Joe Biden cede a la presión y se retira de la candidatura a la reelección en EEUU
Desde el desastroso debate ante Trump y hasta el empujón final de Obama, el demócrata ha vivido semanas de enorme desgaste. Primero dijo que se iría si dios lo decidía, luego se abrió a la opinión de los médicos. Al final, da un paso al costado.
Y pasó lo esperado: Joe Biden se retira. El presidente de Estados Unidos no será el candidato de su partido, el demócrata, en las elecciones del próximo 5 de noviembre. Aunque ganó sin rivales las primarias y los caucus, a semanas de ser proclamado formalmente aspirante en la convención del mes que viene, da un paso al costado, asediado por la presión externa e interna para que lo hiciera. Su situación era insostenible. Ahora la pregunta es quién lo va a suceder, con su vicepresidenta, Kamala Harris, como mejor posicionada.
"Ha sido el mayor honor de mi vida ser su Presidente. Y si bien mi intención ha sido buscar la reelección, creo que lo mejor para mi partido y para el país es que me retire y me concentre únicamente en cumplir mis deberes como presidente durante el resto de mi mandato", ha apuntado el mandatario en una carta en la que traslada su adiós. El presidente, que está aislado en su domicilio de Delaware recuperándose de la covid, explicó que en los próximos días se dirigirá a la nación para explicar su decisión.
"Por ahora, permítanme expresar mi más profundo agradecimiento a todos aquellos que han trabajado tan duro para verme reelegido. Quiero agradecer a la vicepresidenta Kamala Harris por ser una socia extraordinaria en todo este trabajo. Y permítanme expresar mi más sincero agradecimiento al pueblo estadounidense por la fe y la confianza que han depositado en mí", ha afirmado.
Justo ayer, el equipo de campaña de Biden dijo que tendría una semana completa de actos, que apostaba por seguir. Y la prensa especializada explicó que no habría sorpresas al menos hasta el miércoles, cuando el mandatario se tiene que encontrar en la Casa Blanca con el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu. No ha sido así. La semana entrante comparecerá para explicar sus razones.
Todo comenzó a ir cuesta abajo el 27 de junio pasado, cuando acudió a su primer debate contra el contrincante republicano, el exmandatario Donald Trump, y sencillamente hizo el ridículo: lapsus, dudas, equivocaciones, silencios, descontrol. Un "serio error", como él mismo ha asumido. La imagen que dio fue la de un señor de 81 años que ya no estaba en condiciones de comandar el país más poderoso del mundo. Su equipo se apresuró a decir que tenía gripe, que de ahí la mala voz y la lentitud, pero iba mucho más allá. Y no era nuevo.
Aquella fue la gota que colmó el vaso, tras incontables casos similares a lo largo de esta legislatura. Si antes había dudas, desde ese día se multiplicaron y, junto a las dudas, las voces que pedían su marcha. El Partido Demócrata las había acallado durante todo el tiempo, porque había que apuntalar al candidato de todos, al que había ganado más de 80 millones de votos en 2020, impidiendo que Trump repitiera mandato. Cómo ir contra el mandatario que ha hecho un sprint legislativo sin precedentes (por más que se venda mal en tiempos de recesión y polarización). Cómo negarle el puesto cuando no se había preparado ningún otro aspirante y nadie más daba el paso. Sólo el congresista Dean Philips, y Marianne Williamson, autora de libros de autoayuda, se presentaron a las primarias, para irse en silencio tras ser aplastados.
Decir que Biden no podía ser candidato era lo mismo que decir que Biden no puede, hoy mismo, ser presidente en ejercicio, que no está ya en condiciones de serlo. Un mensaje que daba escaloofríos. Pero el empecinamiento del mandatario duró. La Cumbre de la OTAN en Washington, en la que debía ser el anfitrión de 32 miembros y numerosos invitados y en cuyo cierre debía intervenir, se planteó como una especie de línea roja: si superaba la prueba, podría quedarse. Una rueda de prensa, la más larga en 18 meses, iba a ser el colofón. A Biden se le vio más activo y lúcido, es verdad, pero acabó confundiendo al presidente ruso, Vladimir Putin, con el ucraniano, Volodimir Zelenski, y a su contrincante Trump con su propia vicepresidenta, Harris.
No convenció a los críticos. Las declaraciones en su contra han ido creciendo. Hasta una veintena de congresistas y senadores han dicho a las claras que debía irse. También donantes potentes, como Netflix o Disney, y famosos que son un icono de la progresía norteamericana como el actor George Clooney. Harris lo abrigaba, iba con él a la Casa Blanca, a los actos del 4 de julio, decía que ella seguía siendo sólo la escudera. Sin embargo, su voz -casi un grito en el desierto- se vio sepultada por la de los pesos pesados más queridos por los demócratas: sus líderes en el Congreso y el Senado y, por encima de todas las cosas, la exjefa de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi -muy amiga de Biden- y el expresidente Barack Obama -con quien Biden ejerció antes de número dos-. Debe "considerar" su futuro, era el mensaje, lanzado a través de los medios de comunicación, por boca de sus fieles asesores.
Biden se ha aferrado hasta al final a su defensa de sus facultades, apoyándose además en su familia, que lo veía bien para seguir, sobre todo su esposa, Jill. El presidente, antes de serlo, se presentó como un mandatario de transición, posiblemente de una sola legislatura, cuyo único empeño era recomponer la unidad nacional tras el desbarajuste de cuatro años de Trump. Pero con los años ha querido repetir, algo que su partido no podía negarle a un líder en ejercicio. Lo justificaba en que el contexto del país ha cambiado. "Pensé que podría seguir adelante y dejárselo [el cargo] a otra persona, pero no anticipé que la situación del país se dividiera tanto. Francamente, creo que lo único que trae la edad es un poco más de sabiduría y he demostrado que sé cómo se hacen las cosas", defendió.
Los médicos o Dios
En los últimos días, Biden había dicho que sólo consideraría abandonar la carrera por la presidencia de Estados Unidos por un problema de salud. "[Lo haría] si un médico me dijera que tengo este u otro problema...", afirmó en una de las entrevistas televisadas que ha cerrado en este tiempo, en un intento de demostrar que estaba bien... y en las que también ha patinado y no recordaba nombres como el del exmandatario Herbert Hoover. "Sólo soy tres años mayor que Trump, y creo que estoy un poco mejor que él físicamente (...) Mientras pueda mostrar que mi edad no está afectando mis habilidades para competir, para hacer las cosas, para liderar el mundo [seguiré]", añadió el presidente.
Hasta mediados de esta semana insistía en que ningún doctor le había dicho que tenga alguna afección que le limite a la hora de ejercer el cargo. E incluso 24 horas antes de hablar de médicos, indicó que sólo renunciará si Dios se lo pedía. No sabemos qué ha pasado ahora entre Biden y lo divino.
La Casa Blanca ha aireado estos días declaraciones de los sanitarios que atienden a Biden para insistir en que estaba física y mentalmente estable para seguir trabajando. Su médico de cabecera, el doctor Kevin O’Connor, aseguró en febrero pasado -tras el último gran análisis anual- que el político era un hombre "saludable, activo y robusto, que mantiene una buena forma para llevar a cabo sus responsabilidades en la presidencia". Que sólo presentaba una rigidez creciente al caminar, que se debe a una neuropatía (un problema de los nervios) "leve" que afecta a los pies y a secuelas de una fractura vieja. También sufre reflujo gastroesofágico y a eso se achacaba su constante tos. Más allá de eso, alergias estacionales, algún ataque de asma después de hacer ejercicio (las crisis graves las tuvo de joven), diversas lesiones deportivas e hiperlipidemia (una alteración en el metabolismo de las grasas).
Así hasta el miércoles pasado, cuando el mismo doctor informó de que había dado positivo por covid tras presentar síntomas en una gira por Las Vegas. Sólo leves, sin importancia, pero una alerta más, dada su edad.
Los demócratas, hasta ahora, mantenían su plan para nominar a Biden en un proceso telemático -nada común- previsto para principios de agosto. La convención en sí estaba planeada para el 19 del mes que viene. La idea era que el tiempo corriera, el debate se agotase o se rebajase, y Biden saliera victorioso y avalado por su gente, en un baño de popularidad (aunque fuera interna, prietas las filas), Los republicanos les llevan delantera, lo han hecho con Trump esta semana, por todo lo alto, más ahora que está recién salido de un atentado y con Biden, como ya se veía, muy disminuido.
De acuerdo con una encuesta de la agencia Associated Press, dos tercios los votantes demócratas que creen que Biden debía retirarse. Y según la media de los sondeos de opinión del momento, a 19 de julio, The Economist, Trump había subido hasta un 47% de intención de voto pero Biden había bajado tan ligeramente que conserva el 44% en intención de voto.
"Es apto para un segundo mandato" decía la Casa Blanca hace menos de una semana. Ahora todo ha cambiado. La pregunta es por qué se ha estirado tanto la cuerda, por qué siquiera se llegó al fatídico debate sin otro rival para parar a Trump, por qué no se ha preparado a nadie realmente para el relevo, y si queda tiempo realmente para dar con una alternativa real. Los sondeos dicen que Harris puede quedarse a dos puntos del republicano, en el margen de error de la demoscopia, incluso, pero hay que valorar ahora el daño que hace el adiós de Biden entre los electores, especialmente los indecisos, especialmente en los estados decisivos. La transición y los nuevos nombres lo marcarán todo, en mitad de una fractura interna demócrata y cuando casi no queda tiempo. Trump, por ahora, lo divisa todo desde su atalaya ganadora.