Los desafíos del reinado de Carlos III y sus planes para afianzar la monarquía
De modernizar y adelgazar la institución a unir a un país desencantado, pasando por los conatos independentistas en casa y la Commonwealth. La sombra de Isabel II es alargada, pero es el momento de reivindicarse a sí mismo y marcar su propio estilo.
Han pasado ocho meses desde que Isabel II murió y poco han cambiado las cosas desde entonces. El mundo es otro sin ella, pero no tan distinto, a la vez. Su relevo, Carlos III, el nuevo monarca de Reino Unido, será coronado el próximo 6 de mayo en Londres sin haber alterado sustancialmente una maquinaria vieja de siglos, a la que precisamente se le pide eso: estabilidad, previsibilidad, seguridad. Continuidad se le pedía y continuidad está dando, pero eso no es lo mismo que anquilosamiento o inmovilismo. El rey de Inglaterra lo sabe y modernizar la Casa Real ha sido siempre una de sus mayores inquietudes. Será ahora su principal reto.
Es el momento de demostrar lo aprendido hasta llegar a sus 74 años, toda una vida formándose para esto. Su papel es ceremonial, no tiene poder político, pero pasado el vértigo de los primeros meses sin la inigualable Lilibeth, este rey viejo y joven a la vez tiene que esforzarse en encontrar los resquicios que le permitan hacer y cumplir: para lavar la cara de su familia y mejorar su funcionalidad y su servicio al país, para acercarse a los ciudadanos -mucho más que súbditos-, para concitar el respeto de ese pueblo y unirlo en tiempos de zozobra como los actuales, para prevenir divisiones internas y amasar consensos, para mantener la influencia y el respeto en el exterior.
Su madre le dejó una receta: todo se puede con "corazón" y "devoción" por el país. Ha llegado la hora de demostrar que es útil como rey, que la corona lo es como institución, y que todo puede seguir en pie racionalizando, redimensionando y actualizando los papeles fijados por la ley y la historia. Todo, a la vez que se reivindica a sí mismo y vuela solo.
Un nuevo aire para una monarquía ‘reducida’
A lo largo de sus siete décadas como heredero al trono, Carlos III ha tenido tiempo para pensar cómo dejar su huella en la monarquía y cómo renovar la institución. La monarquía británica se asocia inevitablemente a la tradición, la pompa y el esplendor de las ceremonias y actos que ponen en marcha y que son para muchos británicos y curiosos el principal atractivo de La Firma. Para otros, es anacrónico y ostentoso en los tiempos que corren que la familia real utilice de esa forma el dinero público.
Por eso el nuevo monarca busca diseñar una monarquía reducida que se adapte a las necesidades de la sociedad británica, que ha cambiado desde que Isabel II subiera al trono en 1953. Los códigos de la época de su madre ya no sirven y Carlos III lo sabe. Desde antes del fallecimiento la longeva soberana varios medios británicos vienen publicando la intención del nuevo rey de reducir el número de miembros en activo de la familia, incluso algunos diarios apuntaron a que el deseo de Carlos III sería que no fueran más de siete, con el protagonismo repartido entre él, la reina Camilla y los príncipes de Gales.
A día de hoy los miembros en activo de la familia real —además de los reyes y Guillermo y Kate— son los duques de Edimburgo, Eduardo y Sofía, la princesa Ana, los duques de Gloucester, el duque de Kent y la princesa Alexandra. Se espera que, cuando mueran, no se sustituyan los cargos de los duques de Gloucester y Kent ni de la princesa Alexandra, por lo que ya disminuirá el número de miembros que trabajen representando a la corona. Con las salidas de Meghan y Harry y del príncipe Andrés ya se redujo parte del núcleo duro de la institución.
Antes de tomar decisiones más contundentes, todo apunta a que a partir de ahora en los actos y celebraciones de la familia real se seguirá la estela de los últimos compases del reinado de Isabel II y solo estos miembros activos serán protagonistas. La monarca lo decidió así para lidiar con la complicada situación derivada del escándalo de pedofilia del príncipe Andrés y de la tensa relación del príncipe Harry con su familia.
“Esta versión reducida es lo que ya estamos viendo”, explicó un amigo del rey al Financial Times el pasado septiembre en un artículo donde también se explicaba que esta intención de Carlos se pudo ver ya en 2012, cuando solo él, Camilla, Guillermo, Kate y Harry salieron al balcón con Isabel II para celebrar su Jubileo de Diamante.
Para esta fuente citada por el medio, la monarquía de Carlos será “menos sobre la familia real y más sobre los sucesores directos; menos historia, tradición y glamur y más centrado en el rol de jefe del Estado”. Además, el Evening Standard publica que echar de Frogmore Cottage a Meghan y Harry es solo el primer paso en un plan de cinco años en el que el monarca pretende que no todos los miembros de la familia tengan una vivienda sufragada por la monarquía. “El rey tiene corazón, pero para los familiares que no son parte trabajadora de la corona, es justo que se ocupen ellos de sus casas”, explicó una fuente conocedora de las intenciones del monarca al periódico.
Actualmente la casa real británica recibe de los contribuyentes británicos 86,3 millones de libras de lo que se conoce como Subvención Soberana, pero la institución también recibe ingresos de fuentes como el Ducado de Lancaster, cuyos beneficios suelen destinarse a sufragar las actividades de algunos miembros de la familia.
Republicanismo a raya, pese a todo
Según los últimos sondeos publicados por YouGov, recopilados a mediados de abril, el 58% de los británicos cree que Reino Unido debe seguir siendo una monarquía y el 44% cree que la casa real ha conseguido equilibrar la tradición y la modernidad. Un 61% sostiene que debería mantenerse el sistema actual y un 24%, que habría que abolirlo. Sin embargo, el 45% de los encuestados opina que Carlos III está desconectado de la realidad del país. Sólo un 22% de los sondeados cree que hará un buen papel como monarca, el mismo porcentaje que cree que lo hará mal. El resto son dudas.
Los datos que van en la línea de un creciente republicanismo, que aún se mantiene a raya, pero que crecen lento y seguro en la última década, por más que no esté muy organizado ni sea una voz muy escuchada. El día de la coronación, la organización Republic ha convocado una protesta en paralelo a los fastos. "La monarquía británica son los Kardashians financiados con dinero público", denuncia su líder, Graham Smith.
El nuevo monarca, que ya ha demostrado un estilo completamente diferente al de Isabel II en sus primeros meses de reinado, tendrá que ganarse a los británicos y saber mantener el legado de su madre, que sigue siendo el miembro de la familia real más valorado siete meses después de su fallecimiento. Según los datos recogidos igualmente por YouGov en el primer trimestre de este año, Carlos III ocupa el quinto puesto en el ranking de los royals más valorados, con una aprobación de un 55%.
Unir, sostener, ayudar (y no enredar)
Con el referente materno siempre en el retrovisor, Carlos tiene que hacer suya la institución y protegerla de esa crítica y descrédito creciente, porque más allá del alma monárquica o republicana del país, está en juego un aparato que es una red de calma, en lo institucional y en lo anímico, desde siempre. Tendrá que afrontar un desafío-marco, el de ser quien no dé problemas y quien ayude a resolverlos. Momento de aguas mansas, como intentó su madre hasta entrados los años 90 del pasado siglo.
Reino Unido no vive un buen momento. Sigue siendo la sexta economía del mundo, pero la pandemia, la postpandemia y la guerra de Ucrania le han afectado como a todos, mucho, con la inflación que no baja del 10%, la peor en 40 años, y los salarios que, si acaso, no cubren la brecha con su 3% de subida. El Brexit añade problemas a una situación de crisis global -es hora de arrepentimiento y de pagar las consecuencias-, que se agudiza por el desgaste de los servicios públicos del país. Un mar de problemas que han llevado a las mayores movilizaciones sociales y laborales en la historia reciente del país y que traen de cabeza al primer ministro, el conservador Rishi Sunak.
Justo el rey, en estos escasos meses de experiencia, ha tenido que despachar ya con dos premieres, Sunak y Liz Trust, fruto del caos generado en los tories desde la marcha de Boris Johnson, la pelea interna por su situación y las medidas económicas estrambóticas que la primera ministra planteó y que la llevaron a la dimisión. Reino Unido es hoy un país donde un partido tiene mayoría absoluta y gobierna, pero con la calle en contra y las encuestas dando por vencedores a los laboristas con más de 20 puntos de ventaja.
Esa desunión, ese clima tóxico, será uno de los obstáculos con los que se deberá enfrentar el rey, sin colarse donde no le llaman. ¿Cómo, entonces? Dando continuidad a lo que funciona, no dando quebraderos de cabeza añadidos y actuando como ancla, en la salud y en la enfermedad. Aunque el nuevo rey ha mejorado su imagen en los últimos años, no posee el afecto y la popularidad que se ganó Isabel II, una figura de consenso y respetada por la mayoría de británicos, en los que se ha generado una incertidumbre natural teniendo en cuenta, por su longevidad, que son generaciones las que sólo la conocieron a ella al frente de la corona. "Frente a la confusión o la fragmentación, la esperanza", como resume The Times. Hay que vender ese eslogan.
Le valdrá, también, como hoja de ruta aglutinadora ante los problemas que el separatismo causa en las Islas Británicas y en el exterior. En el primer caso, Escocia e Irlanda del Norte siguen provocando tensiones nacionalistas. La que fuera ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, la gran defensora de un referéndum de independencia para su territorio, ha acabado dimitiendo y su sucesor, Humza Yousaf, parece ser algo más templado. A lo mejor por ese flanco tiene algo más de calma. En el segundo, los unionistas han estado meses bloqueando la formación de un Gobierno y abocando a nuevas elecciones si sus interese no se veían reflejados en los acuerdos fronterizos del Brexit. Está en fase de resolución, cerrado el protocolo con Bruselas, pero pueden seguir saltando chispas.
Fuera del Reino Unido, deberá estar vigilante con la Commonwealth, una asociación voluntaria de 56 países independientes, casi todos anteriormente bajo el dominio británico. En 14 de estos Estados, además del Reino Unido, Carlos será el jefe de Estado. En un mundo en el que la soberanía y la independencia de las naciones se acentúan, cuando las dependencias de los restos colonialistas tienden a evaporarse y cuando llega una persona que no inspira ni la misma confianza ni la misma lealtad, el tablero se mueve.
La monarquía británica sigue teniendo la hegemonía en el grupo. En 2018, a petición de la reina fallecida, se decidió que Carlos sería su sucesor también en la Commonwealth al ascender al trono, lo que a falta de coronación ocurrió el pasado viernes. Lo dejaba todo atado y bien atado, porque el cargo ya no era hereditario. Los demás países dieron el visto bueno en una señal de respeto a Isabel II, pero ya surgieron las primeras discrepancias públicas. En 2021, Barbados se desligó y hay debates sobre hacer lo propio en Australia o los estados del Caribe (Bahamas, Antigua o Jamaica), con peticiones de consultas populares a la vista.
Al menos, Carlos ha dado un paso que reconcilia a su país con el pasado imperial más sombrío: está dispuesto a emprender la revisión del pasado colonial y esclavista, empezando por apoyar una investigación sobre el papel de la monarquía en el comercio de esclavos, a raíz de unos documentos publicados por el diario The Guardian sobre los propios fundadores del propio medio.
Conexión a pie de calle
Siempre se repite eso de "mejor que me teman a que me quieran", pero eso es de reyes del medievo. Cuando el poder está limitado por el Parlamento, hay que acercarse a quien vota a esos parlamentarios. Este es un reto institucional, en el que su madre trabajó en sus últimos años, pero también personal: no es el más querido, había un porcentaje importante de la población que prefería que el trono saltase al Príncipe de Gales, y tendrá que arremangarse para reducir distancias con los ciudadanos. El gesto de Carlos echando la bronca a un empleado de palacio por un simple tintero dio la vuelta al mundo como ejemplo de lo que no debe ser, nunca.
De momento, para los días cercanos a la coronación, Carlos y Camilla han pedido a los ciudadanos que hagan labores de voluntariado en su honor, incluso. Y han mostrado interés en materias que están en la línea de las que preocupan a los ciudadanos, como el cambio climático, la transición energética, el urbanismo responsable o las desigualdades y el empleo joven, de las que han sido adalides en su fundación mucho antes de que los Gobiernos de su país se pusieran con ello y posicionándose en público más allá de lo que podrá hacerlo nunca como rey, un cargo en el que la neutralidad obliga. Ese será otro gran reto: refrenar la lengua y las actitudes, porque la libertad que tenía como príncipe se ha esfumado y el activismo debe dejarlo en el cajón. A cambio, tiene más poder de influencia y de ejecución.
Cuando pasen las fiestas, los 2.000 invitados y el protocolo, será el momento de la verdad. Una pelea por hacer cosas que también es contra el tiempo. Veteranía para esprintar en un tiempo complejo.