Con Netanyahu en EEUU, salta la pregunta: ¿qué piensa Harris de su guerra en Gaza?

Con Netanyahu en EEUU, salta la pregunta: ¿qué piensa Harris de su guerra en Gaza?

La aspirante a la candidatura demócrata a la Casa Blanca podría mostrar un tono más cercano a los palestinos, por su defensa de los derechos humanos, pero su política con Israel se espera idéntica. Volantazos, no. Un poco de sensibilidad más.

Una miembro del Comité Demócrata de San Francisco porta una pancarta de Kamala Harris con la iconografía de la campaña de Barack Obama, el lunes.JOHN G. MABANGLO / EPA / EFE

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha iniciado el martes una visita a Washington en la que tiene programado un discurso doble, ya este miércoles, ante las cámaras del Congreso. También debería verse estos días con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, pero será si el covid del demócrata se lo permite. A ese contratiempo de salud se ha sumado el anuncio del domingo del propio Biden de que desiste de ser candidato a la reelección en las elecciones de noviembre, lo que complica aún más una visita de peso, cuando la guerra en Gaza supera los nueve meses, como los muertos palestinos superan los 39.000. 

Sin embargo, ahora quien atrae todas las miradas en la capital estadounidense es Kamala Harris, la vicepresidenta y, desde el lunes, aspirante a la nominación del Partido Demócrata en su convención del mes próximo. Con el aval del mandatario y de los mayores pesos pesados de la formación (faltan los Obama), la exfiscal ya se ha puesto en modo campaña y es hora no sólo de cosechar delegados y dinero, sino de decir lo que piensa. Israel, Palestina y la guerra de Gaza están entre los temas esenciales en política exterior, así que lo tocará retratarse. 

Lo primero será ver si, de hecho, asiste ella también al encuentro entre Biden y Netanyahu en el Despacho Oval, que no es un gesto menor. Biden, si la invita, refuerza su apadrinamiento y la idea de que Harris ya es poder y asume altas responsabilidades. Per por otro lado puede dar imagen de debilidad (más aún), como si solo no pudiera afrontar los meses de legislatura que le quedan por delante. También se ganaría las críticas republicanas por supuesto electoralismo, pero así es la política. Harris, que en su papel de número dos del Gobierno actúa también como presidenta del Senado, se espera que esté en ese puesto oyendo al israelí. 

Mientras escucha al líder del Likud, ¿qué pasará por su cabeza? Lo cierto es que, hasta ahora, Harris ha mantenido una postura clara de apoyo a Israel y a su legítima defensa tras los atentados de Hamás del 7 de octubre pasado, que dejaron cerca de 1.200 muertos en suelo israelí, además de 253 rehenes. Sin embargo, es de justicia decir que la suya fue una de las primeras voces que se levantó en la Administración norteamericana para reclamar un alto el fuego general y, en particular, que el Ejército de Israel usara su fuerza de una manera proporcionada, evitando muertes de civiles palestinos. 

Que nadie espere un volantazo, pero hay matices. La vicepresidenta se ha mostrado un poco más comprensiva con los palestinos y sus necesidades y ha criticado más duramente la catástrofe humanitaria de Palestina. Va en la línea de una antigua abogada y fiscal muy comprometida con la causa de los derechos humanos, la democracia y el multilateralismo y que, además, por eso está bien vista en el ala más progresista de los demócratas, la que más medidas contra Israel reclama. 

Kamala Harris, ayer en la Casa Blanca, atendiendo un acto deportivo.Andrew Harnik / Getty

Harris siempre se ha mostrado defensora de una solución de dos estados, reivindicando el derecho de Palestina de ser un país de pleno derecho, y también ha sido una de las políticas de su país que con más claridad ha reclamado a Tel Aviv un plan para el día después de la guerra en Gaza.

Por eso, es posible un cambio en el tono, con más simpatías a las víctimas de la franja y, también, a su Gobierno, tan dejado en segundo plano por Washington, pero su política con Israel se espera idéntica: apoyo total en lo militar y en lo diplomático. En marzo, tras los ataques insólitos de Irán con drones contra Israel, Harris dijo que el apoyo de EEUU a su estado amigo estaba "acorazado". Tendrá que ir con pies de plomo para no traspasar la línea que enfade al "aliado máximo", el "amigo eterno", el "socio más grande", que es Israel, en palabras de Biden. Una posición intermedia que sea, sin duda, de apoyo a Tel Aviv y, a la vez, que dé espacio al daño de los palestinos. 

Harris, que no tenía experiencia internacional antes de llegar a la vicepresidencia, ha ido granjeándosela en estos años. No ha arrancad grandes titulares en esa faceta, pero ahora tiene "vínculos personales forjados con líderes mundiales y un sentido de los asuntos globales adquirido durante un mandato en el Senado y como segunda al mando de Biden", destaca Forbes. Sobre todo, ha intentado mantener la unidad de Occidente en su apoyo a Ucrania ante la invasión de Rusia y ha trabajado las relaciones con países de América Latina, por los flujos migratorios. 

Lo que no tiene es relación previa con el primer ministro israelí. Sí la tenía Biden al llegar, tras décadas llevando política exterior como senador, justo la experiencia que fue a buscar en él Barack Obama cuando aspiró a la presidencia y lo puso en su boleta. Por un lado, es lega. Por otro, no tiene animadversiones ni pasado con Netanyahu, con el que es fácil chocar. No comparte la larga historia y los vínculos emocionales de Biden con Israel y pertenece a una generación diferente en la que la culpa inmemorial de la Segunda Guerra Mundial se ha transformado.

Con ella, si Bibi estira mucho de la cuerda, quizá lleguen más sanciones a colonos o a extremistas del Gobierno, o restricciones a las armas y a las municiones de EEUU que ahora mismo se están usando en Gaza. Pero revolución, tampoco. 

Harris está casada con un abogado judío, Doug Emhoff, muy activo en la lucha contra el antisemitismo y que ha acercado a su esposa a los valores de su fe, lo que puede facilitar su conexión con Israel. En sus redes sociales, ambos comparten momentos de festividades hebreas, aunque ella fue criada asistiendo a una iglesia bautista negra y a un templo hindú, por los orígenes jamaicanos e indios de sus padres. 

Ella, la hija de Emhoff e hijastra de Harris -tiene otro más, fruto del primer matrimonio de su esposos- causó controversia en marzo pasado al pedir desde su cuenta de Instagram donaciones para la UNRWA, la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos. Israel ha denunciado a este organismo diciendo que varios de sus trabajadores tenían connivencia con Hamás, lo que hizo que dos decenas de países le retirasen sus fondos. Ante la falta de pruebas de ese señalamiento, las partidas están volviendo a llegar. La prensa republicana norteamericana y la israelí hizo de este llamamiento solidario un escándalo. 

Qué se espera de la visita

El primer ministro israelí, Netanyahu, llega a la capital de EEUU en un momento de cambio para su país anfitrió, pero es que él ha dejado en el suyo, también, un terremoto formidable, con críticas como nunca. El derechista está bajo presión para poner fin a la guerra de Gaza, negociando con Hamás de forma indirecta, con Washington (y la CIA) vigilando.

Sabe que juega en casa, porque EEUU fue su país muchos años y porque es un socio que no falla. Así, se va a convertir en el único líder extranjero que se dirige a las Cámaras por cuarta vez. Más allá de su mantenimiento en el poder, es que tiene las puertas abiertas. 

El viaje le ofrece una plataforma para restablecer o, al menos, mejorar su relación con Washington después de meses de tensiones por su enfoque de línea dura en la guerra y una oportunidad para intentar convencer a los israelíes de que no ha socavado las relaciones con su aliado más importante. Pero se ve eclipsada por la decisión del presidente Biden de no buscar la reelección, lo que pone de relieve las incertidumbres políticas sobre el próximo socio de Israel en la Casa Blanca y de seguro tapa parte de la atención sobre la visita de Netanyahu.

Y lo que se dejó en casa no era, precisamente, positivo. Una serie de protestas reclamando que se quedara en casa y se concentrara en un acuerdo de alto el fuego con Hamás para liberar a los rehenes israelíes ocupó las calles de Tel Aviv, con seguimiento notable en Jerusalén también. Hay ciudadanos que entienden que el viaje de Netanyahu es sólo una medida política, para retrasar las cosas y no plantar cara a sus críticos, abrigad en el amigo americano. 

El primer ministro ha sido acusado de ceder ante la presión de dos ministros del gabinete de extrema derecha que han amenazado con derribar su Gobierno si hace concesiones a Hamás. A ello se suma la frustración de la Casa Blanca de no tener ya ese acuerdo, después de haber anunciado última fórmula para las conversaciones y haber expresado optimismo en que se pudiera lograr un acuerdo. Lo ha hecho varias veces, de hecho, hasta que ya empieza a parecer ridículo, que viene el lobo y nunca viene. 

Biden sigue siendo uno de los presidentes más proisraelíes que ocupan el Despacho Oval, un autoproclamado sionista que ha sido elogiado por los israelíes por su apoyo y empatía, cimentados por su viaje a Israel pocos días después de los ataques de Hamás, abrazo a Netanyahu incluido. Pero, desde entonces, hasta el mandatario se ha alarmado por el coste de la exigencia de Netanyahu de una "victoria total" contra la milicia en Gaza. El todo por el todo, con violaciones de derechos humanos y posibles crímenes de guerra

Biden y Netanyahu se saludan afectuosamente en un encuentro en Tel Aviv, en octubre pasado, tras los atentados de Hamás.AFP via Getty Images

La Administración está enfadada con el primer ministro israelí por rechazar una solución de posguerra que implique la creación de un Estado palestino, negándose a dar un mayor papel a la actual Autoridad Nacional Palestina (ANP), incluso aunque esté siendo reformada como Washington quiere. Biden está "enojado" con Bibi, dijeron sus asesores al New York Times, por resistirse a sus llamamientos para hacer más a la hora de proteger a los civiles palestinos y aumentar el flujo de ayuda a los civiles, sobre todo por vía terrestre. 

El presidente de EEUU aprieta porque le preocupa que el conflicto se extienda más a la región de Oriente Medio (ya ha implicado a Irán, Irak, Líbano y Yemen, como poco, con tensiones que nadie sabe en qué pueden acabar cualquier día) y porque sabe que no hacerlo le puede costar votos. O, mejor dicho, ahora puede pasarle factura a Harris o a quien sea finalmente el candidato demócrata a la Casa Blanca. El alineamiento de Biden con Israel le desgastó en las primarias, con estados como Michigan donde cosechó un voto de castigo de la población de origen musulmán por su tibieza en Gaza. En las elecciones del 5 de noviembre, el Partido Demócrata no puede permitirse el lujo de perder nada. 

A medida que la presidencia de Biden se debilitaba en el torbellino de controversias sobre sus capacidades, los analistas de la prensa norteamericana apuntaron a que le sería también más complicado mantener la presión sobre el primer ministro israelí. Ahora las cosas, de nuevo, pueden cambiar si Harris necesita ponerse firme, al menos en el relato. Hasta ahora, el paso más serio de Washington lo dio en mayo, cuando se supo que había retrasado "ciertos" envíos de armas fabricadas por Boeing a Israel, en un intento de evitar que Netanyahu ordenase atacar Rafah. Luego ha seguido aprobando más paquetes de ayuda, sin bloqueo. Y ha estad vetando en la ONU resoluciones que pedían un alto el fuego hasta que planteó su propio texto, en junio

El líder de la mayoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, provocó recientemente un pequeño terremoto en Washington cuando se puso de pie y dijo que Netanyahu era uno de los obstáculos que se interponían en el camino hacia una paz duradera con los palestinos.

No se espera eso de Harris, quien un día dijo que su país siempre estará con el estado de Israel y sus ciudadanos, olvidando citar -casualidad- a su primer ministro o su Gobierno. No, no habrá ningún cambio en la política estadounidense, seguirá su compromiso con la seguridad de Israel, mientras presiona para poner fin al conflicto de Gaza y dibujar un plan para el día después que aporte, además, paz regional con los estados árabes.

Netanyahu también podría utilizar la visita para llevar la conversación de la controversia sobre Gaza a la amenaza de Irán, un tema con el que se siente mucho más cómodo, especialmente después de la reciente escalada con los rebeldes hutíes respaldados por Irán en Yemen, donde la coincidencia con EEUU es total. Ahí sí puede lucirse como "Mister América", algo que le encanta hacer y que echa de menos en estos meses de encontronazos y aislamiento. 

Y, de paso, aprovechará para verse con gente del Partido Republicano, con el que la sintonía es aún mayor y al que las encuestas dan ganador en noviembre, con Donald Trump a la cabeza. Con él se entrevistará en dos días. Existe una opinión generalizada de que Netanyahu está ganando tiempo, esperando una victoria de Trump que pueda aliviar parte de la presión que ha estado enfrentando por parte de Biden. Pero, a la vez, queda bien con los demócratas por si acaso. 

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La pregunta es si esa presión de Biden disminuirá a medida que se aleje de la carrera presidencial, o si de hecho utilizará los meses que le quedan en el cargo para concentrarse en lograr el fin de la guerra de Gaza. No sería un mal colofón a su legislatura, tras años de olvido de la zona.