Gaza sin Hamás: ¿y después, qué?
Israel empieza sus incursiones por tierra, a la espera de la gran ofensiva. Su plan es que no quede "nada vivo" de la milicia pero no están claros sus pasos posteriores, en lo militar y lo político. ¿Ocupación, fuerza internacional, ANP, abandono?
Decirlo es fácil; llevarlo a la práctica, no. Israel afirma que quiere acabar con Hamás, hasta el último de sus miembros, de sus medios y de sus apéndices. Pero el Movimiento de Resistencia Islámico no sólo es un brazo armado, no sólo es una rama política, sino una idea, y eso es complicado de matar, más aún cuando lleva asentada, muy honda, desde los años 80 del pasado siglo.
Tras el insólito ataque terrorista del pasado 7 de octubre en suelo israelí, el Gobierno de Benjamin Netanyahu se ha centrado en los bombardeos de respuesta en la franja y se han producido ya las primeras incursiones, aún menores. Ahora la espera se centra en la gran operación terrestre que Tel Aviv pretende lanzar sobre Gaza para borrar a la milicia palestina, en sus tiempos y en sus formas, pero es necesario pensar también en el día después.
De acuerdo, pongamos que Israel acaba con Hamás en Gaza. ¿Y? ¿Qué escenario queda en la franja? ¿Quién se hace cargo de la administración? ¿Qué consecuencias puede tener esta Operación Espadas de Hierro? Sólo hay clara una cosa: el escenario es muy muy muy complicado.
Los planes de Israel, fase a fase
Para limpiar todo resto de Hamás en Gaza, Israel ha desvelado que tiene ya un plan militar de tres fases, que acabarán dibujando "una nueva realidad de seguridad para los ciudadanos israelíes", en palabras de Yoav Gallant, su ministro de Defensa.
La primera de ellas ya se está acometiendo, con una campaña desde el aire que se ha ido intensificando esta semana hasta causar más de 700 muertos por día, según datos de Naciones Unidas. Estos bombardeos se ven acompañados de maniobras en tierra de poca profundidad, en las que el Ejército busca información sobre los rehenes atrapados por la milicia (222, de los que cuatro han sido ya liberados) y golpear a elementos concretos de Hamás. "Incursiones selectivas", se llaman.
La entrada de botas sobre el terreno cabalga entre la fase uno y la dos, en la que se buscará la "estabilización del sistema". Si se está retrasando la ofensiva terrestre es por negociar la salida de rehenes, por definir la estrategia militar, por aclarar cómo iba a ir entrando la escasa ayuda humanitaria y, sobre todo, porque a Estados Unidos no le parece una buena idea, porque teme un estallido regional si se da el paso.
Defensa habla continuar con operaciones "de menor intensidad" para eliminar "reductos de resistencia", actuando sobre los flecos que queden de Hamás, que se entiende estarán mucho más debilitados por la etapa previa.
Al fin, "en algún momento", se llegará a la fase tres, "una situación en la que habrá una autoridad de seguridad deferente, tendremos libertad operativa y no habrá ninguna amenaza dentro de Gaza", dijo Gallant, sin citar a los 2,3 millones de ciudadanos que aún habitan en la franja. "No será en un día, ni en una semana ni, muy a mi pesar, en un mes. Pero hay que entenderlo, este es el proceso", concluyó. O está también que recuerda el portavoz militar Jonathan Conricus: "Esto se acaba ya si Hamás se rinde y entrega a los rehenes".
Llegada a esa "nueva realidad de seguridad" y la "retirada de la responsabilidad de Israel" viene otro abismo. ¿Quién administra Gaza? No lo dijo el ministro. Sólo que Gaza nunca volverá a ser lo que era. Técnicamente, Israel sigue siendo la potencia ocupante del territorio, aunque Tel Aviv lo niega, afirma que sólo está en el perímetro y no dentro de la franja, como sí hace en el este de Jerusalén o en Cisjordania. Sin embargo, el hecho de que controle por tierra, mar y aire Gaza, manteniendo su bloqueo desde 2007, lo convierte en ocupante, y los ocupantes tienen la obligación ineludible de proteger a la población ocupada, restableciendo el orden público y prestando asistencia. Lo dice el derecho internacional.
Los interrogantes de la posguerra
La estrategia militar tiene ya este marco, que no deja de ser poco definido en público, pero no hay un final político claro. Puede que quede mucho, meses, que aún sea más urgente mirar el día a día de Gaza, pero si los planes de Israel salen, ese momento llegará. Y nadie sabe qué pasará. Diversas fuentes militares israelíes consultadas por El HuffPost coinciden en señalar que se sabe qué entraña es "después".
Soluciones mágicas no hay y el conflicto se ha dejado enconar demasiado tiempo, a expensas de un statu quo que beneficiaba a Israel y que, ciegamente, lo ha mantenido convencido de que un 7-O era impensable. Hasta que ha ocurrido. Ir a por Hamás significa ir a por lo que Hamás significa y supone también para Palestina. Hay consenso en que la enormidad de los acontecimientos vividos en estos días y en los por venir ha cambiado las rutinas del conflicto y ahora lo que hay es, por encima de todo, mucho miedo a las consecuencias de cualquier paso.
Se avecinaba una gran explosión de cansancio, de rabia, de radicalismo, y de lo que ahora se haga depende que venga otra, nadie sabe con qué naturaleza. Israel quiere resarcir a sus ciudadanos, noqueados por el mayor ataque desde la creación del estado, en 1948, pero no vale actuar con las tripas, porque se pueden perder muchas vidas inocentes y, además, dejar nuevos capítulos sin cerrar.
Si Israel mata a los líderes de Hamás, destruye sus arsenales y túneles y desmantela su administración, quedará luego una Gaza en ruinas, necesitada de reconstrucción, con una población de supervivientes (con sus mutilados y sus traumatizados), pobre y carente de lo esencial más allá de la situación extrema que ya arrastraba.
Joe Biden, el presidente de EEUU, ha avisado a Netanyahu de que se deje la "rabia" en el cajón, como Washington no supo hacer tras el 11-S, porque corre el riesgo de cometer "errores". A saber: puede cosechar muertes masivas de civiles, puede ahondar en el sectarismo, puede sembrar más rencor en la población, puede alimentar nuevos grupos armados o yihadistas. Todo lo que le estalló en la cara a EEUU en Irak o Afganistán. Por eso, Biden recomienda no ocupar Gaza una vez que se acabe con Hamás. "Y los elementos extremos de Hamás no representan a todo el pueblo palestino", matizó.
Israel no quiere tener la administración directa de Gaza si saca de allí a Hamás y las demás milicias. Su marcha de la zona en 2005, por orden de Ariel Sharon, llevándose a los soldados y a unos 8.000 colonos), no fue un regalo sino la constatación de que era muy complicado mantener la seguridad de la zona. Ahora, habría aún más resentimiento y hostilidad, por la operación en curso y sus consecuencias. Lo que no se descarta es que se cree una zona de amortiguación mayor, en el perímetro, que permita reaccionar mejor si hay intentos de saltar a suelo israelí, como pasó con los ataques a los kibbutzim o al festival Nova.
"Es necesario que haya una autoridad palestina", defendió Biden en la misma intervención en la que previno sobre los errores. Pero Israel tampoco tiene claro que lo mejor sea darle el Gobierno de Gaza a la Autoridad Nacional, que actualmente gestiona la parte no ocupada de Cisjordania, con el presidente Mahmud Abbas, de partido Fatah, al frente. ¿Por qué? No es porque sea una administración opaca y con problemas de legitimidad y corrupción, sino porque siempre la ha ninguneado como un socio para la paz, porque ya elude la coordinación con ellos en materias esenciales como pasos y seguridad. Y sobre todo, porque no quiere que haya una unidad de poder entre los territorios palestinos, cuando Netanyahu lleva décadas peleando por separar a las comunidades palestinas de los tres espacios, sin continuidad territorial ni de gobierno.
Tampoco habría seguridad de que la ANP aceptara gobernar Gaza si es sobre miles de muertos, destrucción y pisoteo de los derechos de su propio pueblo. El riesgo de ser acusado de colaboracionista es alto y Abbas quizá no lo asuma. Dependerá también de las presiones internacionales que lleguen y de su propia capacidad, también, de tomar un territorio destrozado y planchado por Israel. Tampoco está claro si en la Gaza tras la guerra habría gazatíes, o lo que es lo mismo, si Israel acabará vaciando la franja, sacando a los civiles a Egipto por el Sinaí, replicando la Nakba o catástrofe del 48.
Cada vez suena con más fuerza la propuesta planteada por el exprimer ministro israelí Ehud Barak en una entrevista a El País: propone que el Ejército ocupe Gaza unos meses y otorgue luego el mando a una fuerza árabe multinacional que transfiera el control de la franja a la ANP. Sería una posibilidad a mucho tiempo vista, tras la resolución del problema de los rehenes y la "larga" ofensiva, una posibilidad de impedir que el conflicto salte a la región, donde hay otros muchos actores implicados, haciéndolos ser parte de la solución. El problema es sobre qué pilares de sangre se puede levantar esa solución. Dar el testigo de Gaza a países árabes amigos de la causa palestina puede ayudar a Israel a erosionarse menos, al estar menos sobre el terreno.
Hay países a los que esta salida les puede interesar, acompañada además de un plan de inversiones express que permita reconstruir Gaza rápido, limitando la desestabilización en la región y dejando que cada cual siga con sus negocios y el estado palestino, ya tal. Si es que ese, el de lavarse las manos, es un escenario que aún se pueda contemplar cuando todo esto acabe. De estar vigilando a estar gobernando, no obstante, va un gran paso, porque para mandar en Gaza haría falta el visto bueno de Israel y estaríamos con el mismo problema de seguidismo y desgaste que con la ANP, en países ya muy tensionados internamente, con amplio apoyo a la causa palestina.
De la ONU nadie habla, cuando la confianza de Tel Aviv en el organismo internacional parece estar rota en estos momentos, después de que el miércoles reclamase la dimisión de su secretario general, Antonio Guterres, por decir que la ocupación explica en parte la crisis actual.
Queda el riesgo de que Hamás también pase a estar en la clandestinidad, a desarrollarse en nuevos grupos transformados, violentos, islamistas, que generen una nueva amenaza para la seguridad de Israel. "A menos que Israel esté dispuesto a entrar en todos los hogares de Gaza y arrestar a decenas de miles de jóvenes sospechosos de ser miembros de Hamas, y llevárselos (una tarea casi inviable), no hay garantías de que pueda acabar con la organización", recuerda el analista Michael Young en el Carnegie Middle East Center.
"Y eso, suponiendo que los israelíes tengan la oportunidad de tocar puertas e investigar a todos para determinar sus lealtades mientras se abren frentes militares desde el Líbano, Siria y quizás Cisjordania. Semejante escenario es tan ridículo que es imposible imaginar que suceda", ahonda. De fondo, acaben o no con Hamás, está la posibilidad de que todo lo que se está haciendo ahora y lo que se va a hacer en Gaza acabe generando una nueva generación de palestinos menos comprometidos con la paz o con el reconocimiento de Israel, más propensos a la violencia, por tanto. Es un aviso que no deja de hacer Naciones Unidas, que de lo que se siembra, se recoge.
Obviamente, todas estas posibilidades dependen de las decisiones de Tel Aviv y sus acciones en Gaza, de las consecuencias que tengan y las reacciones que generen, porque todo puede cambiar si se abren frentes como el de Hezbolá o Irán y si, con ellos, acaban arrastrando a potencias amigas como Rusia o China, prendiendo fuego a la región y cambiando la partida, en un tablero del que EEUU se estaba alejando y del que se había desconectado de más.
¿Y la paz?
Nadie habla de paz a la hora de barajar posibilidades. El escenario es bélico, no negociador. "Si la comunidad internacional quiere estabilidad a largo plazo, debe comprometerse de manera más proactiva a explorar un camino hacia la paz, en lugar de perseguir una retirada sistemática que simplemente cede la región a Irán, lo que ha caracterizado el enfoque de Washington durante los últimos tres años. Puede surgir, de las cenizas de esta tragedia que se está desarrollando, una oportunidad para construir un nuevo camino hacia la paz, del mismo modo que existe el riesgo de que las llamas devoren lo que queda de un sistema internacional basado en normas al que tantas palabras han prometido defender", escribe el especialista Jack Watling en el Royal United Services Institute (RUSI).
Para eso haría falta voluntad de las partes, esencial, y ni Israel ni la ANP tienen hoy la voluntad de retomar unos contactos aparcados en 2014, echados al olvido y, ahora, impensables cuando no se pacta ni una tregua humanitaria para que entre comida en Gaza. Voluntad y nuevas generaciones no viciadas, legitimadas, con ideas innovadoras y capacidad de liderazgo, gente que entienda que la violencia sólo genera más violencia y no mejora la vida de nadie. En el lado israelí, con el Gobierno más ultra de su historia y la herida abierta del ataque de Hamás, no se ve nada con esas características. En el palestino, con la cúpula avejentada y sin renovar de Abbas y su gente, hay nuevos políticos con formación internacional y ganas de empujar, pero aún en segunda linea y sin protagonismo.
La solución de dos estados con la que Occidente se llena la boca estos días, la única salida, no es más que un eslogan vacío. Palabras que no dan respuesta al volcán de rabia a los dos lados de la frontera y que puede estallar (más) conforme pasen los días y las acciones armadas. La Gaza que salga de aquí nunca será lo que era antes del 7 de octubre y, con ella, todo el conflicto.