EEUU ante Israel y Hamás: la urgencia de rebajar la tensión tras años de olvido del conflicto
La visita de Biden a Tel Aviv buscaba respaldar a Netanyahu, pedirle autocontrol y abrir pasillos humanitarios en Gaza, un intento de recuperar el liderazgo en la zona. Pero está adormecido: Abraham trajo negocios, pero no paz, y en estas estamos.
Jake Sullivan, asesor nacional de Seguridad de Estados Unidos: "La región de Oriente Medio está hoy más tranquila de lo que ha estado en dos décadas". Lo dijo una semana antes de que Hamás lanzase su peor ataque de la historia contra Israel, el pasado 7 de octubre, desencadenando una respuesta de Tel Aviv aún en curso. Frente a las teorías que dudan de que a las Inteligencias de Washington o Tel Aviv se les haya pasado de veras por alto lo que planeaba la milicia palestina, los hechos avalan la lectura más simple: no lo vieron venir.
Y no lo hicieron porque estaban mirando a otro lado, asentados en el mito de la invencibilidad, adormecidos por problemas de otras latitudes, acomodados sobre una sensación de complacencia falsa. No, el conflicto palestino no era un volcán dormido, por mucho statu quo beneficioso para Israel, por muy de espaldas que se pueda vivir a las violaciones diarias de los derechos de un pueblo. Hamás se preparó durante meses y no tenían pistas.
Israel trata de digerir sus fallos policiales, de seguridad e Inteligencia, dispuesto a pedirle cuentas a su primer ministro, Benjamin Netanyahu, cuando todo pase y se puede ir más allá de la unidad forzosa. En paralelo, prepara la "ofensiva total" contra el Movimiento de Resistencia Islámico, aún por ver si cuaja en botas sobre el terreno u "otras opciones".
Pero ¿y EEUU, que tampoco lo vio? ¿Cómo está actuando el mediador por excelencia en el conflicto, parcial pero, aún así, el único posible en este momento? Internamente, también rumia lo ocurrido para sacar conclusiones, detectar fallos y asumir responsabilidades, pero externamente se centra en intentar que la crisis no vaya a más, que no se convierta en un conflicto regional de consecuencias impredecibles. Una política de contención de daños que podría haberse ahorrado Joe Biden si hubiera prestado más atención a Oriente Medio.
Más allá de los errores de Inteligencia, que a la luz de los días aparecen como evitables, Washington ha mostrado un descuido claro del problema palestino-israelí. Su objetivo geopolítico clave está en el Indo-Pacífico, con China, y ha se ha visto obligado a desviarse más de lo que querría con la invasión rusa de Ucrania, desde febrero del pasado año. En la última gran ofensiva sobre Gaza, en 2021, el presidente demócrata se involucró poco. Unos decían que porque estaba recién llegado a la Casa Blanca; otros, que pese a todos sus años como senador y vicepresidente, que lo han convertido en un enorme conocedor de lo que pasa en la zona, no tenía especial apetencia por meterse en ese avispero.
Ya en el verano de 2022, en la Cumbre de la OTAN en Madrid, parte de su equipo resoplaba al ser preguntado por el proceso de paz, estancado desde 2014. "No es una prioridad en la agenda. Hacemos esfuerzos para acercar a las partes pero la coyuntura es otra", reconocían. Si se intentaba volver al tema, zanjaban: "Siempre estamos trabajando en ello". Pero la verdad es que, con verdadero ahínco, hacía tiempo que no. EEUU ha sido el impulsor y el padrino de todos los acuerdos de paz firmados hasta hoy: la Conferencia de Madrid (1991), los Acuerdos de Oslo (1993), los de Wye Plantation (1998), la Cumbre de Paz de Camp David II (2000)... pero llegó el 11 de septiembre de 2001 y las cosas cambiaron. La apuesta se fue más al este, a la guerra contra el terror, con Afganistán e Irak en el centro
Desde entonces, la preocupación de las distintas Administraciones norteamericanas ha sido mucho menor, como su implicación, tanto en el desarrollo de los acuerdos ya firmados como en la búsqueda de pactos más ambiciosos aún. Hay una honrosa excepción, entre 2014 y 2014: la del secretario de Estado John Kerry, en la época de Barack Obama, que se tomó el asunto como algo personal y trabajó para poner a las partes en la mesa de negociaciones de nuevo, sin éxito. Aún muy centrado en lo peor de la guerra en Siria, lo intentó. "Lo único que nos puede salvar es que Kerry obtenga el premio Nobel de la Paz y nos deje en paz", dijo de él un ministro israelí, lo que da cuenta de que tampoco los ánimos estaban para acuerdo alguno. Se le quedó la etiqueta de "quijote", pero nada más ha habido en casi diez años.
La única que transmitía urgencia por arreglar las cosas era la Autoridad Nacional Palestina, también desautorizada con un liderazgo sin renovar, cansado y poco transparente a veces. En Israel, no, porque a Netanyahu la situación reciente le permitía seguir adelante sin mucho coste. Pensaba el premier israelí que podía seguir manejando a los palestinos, controlando sus reclamaciones de independencia y soberanía, manteniendo a raya con su ejército y su policía de fronteras los brotes de violencia, en Jerusalén Este, Cisjordania y Gaza. Lo importante, en su caso, era escapar de las denuncias de corrupción que lo tienen en los tribunales y volver a ganar las elecciones, como hizo en diciembre, y formar un Gobierno de coalición, sin reparar en las cesiones.
En el caso específico de Gaza, se llegó a un acuerdo con Hamás para dar más permisos de trabajo para empleados que salieran de la franja, una manera demantener la calma. Se pensó que con eso era suficiente, pero casi en paralelo, el partido-milicia se estaba preparando para su insólita andanada.
Esto es lo que le llegaba, vía Tel Aviv, a EEUU. Así que podía mirar a otro lado. Si ponía sus ojos en Oriente Medio era para otra cosa: ahondar en la dinámica abierta de que estados árabes reconozcan a Israel y viceversa y se abran nuevos caminos diplomáticos y empresariales. Negocio, vaya. Todo nace de los llamados Acuerdos de Abraham, impulsados por Donald Trump a final de su mandato, por los que se han activado las relaciones de Israel con Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos o Sudán. Biden los ha mantenido y reforzado y ahora buscaba la traca final, el acuerdo de reconocimiento mutuo entre Israel y Arabia Saudí. Hablamos del país árabe más pesado e influyente, en lo político y en lo religioso, cada de las dos principales ciudades santas para el Islam.
Apenas un mes atrás, en la Asamblea General de la ONU, Riad y Tel Aviv confirmaban al mundo que el pacto era casi inminente, a falta de detalles. Los saudíes ganarían en paralelo un acuerdo defensivo y de seguridad con Washington, un escudo, y los israelíes, nuevas vías de negocio y un tanto con uno de los países que históricamente más cerca han estado de los palestinos. El texto debía incluir una contrapartida para los palestinos, de hecho, que no había trascendido aún porque estaba en negociación. Y eso es justo lo que también ha animado a Hamás (amparado por Irán) a atacar ahora: dinamitar una alianza que, como mucho, traería más dinero a los palestinos, pero no derechos políticos.
Antes del 7-O, con estos acuerdos alcanzados o en ciernes, a EEUU la zona le parecía un espacio familiar, abarcable, donde sus aliados se iban entendiendo entre sí, todo en orden. Sus certezas tenían los pies de barro, porque los agravios históricos son muchos y ahí estaban, además de los intereses de Teherán, formador y financiador de Hamás y siempre dispuesto a neutralizar lo que convenga a Israel, su archienemigo. Ese acuerdo que era para ya hoy está lejísimos de ser firmado, con Araba (como Emiratos, Egipto o Jordania) condenando a Tel Aviv por ataques como el del hospital Al Ahli de Gaza, aún por aclarar.
De pronto, a Biden se le ha puesto por delante una realidad a la que no hacía mucho caso: que no se puede olvidar a los palestinos porque su problema lleva 75 años esperando a ser resuelto. No ha reforzado a la Autoridad Nacional Palestina como interlocutor, cuando es el Gobierno legítimo, el que reconoce a Israel y se compromete con los acuerdos de paz; no ha reconocido al estado palestino, como sí el 90% del planeta; no ha pedido cuentas a Israel de los proyectos de cooperación pagados por el Gobierno de Washington destrozados por sus incursiones o ataques.
Más: no ha impuesto sanciones y casi no ha lanzado advertencias sobre la multiplicación de las colonias en suelo ocupado, en las que dice la ONU que viven ya casi 600.000 personas. Biden sólo ha levantado un poco la voz para recordarle a Netanyahu que no le gustaba su reforma judicial, que tuviera cuidado con sus socios ultras. Todo lo que hubiera prevenido o amortiguado no se ha hecho, cuando ya se acumulaba el año más violento en la zona desde la Segunda Intifada, antes del ataque de Hamás. Ahora, la cuestión palestina vuelve a la agenda y con urgencia.
La visita, a por todas
En este marco, el pasado 18 de octubre, Biden hizo una jugada arriesgada: ir a Tel Aviv. Pretendía también viajar a Jordania, pero las cosas se truncaron. El norteamericano aterrizó el Israel sabiendo ya que había sido atacado un hospital en Gaza capital y que los muertos podrían ascender a 500 al menos, según el Ministerio de Salud local. Aún así, no anuló el viaje, pese a que entonces aún no había explicaciones de Israel y a él apuntaban las principales sospechas.
Y es que Biden entendió que no quedaba otra que presentarse sobre el terreno y actuar. Primero, para trasladar su apoyo inquebrantable a Israel y, a la vez, un mensaje de calma. Y luego, para lograr un corredor humanitario desde Egipto, aunque sea mínimo. Se trata de una doble política de apaciguamiento, porque por un lado demuestra que está política y militarmente al lado de su eterno aliado (por eso EEUU no es un mediador imparcial en este conflicto) y por otro, descomprime la situación desesperada de los civiles de Gaza y calma al mundo árabe, también, muy exaltado por el riesgo de más masacres en la franja, lo que ha llevado a importantes manifestaciones.
EEUU teme que se pueda volver a dar un levantamiento como el de las Primaveras Árabes. "No es descartable, todos los escenarios son posibles", dijo una fuente a la radio pública NPR. Y es que aquellas protestas comenzaron con un vendedor ambulante tunecino inmolado para protestar contra la policía y prendieron en todo el mundo árabe. ¿Qué no puede hacer una guerra contra una población enjaulada a la orilla del Mediterráneo? El secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, trató primero de lograr un alto el fuego de las partes y la entrada de ayuda humanitaria, pero no lo logró. Por eso tuvo que ir su jefe.
Biden ha entendido los riesgos y, por eso, ha pedido proporcionalidad a Israel en su ataque. Ha avisado a Netanyahu de que sería "un gran error" iniciar una ofensiva terrestre. Si parecía inminente, ha dejado de serlo con el paso de los días, tras este toque del mandatario y los informes de los servicios secretos de EEUU que la desaconsejan. Puede llevar a protestas más masivas, duraderas y violentas y puede poner en contra a aliados tanto de Washington como de Tel Aviv, como son Jordania y Egipto. Así que no se quiere que se vaya demasiado lejos pero, ¿cuánto es eso? ¿Qué se viene?
"Hay varias opciones sobre la mesa", afirma el Ejército de Israel. Biden le recuerda que necesita proporcionalidad y atenerse al derecho internacional humanitario. Toca esperar a ver los pasos, retrasados por la propia visita de Biden, los planes de apertura de Rafah para el paso de ayuda, los avisos amenazantes de Irán y Hezbolá, el partido-milicia libanés, y los propios cálculos de recursos disponibles y posibles pérdidas de las IDF. Israel hace cuentas de cómo actuar con casi 200 rehenes suyos dentro de Gaza y con los 360.000 reservistas llamados a filas y que son personas en edad de producir que no lo están haciendo; la economía también amenaza con resentirse.
De momento, como la vía diplomática no está clara, Biden ha pedido al Congreso norteamericano una partida presupuestaria urgente para defender a Israel, que según la prensa podría cuantificarse en 14.000 millones de dólares. Armas, a falta de palabras. Según la información recopilada por Associated Press, el mandatario ya ha puesto en la región un portaaviones de Estados Unidos -el USS Gerald Ford, el mayor de la flota- y su grupo de ataque ya se encuentran en el Mediterráneo oriental y un segundo -el USS Dwight Eisenhower- ya salió desde puerto estadounidense y se dirige al mismo lugar. Otros tres buques de guerra de la Marina han puesto rumbo también hacia la región. Unos 2.000 soldados están preparados, con capacidad de despliegue rápido, aunque no hay orden para tal en este momento. Sus especialidades, según el Pentágono, son las tareas de apoyo, la asistencia médica y la manipulación de explosivos. Disuasión para que los enemigos de Israel no aprovechen la contiendan y abran nuevos frentes.
El escenario diplomático no es muy bueno: con Netanyahu, por más que sea su socio, no se lleva especialmente bien, y eso que se conocen desde los años 80 del siglo pasado y han trabajado mucho juntos. Con el presidente palestino, Mahmud Abbas, debía haberse visto esta semana en Jordania, junto al monarca de este país, Abdalá II, y el presidente de Egipto, Abdelfatah al Sisi. La cita fue suspendida por Ammán tras la explosión del hospital gazatí. Tampoco es buen gesto verse con Abbas, como ya hizo Blinken, en tierra prestada, sin ir siquiera a verlo a su palacio presencial, en la capital administrativa de Palestina, Ramala (Cisjordania). "Cómplice", se leía en las pancartas de una protesta en la ciudad. En Egipto, mediador clave en el pasado, el miedo es a recibir miles de refugiados que no puedan volver, por lo que también se resiste a la presión de EEUU.
Toda esta crisis atropella a Biden, además, a un año de las elecciones presidenciales, que hoy ganaría de nuevo Donald Trump, según las encuestas, con hasta diez puntos de ventaja. Tiene el presidente que pelear por más presupuesto en una Cámara de Representantes en poder de los republicanos y ya poco dada incluso a dar dinero a Ucrania, tiene que demostrar liderazgo mundial y escapar de un aislacionismo que acaba dañando sus intereses, evidenciar que EEUU es necesario en el tablero mundial, incluso donde estaba de capa caída, y ganarse, de paso, a los siete millones de judíos norteamericanos, que también votan.
Nadie sabe lo que puede venir, más allá de que de esta persecución a muerte de Hamás (con sus consecuencias sobre los civiles palestinos) va a surgir un estatus nuevo, pasado el shock y la guerra abierta. Toda la estrategia de paz, eso sí, está bloqueada por el momento, EEUU tendría que madurar muy rápido un nuevo proceso y no hay mimbres para ello. Por ahora, el único presidente norteamericano que ha llevado la paz a la zona se llama Josiah Bartlet y es un personaje de televisión.