Los túneles de Hamás, el 'metro' de Gaza que causa problemas a las tropas de Israel

Los túneles de Hamás, el 'metro' de Gaza que causa problemas a las tropas de Israel

La milicia ha levantado en dos décadas al menos 500 kilómetros de pasadizos bien equipados en los que proteger a sus mandos, guardar munición o salir a disparar. Ahora se teme que guarden rehenes, por lo que su neutralización se complica. 

Un soldado israelí, en el interior de un túnel de Hamás que comunicaba la franja con Israel, en julio de 2014.Jack Guez / Pool / AP

Israel controla desde el aire toda la franja de Gaza, sometida a bombardeos desde el 7 de octubre, tras el ataque de Hamás a su territorio. También lo hace por tierra, dominando el perímetro y con botas sobre el terreno, en marcha ya su ofensiva terrestre. Sin embargo, sólo es en la superficie, porque bajo tierra el control de Gaza sigue siendo de Hamás. La milicia resiste esta guerra, que busca su aniquilación, escondida en una red de túneles que corre de norte a sur y que por ahora garantiza su supervivencia y su capacidad de golpear. 

"El metro de Gaza", como lo llaman en el Ministerio de Defensa de Israel, es una tela de araña subterránea que oscila entre los 500 kilómetros (lo que reconoce Hamás) y los 800 (lo que informan las Inteligencias norteamericana e israelí), en la que los islamistas hacen de todo: ocultan material, guardan armamento, mueven municiones de un punto a otro, lanzan ataques sorpresa, esconden a sus mandos y cabecillas y ahora, también, mantienen secuestrados a los más de 240 rehenes tomados en Israel hace un mes

Bajo tierra, la superioridad de Hamás es total. Israel lo sabe y, por eso, lleva años preparándose para abordar esa amenaza y es hoy una de sus mayores preocupaciones. Y es que son una verdadera obra de ingeniería. Hay túneles más estrechos, bajos y rudimentarios, pero con los años Hamás los ha ido mejorando y ahora son pasillos inacabables de un gris claro, el de las placas de hormigón con el que se refuerzan las paredes y el techo, que cuenta con conductos de ventilación para renovar el aire, bombonas de oxígeno, tendido eléctrico y cables telefónicos, agua y hasta refrigeradores. 

Todo acabado con profesionalidad, nada improvisado o descuidado, sin cables que interfieran en el paso, por ejemplo, de milicianos con armas y misiles dispuestos a disparar. La sensación es opresiva, todo es oscuro, claustrofóbico, estrecho y húmedo. Se pierde el sentido de la dirección y por eso hay casos de mareos o vértigos entre quienes pasan mucho tiempo en ellos. La presión pesa, ya que muchos de ellos llegan a estar a 60 metros de profundidad, según se ha vanagloriado el propio Hamás, que los ha mostrado a la prensa con sus talleres para hacer munición o sus cámaras de vigilancia y los descansillos más amplios para manejar armamento de mayor tamaño y darle la vuelta, según la dirección de su ataque. 

"Piensen en la franja de Gaza como una capa de civiles y otra capa para Hamás. Estamos intentando llegar a esa segunda capa que Hamás ha construido”, aseguró esta semana un portavoz de las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF, por sus siglas en inglés) en una intervención grabada. "La preparación del enemigo para una estancia prolongada en los túneles puede comprobarse basándose en el nivel de las reservas de agua y oxígeno que se encuentran en ellos", añadió otro portavoz en un encuentro con la prensa. 

Según informan estos portavoces, está siendo muy complicado localizar los túneles y eliminarlos; es sin duda uno de los principales retos de la ofensiva. Por el momento, según datos oficiales, se han conseguido destrozar 130 túneles, de los 1.300 que se calcula que hay, por toda la franja pero especialmente concentrados en el norte. 

Las IDF están usando para ello bombas antibúnker (bunker busters), con proyectiles perforadores que penetran hasta 10 metros en suelos de tierra y hasta seis en los de hormigón. Es un intento de hacer daño sin acercarse demasiado, sin entrar en ellos, para evitar posibles explosivos trampa colocados por la milicia palestina. Se trata de una munición que provoca dos explosiones seguidas pero algo espaciadas, con las que intentan primero volar las entradas de los túneles y así dejar atrapados a los terroristas -como los catalogan Israel, EEUU o la Unión Europea- bajo tierra. Para ello también se están empleando robots, con el mismo fin de no tener bajas. Las IDF ya han dado por muertos a 40 de sus efectivos desde que comenzó la Operación Espadas de Hierro. 

El Ejército israelí lleva años formándose para abordar la amenaza de los túneles, que se empezaron a levantar en 2001, antes incluso de que Gaza estuviera bajo el poder de Hamás. Entonces, se construyeron sobre todo en el sur, como una manera de introducir de contrabando desde Egipto armas para las milicias palestinas y también bienes de consumo diario, más baratos y variados. 

Cuando en 2005 los colonos y los soldados israelíes abandonaron la franja, se produjeron elecciones, venció Hamás y ya en 2007 se impuso desde Tel Aviv y El Cairo un bloqueo total sobre el territorio, donde sólo podían entrar materiales y productos permitidos por ellos y en las cantidades que ellos decidieran. Entonces, los túneles se reactivaron para que a Gaza entrase todo lo que faltaba, lo que no dejaban. Israel y Egipto reforzaron los controles sobre por razones de seguridad pero quedaron pasadizos, sobre todo en el sur, en Rafah, donde ahora entra la escasa ayuda humanitaria, por los que se metía lo que se podía. Lo mismo cruzaban personas a pie por túneles estrechos que se introducían trozos enteros de coches que luego eran montados en Gaza. 

Bocas abiertas entre la tierra arenosa y fácil de excavar, reforzadas con cemento y plásticos, que aliviaban la situación de los palestinos hasta con algún dulce y alguna chuchería. También, una enorme vía de financiación para Hamás, que reclamaba tasas por su uso, esas que dicen en Israel que han hecho multimillonario a su líder, residente en Qatar, Ismail Haniyeh. Estos túneles han sido sellados por Egipto, con el tiempo.

Los que más preocupan a Israel son otros, los que iban de oeste a este, de Gaza a suelo israelí, por los que milicianos de Hamás se adentraban en poblaciones cercanas a la franja, causando el terror. Apenas hay dos kilómetros de separación entre la última valla militar y el poblado o kibbutz más próximo, por lo que empezaron a darse casos de infiltrados sueltos que llegaban disparando a civiles israelíes. 

El agravamiento de esta situación, sumado a un clima de violencia inusitado por el asesinato encadenado de jóvenes colonos judíos y palestinos llevó a la ofensiva de 2014, en la que murieron 71 israelíes (la mayoría militares) y más de 2.300 palestinos. Entonces, Tel Aviv dijo que había logrado neutralizar casi por completo esa amenaza. El Gobierno levantó una barrera inteligente subterránea a lo largo de la franja para detectar excavaciones y ha tenido éxito, en estos años no ha habido grandes sustos por estos túneles.

¿Son estos los que usaron los milicianos de Hamás para golpea el 7 de octubre? No. Han levantado unos túneles diferentes, que en vez de pasar por debajo de las vallas se quedaron justo al lado, de forma que los atacantes salieron a ras, por sorpresa, atacando los puestos de vigilancia israelíes y haciendo hasta agujeros en la valla de separación. Así cruzaron a Israel y mataron y secuestraron en los kibbutzim o en el Festival Nova. 

Parte de ellos están siendo inspeccionados por las IDF, que los han localizado en su invasión de Gaza por tierra, para tener una idea de cómo son los demás, los que ahora preocupan, los de dentro, que han permitido durante años la supervivencia de Hamás por su capacidad para guardar, esconder, rehacerse y atacar. Hay una unidad llamada Yahalom (diamante) que se ha especializado en los túneles, formada por ingenieros que son los que tratan ahora de encontrar, limpiar y destruir los túneles. Tienen una de las tareas más peliagudas, porque depende de la información de Inteligencia para saber si en alguna de estas ramas subterráneas están algunos de los secuestrados, israelí es y extranjeros, por cuya liberación se está negociando

Se están empleando sensores aéreos, radares y drones para dar con ellos, pero por ahora el Ejército sólo ha liberado a una soldado; los otros cuatro rehenes que han vuelto a casa han sido entregados por Hamás. Una de ellas, Yocheved Lifschitz, de 85 años, relató a su salida que los milicianos la tuvieron retenida en un túnel y que la red es imponente. La vasta expansión de los túneles se lee estos días en Israel, también, como parte del fracaso más amplio de la inteligencia al subestimar a Hamás.

No ponerlos en riesgo a los retenidos es esencial, una necesidad que choca con los peligros que suponen los túneles para las tropas desplegadas en la zona. Como reconocía una fuente de seguridad a la radio norteamericana NPR, "por cantidad, extensión, amplitud, longitud... Es una estructura gigante en la que un terrorista puede emerger a la superficie, en cualquier punto de la franja, disparar o lanzar un proyectil, bajar, moverse 100 o 150 metros en la dirección que quiera, salir por otra entrada, volver a disparar, y esperar a que los soldados israelíes respondan cuando están aún viendo por dónde les atacaron primero". 

Hamás, denuncian EEUU e Israel, concentra estos túneles, además, en zonas muy pobladas -normal en el territorio con mayor densidad del planeta, con sus 2,3 millones de habitantes en 45 kilómetros cuadrados- y especialmente en edificios residenciales, mezquitas o escuelas, en un intento de "usarlos como escudos". 

El ataque al campo de refugiados de Jabalia, asumido por Israel, fue más mortífero, según su versión, porque debajo había pasadizos con material de Hamás. Murieron más de 50 personas. En una reciente sesión informativa militar, Israel dijo que Hamas había construido un cuartel general militar directamente debajo del hospital más grande de Gaza, Al-Shifa, extremo negado por los sanitarios y ONG internacionales que han trabajado en este centro. Aunque debajo haya una infraestructura que sea diana, el derecho internacional veta el ataque a un enclave civil

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Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.