando varias caras y forjarse una imagen más edulcorada, menos amenazante, sobre todo en política internacional. Sus apuestas fuera han sido claras, las que empezó ya a mostrar en la campaña electoral, en un intento de hacerse menos peligrosa: defensa del atlantismo, tono constructivo con la Unión Europea, política fiscal relativamente conservadora... Sin ruptura y sin choque. Parece una estudiante aplicada, que se aferra a la realpolitik.
Dentro es otra. Sus apuestas y su programa siguen siendo de derecha extrema, pero los lleva adelante poco a poco, en el Parlamento, eludiendo la política ideológica, tan desgastante, que deja en manos de los demás miembros de su Gobierno. Ha tomado medidas populistas: en busca de la reducción de inmigración, contra los modelos no "tradicionales" de familia o por la desaceleración de la transición verde. Cada paso, empapado de retórica nacionalista, con palabras repetidas como "soberanía", "patria" o "valores". Todo lo que ya estaba en el discurso en un mitin de Vox por que el se dio a conocer en España.
La primera ministra ha atenuado aquella grandilocuencia, pero sus hechos no ocultan la verdad: su Gobierno y sus diputados están haciendo políticas de extrema derecha, como no permitir que los nombres de los padres de parejas del mismo sexo consten en las partidas de nacimiento a recortar o acabar con las ayudas a los más vulnerables -esos zánganos que no quieren trabajar- vía SMS. Lo que pasa es que ha empleado con todo ello un tono tranquilizador, práctico, que con el paso de los días ha operado una especie de aparente metamorfosis en su persona y en su percepción.
Como no ha abordado aún los pilares polémicos de su programa (no ha ido a degüello contra los migrantes ni ha reventado el gasto público) y su estampa internacional es de colaboradora, los ciudadanos han perdido la vergüenza de decir que la apoyan, cuenta The Guardian, y hasta un 30% de ellos la votarían de nuevo si hubiera elecciones, cuatro puntos por encima de lo logrado hace un año. Su popularidad trasciende ya su base radical. "El velo se ha levantado" afirma el diario británico, y en las encuestas ya no se la relaciona con el fascismo.
Sus contornos se han afinado, lo cual es un "peligro de normalización", como denuncia el Partido Democrático de Italia. Meloni dijo de sí misma que se veía "desvalida" por los ataques de quienes la llamaban fascista y ahora, en cambio, se muestra como una mujer fuerte que se codea con Joe Biden, Volodimir Zelenski o Ursula von der Layen en aparente armonía.
En un país que venía de encadenar Gobiernos de coalición que no duraban y no se entendían, con sumas en las que Hermanos de Italia nunca había participado y, por tanto, se veía como libre de culpa, Meloni llegó por la decepción ciudadana y el demérito de sus oponentes más que por una defensa de su ideología. En este año no ha habido grandes escándalos y esa relativa estabilidad no narcotiza pero sí relaja a los votantes. La mandataria ha logrado que su alianza con la Liga de Matteo Salvini (ultraderecha) y Forza Italia del desaparecido Silvio Berlusconi (derecha clásica) le dé los quebraderos de cabeza justos. Al primero le ha dado carrete. Los segundos, bastante tienen con decidir su rumbo. Frente a su suma, una oposición atomizada que no encuentra su camino de vuelta y no le plantea una alternativa fuerte.
Ha sido lista quedándose en un papel más institucional que ideológico. Ha tratado de evitar todas las peleas, pequeñas y grandes, en el Parlamento y en los medios, que evidenciaban la mentalidad de su gente y la suya propia. "Comparada con la mayoría de los miembros de su Gobierno, Meloni parece Einstein", afirma al diario Nathalie Tocci, directora del grupo de expertos del Instituto de Asuntos Internacionales con sede en Roma.
La primera ministra ha intentado dar muy pocas ruedas de prensa, porque cuando ha comparecido se la ha visto débil en conocimientos y encendida en el verbo. Limita mucho el uso de redes sociales. Es contenida. Ha habido casos en los que no ha salido a corregir o a enmendar la plana a sus correligionarios, que han coqueteado directamente con el fascismo, evitando salpicaduras. Pero tampoco los ha aplaudido, lo que erosionaría su figura.
Tuvo un episodio más llamativo en agosto, en el aniversario del atentado más sangriento de la historia de Italia, que dejó 85 muertos en una estación de tren en Bolonia. Meloni, en su discurso, olvidó señalar que el ataque fue obra de fascistas. Se lo tuvieron que recordar desde la oposición y hasta el presidente, el incombustible Sergio Mattarella. Meloni sigue defendiendo el símbolo de su partido, una llama con los colores de la bandera tricolor asociada al Movimiento Social Italiano, neofascista. Por lo demás, se escuda en lo que afirmó en campaña: "La derecha italiana [en la que se incluye a sí misma] ha entregado el fascismo a la historia desde hace décadas". Se queda por encima de la refriega y, por ahora, le sale bien.
Las medidas
Que vaya con prudencia y hasta haya vuelto más grave el tono de su voz es estrategia. Luego, paso a paso, va desplegando sus propuestas. Su plan es moldear el Estado a su deseo y su programa está ahí para cumplirlo. Ha dado muestras de su modelo de sociedad con medidas de todo tipo: empezó vetando las fiestas rave y similares porque llevan a la "anarquía" y siguió tomando medidas en defensa de la familia "de siempre". Interior dio orden a los censos locales de dejar de registrar a los dos padres de un bebé en caso de nacimiento, sólo puede ponerse el nombre del biológico, lo que ha dejado a los padres restantes en un limbo para hacer cosas tan cotidianas como ir a recoger al niño al colegio o llevarlo al médico. Necesitan una autorización de su pareja.
En julio aplicó también la prohibición de los vientres de alquiler. Ya era ilegal llevar a cabo una gestación subrogada en suelo italiano y ahora lo es también si se trae a un niño del extranjero. Su meta es elevar las tasas de natalidad pero con políticas centradas en las grandes familias clásicas, con su visión cristiana de la vida. Plantea derivar a guarderías parte del dinero de la UE del plan postcovid, pero no lo ha hecho aún. Su ministro de Agricultura -y cuñado-, Francesco Lollobrigida, dijo en abril que Italia no podía "ceder a la idea de la sustitución étnica" que suponían, a su juicio, los hijos de inmigrantes. Sin consecuencias. Meloni ni abrió la boca.
Dentro de su apuesta nacionalista, su Gobierno ha planteado prohibir que aparezcan palabras extranjeras en los documentos oficiales italianos y vetar que las universidades del país impartan carreras 100% en inglés. Las multas a quien no lo cumpla podrán ser de 100.000 euros incluso. De momento, ella misma tiene en su gabinete a un ministro de "Empresa y del Made In Italia", Adolfo Urso.
En materia social, en marzo envió SMS a 169.000 familias avisando de que al mes siguiente ya no tendrían ayudas por bajos ingresos o desempleo. Entiende que hay personas que son "aptas para trabajar" y no lo están haciendo, La izquierda ha denunciado que trata de desmantelar el plan de prestaciones sociales que el Gobierno de Guiseppe Conte y Cinco Estrellas plantearon en 2019.
Sobre inmigración, ha endurecido poco a poco las restricciones a los barcos de ONG que salvan a miles de personas en el Mediterráneo, anunciando su confiscación, y justo esta semana presentó un plan de choque para frenar las llegadas, que se han disparado sobre todo en la isla de Lampedusa. Italia aumentará a 18 meses el período máximo de detención de los migrantes, un anuncio criticado por la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), que lo ve "inútil y muy duro". Sus palabras se han suavizado y no habla ya de "detener la invasión" ni del "campo de refugiados de Europa" que antes decía que era su nación.
El eurodiputado y ex ministro para Europa Sandro Gozi ha explicado en estos días de aniversario que Meloni partió con dos "salvavidas" que le han garantizado calma en este año, por más que entienda que el periodo de gracia de cien días hace mucho que pasó. El primer salvavidas es el de su apoyo a Ucrania, una posición clara desde el minuto uno, pese a que en el pasado se mostró como auténtica fan del ruso Vladimir Putin, lo que he ha dado respetp internacional. Y el segundo es que se apoyó en "una estructura presupuestaria elaborada en gran parte por Mario Draghi (su predecesor), que calmó a los mercados financieros al menos durante 2023".
Eso ha sido clave para la economía patria, que va a crecer este año un 1,1% según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI). Aún así, el PIB se ha contraído en el segundo trimestre un 0,3%. Meloni no ha hcho grandes cosas de relumbrón, por eso la economía se desacelera sin que presente planes de choque, pero tampoco ha hecho los gastos disparatados prometidos. Sí que hay dudas, sobre todo en la UE, de que pueda aplicar con cabeza los fondos comunitarios y las política verdes no se vean ralentizadas. No se ha presentan ningún proyecto al respecto en este año.
En materia ecómica ha destacado también una medida en la que ha tenido que dar marcha atrás en parte: anunció una tasa del 40% sobre los beneficios extraordinarios de los bancos, muy del agrado de los electores, pero tuvo que limitarla al 0,1% de los activos, tras la caída de las entidades en bolsa.
La relación con Europa y el mundo
Un informe del Instituto de Asuntos Internacionales (AIA) sobre la política europea de Meloni da cuenta de sus altas y bajas. "En sus primeros meses de gobierno, la Administración Meloni adoptó una postura eurorrealista en línea con la de gobiernos anteriores de centroderecha de principios de la década de 2000. Si bien expresó una fuerte preferencia por una visión intergubernamental de Europa, el gobierno italiano actuó dentro del marco de las normas y la gobernanza de la UE", destacan los autores, la ya citada Tocci y Leo Goretti. Su euroescepticismo, tan conocido antes de la campaña electoral que le daba oportunidades de gobernar, quedó en el cajón.
"Meloni intentó presentar, con resultados mixtos, el punto de vista italiano sobre los principales temas en discusión en los foros europeos, desde la energía hasta la migración. En términos de política económica, a pesar de algunas medidas polémicas, la ley de presupuesto para 2023 cumplió en general las expectativas de Bruselas. La gestión de los fondos del Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia y las reformas relacionadas fue, en cambio, más problemática, marcada por una aplicación lenta, retrasos y posteriores solicitudes de revisión por parte del Gobierno italiano, añaden.
Pero pese a ese tiempo de relaciones sin excesivas espinas, vienen "nubarrones", sobre todo en materia de economía e inmigración. En el primer caso, ha tenido "aparentes problemas" para gastar los fondos Next Generation de la UE, para salir de la pandemia. Puede haber retrasos en la ejecución de los proyectos, por lo que Europa ya ha pospuesto y recortado algunos. Que vayan a más daría a Meloni una imagen de rebelde o imcompetente o las dos cosas.
Igualmente, hay roces en la negociación del nuevo Pacto de Estabilidad y Crecimiento, porque Alemania no accede a dar la flexibilidad que Roma quiere. Meloni ha estado débil ante Bruselas, también, porque "no ha podido resolver la disputa interna" sobre la ratificación del Mecanismo de Estabilidad (ratificado por todos los países de la eurozona menos Italia) y "es poco probable que su campaña para excluir ciertos tipos de inversión pública de los objetivos de déficit de la UE tenga éxito".
En el caso de la inmigración, Meloni ha edulcorado sus reproches a los "burócratas de Bruselas" y parece que usa un tono correcto con la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, cuando visitan juntas Lampedusa. Aún así, sigue poniendo el foco en la "dimensión externa" del fenómeno, dice el informe, porque en el plano interno "hasta ahora no se ha logrado nada". La italiana ha logrado acuerdos como el de Túnez, pero que por ahora no son más que marcos de referencia sin pedidas concretas.
La prensa italiana aventura que, en lo ideológico, Meloni puede tratar de ganar enteros en Bruselas ahora que en 2024 se celebrarán nuevas elecciones europeas. Su partido se engloba en el grupo de los Conservadores y Reformistas, en el que también está el español Vox, y anhela que crezca y decida más en las instituciones. Quedan por delante meses decisivos, con comicios en Polonia, Países Bajos o Eslovaquia, en los que se esperan buenos números para la ultraderecha y, en particular, para partidos que se llevan bien con Meloni y pueden apuntalar su ideario. En este tiempo, no ha dejado de alimentar relaciones con Polonia o Hungría, donde mandan algunos de sus referentes, envalentonados en su iliberalidad.
Los analistas dicen que también la oposición dentro de su Gabinete, con Salvini pidiendo más, pueden volver sus políticas más populistas e intensificar sus exigencias y tono con Europa, conforme lleguen las elecciones. Justo cuando el momento debería ser de "integración", defienden, por las amenazas comunes.
La Meloni admiradora de Vladimir Putin, de Donald Trump o Steve Bannon ahora se hace fotos con los presidentes de EEUU, Ucrania o Reino Unido. Ha mostrado un apoyo inquebrantable a la causa de Kiev (visitó la capital en febrero) y se ha alineado con las apuestas de la OTAN y la UE para ayudar todos a una a los ucranianos.
Ha visitado a Biden en Washington con sintonía aparente, se lleva bien con el alemán Schols y con el británico Sunak y con Macron tiene sus más y sus menos sobre todo en inmigración pero se ha rebajado el tono ofensivo; con Draghi eran buenos amigos. También ha endurecido su política con China, en línea con los avisos lanzados por Bruselas, y ha multiplicado sus llamadas al multilateralismo, poco pronunciado por sus labios en el pasado. Lo contrario le traería el aislamiento para Italia, eso lo ha comprendido.
La duda es si en lo que le queda de mandado, apenas quemado un año, las cosas pueden cambiar, si el giro total a la ultraderecha se manifestará, si sus grandes reformas cobrarán vida y caerá en el populismo. Y si sus socios la dejarán acabar la legislatura, que eso siempre es una incógnita en Italia.