Alexandr Lukashenko, los 30 años en el poder del más longevo dictador de Europa

Alexandr Lukashenko, los 30 años en el poder del más longevo dictador de Europa

El presidente de Bielorrusia llega al aniversario reforzado por su alianza creciente con Rusia, que lo usa en su ataque a Ucrania, y por las complicaciones de sus opositores de plantarle cara: el precio es el exilio, la cárcel o la muerte. 

Alexandr Lukashenko, durante una comunicación desde San Petersburgo con la estación Vostok de investigaciones rusas en la Antártida, el pasado 28 de enero.Getty Images

Un día como hoy de hace 30 años, el 20 de julio de 1994, Bielorrusia celebró sus primeras elecciones democráticas y Alexandr Lukashenko se convertía en su presidente. El país, históricamente al abrigo de la Unión Soviética, había alcanzado su independencia sólo tres años antes y afrontaba un futuro en paz sobre valores democráticos. Era un tiempo nuevo de esperanza y Lukashenko, el líder nacional en el que confiar para llevar el timón del progreso. 

Su mandatario fue investido entre muestras de cariño de su pueblo pero, con los años, se ha convertido en un tirano, el último dictador de Europa, que avasalla a sus críticos, los calla, encarcela y fuerza al exilio, silencia medios de comunicación y, sobre todo, baila al son de Vladimir Putin, el presidente ruso que emplea el país como le interesa: de satélite, de portaaviones, de carretera, de silo de armas, de matón. Bielorrusia es hoy el feudo de Lukashenko, su cortijo, un lugar donde las elecciones están amañadas, sancionado por Europa y Estados Unidos -en un intento de ayudar a los opositores y abrir el sistema-, el suelo desde el que Moscú lanzó la ofensiva contra Ucrania en febrero de 2022, un país de casi 9,5 millones de habitantes y 207.560 kilómetros cuadrados manejado con mano de hierro y puesto al servicio, además, del amigo del Kremlin. 

Desgastado por las críticas internas y la oposición occidental, Lukashenko alcanza estos 30 años de mandato robustecido por esas nuevas tareas del amigo ruso. Me haces favores, tienes mi protección. Ha habido de todo en estos tiempos. Hace un año, Putin pidió a Lukashenko controlar al Grupo Wagner y a su líder, Yevgeny Prigozhin, tras el intento fallido de golpe de Estado. Luego, con la ¿muerte? ¿asesinato? de su jefe, los mercenarios se cobijaron bajo las alas del Ministerio de Defensa de Rusia y se fueron desplegando por África, por ejemplo. Un servicio bien prestado. Aún centenares de esos milicianos se entrenan en su país.

Vladimir Putin y Alexander Lukashenko, el pasado24 de abril en Minsk.Getty Images

Luego, Rusia le mandó supuestamente armas nucleares tácticas a su territorio para mejorar su seguridad y meter miedo, claro, tanto a Ucrania como a los países UE y OTAN fronterizos (Polonia, Estonia, Letonia y Lituania). Lukashenko ha amenazado con usarlas contra un Occidente al que califica de "provocador".  Y ha hecho maniobras con China, poderoso donde los haya, a las puertas de Ucrania. Y ha seguido arrimando inmigrantes a las fronteras europeas para presionar con tácticas de guerra híbrida. "Nunca miraremos a Rusia con desaprobación. Es nuestro país más cercano y lo abrazamos en todas las situaciones", le gusta repetir al dictador. Cada día da ejemplo de ello.

La esperanza que no fue

Aleksandr Grigórievich Lukashenko (Raión de Orsha, Vítebsk, 31 de agosto de 1954) empezó siendo líder aclamado, querido por su gente. De orígenes humildes, profundo defensor de la Unión Soviética y crítico con la Perestroika, sacó más de un 81% de votos en los primeros comicios de su país. Su doble mensaje de nostalgia de tiempos mejors y lucha contra la corrupción convenció a los electores. 

Por tanto, en sus inicios era un político de esperanza, que pronto mostró su cara más autoritaria, que supo sobrevivir electoralmente gracias al desarrollo económico de unos años prósperos y que, ahora sí, es un hombre agotado, arrinconado por la crisis laboral y sanitaria y política, rechazado por las crecientes víctimas de sus violaciones de derechos humanos, iliberal, autoritario, violento, que controla a la disidencia y sale elegido porque no hay más vías, porque hay temor, porque lo contrario se paga. 

Lukashenko es ahora el presidente más longevo del continente europeo. Criado por su madre, se apoyó en el sistema soviético imperante en su nación para estudiar y crecer. Es historiador e ingeniero agrícola de formación -le encanta hacerse fotos trabajando el campo, cual Putin a caballo-, sirvió en dos ocasiones en el Ejército Rojo (una, forzoso, en la mili, y otra voluntario) y, en sus primeros años como adulto dirigió una granja colectiva y una fábrica de material de construcción. Siempre ha exhibido su orgullo de clase obrera y sus ganas de liderazgo.

Tras diez años de militancia en el Partido Comunista, en 1990 fue elegido diputado por primera vez. Su nombre se hizo conocido enseguida porque fue, recalcitrante, el único parlamentario de Minsk que votó en contra de la disolución de la URSS, un año después. Por ejemplo, nunca ha eliminado ni transformado el KGB, el mítico servicio de espionaje. Todo old fashioned pero muy eficaz.

En esos años de turbulencias, en 1991, se produjo la independencia de Bielorrusia y, aunque Lukashenko seguía siendo partidario de un mastodonte unido a la madre Rusia, más democrático quizá, con más libertades, pero de una pieza, decidió emprender la carrera presidencial. Al menos, quería preservar la manera soviética de hacer las cosas.

El panorama político era desolador: primeros casos de corrupción, descomposición de las estructuras clásicas de poder y el tutor, Rusia, perdido en su propio futuro. En ese caldo de cultivo se hizo fuerte el diputado, con un partido independiente, y ganó el poder.

Borís Yeltsin, Alexandr Lukashenko y Bill Clinton, en una Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa, en Budapest, al poco de llegar el bielorruso al cargo.David Brauchli / Sygma via Getty Images

Los dos primeros años de gestión fueron de impulso, de intentar hacer mejor las cosas. Siempre, con dos objetivos: garantizar el cumplimiento de las promesas socialistas que había hecho a su pueblo y reforzar la alianza con Moscú, que otros países de la órbita soviética estaban olvidando. Sus lazos con el Kremlin se empezaron a tejer ya con Boris Yeltsin al frente, siempre mirando de reojo fuera, a cualquier "amenaza extranjera occidental".

Lukashenko dobló el salario mínimo, reinstauró el perdido control de precios y nacionalizó empresas y bancos que se estaban adaptando ya al capitalismo. Todo, transmitido con un mensaje muy directo, muy populista, el del hombre de campo y de fábrica. Uno más, pero en la cúspide, anclado al socialismo del siglo anterior. Un igual.

La deriva

En 1996, sin embargo, llegó la deriva. Tras dos años en el poder y con la economía aún sin cuajar, comenzó a tomar decisiones polémicas, como el refuerzo hasta la extrema dependencia de sus relaciones con Rusia, el cambio de símbolos (frente a la bandera nacionalista, roja y blanca, una con reminiscencias soviéticas, añadiendo el verde), la equiparación del ruso al bielorruso como lengua oficial y, sobre todo, una reforma que le permitía tener mayor control del Parlamento.

Con los años, por ejemplo, cambió la Constitución para impedir una moción de censura y, luego, para quitar el límite de renovación de mandatos, lo que le permite seguir sumando legislaturas de cinco años desde 2004. Las elecciones en las que se ha proclamado ganador hasta en seis ocasiones han sido denunciadas por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y la Unión Europea (UE), por amaños y manipulación. Supuestamente, siempre ha ganado con más del 70% de los votos. Las últimas, superando el 81%. 

Pese a que, por todo esto -por su apoyo a Irak, por sus quejas en la ampliación al este de la UE, por sus amistades con Irán y Venezuela...-, tanto Europa como EEUU comenzaron a darle de lado hace años, pero Lukashenko mantenía aún un importante apoyo social porque, en los 2000 la economía tiraba mejor y había una relativa paz, aún a costa de bloquear el sector privado o las iniciativas empresariales que no le cuadrasen. El petróleo y el gas seguían llegando de Rusia, a precios muy (muy muy) ventajosos, y de esa forma se podía seguir subsidiando al campo y a la industria. "Batka", padre, lo llamaban sus seguidores.

Ese tiempo pasó. El año clave en el que el mundo conoció la verdadera cara del mandatario fue el 2020. Ese agosto, se proclamó otra vez presidente, arrasando. No es raro, pasó en todas las convocatorias anteriores. Sin embargo, el escenario era otro: la contestación social había pasado de unos partidos concretos, se había extendido la rabia y prácticamente no quedaban candidatos para pelearle el puesto porque todos estaban en prisión o fuera del país.

Entonces, se unieron por primera vez todas las facciones antiLukasheko y tomó la bandera de las listas Svetlana Tijanóvskaya, esposa del encarcelado Serguéi Tijanovski. La campaña de las mujeres (porque tres fueron las que la lideraron) sacó a las calles a decenas de miles de ciudadanos cansados, al grito de "fuera Lukashenko".

Ya no es que las Naciones Unidas, Amnistía Internacional o Human Rights Watch denunciaran sus desmanes, es que ciudadanos de todo tipo veían cómo levantar mínimamente la voz les costaba cárcel, torturas, maltratos intimidación, en el mejor de los casos. En 2006 ya se había producido la llamada Revolución Blanca, primer intento de mostrar en la calle el cansancio del personal. Hace tres años fue el estallido total, sofocado a base de violencia, con más de 20.000 detenidos en los primeros meses.

Los motivos fueron varios: a la persecución de políticos opositores (sólo seis aspirantes lograron inscribirse oficialmente para pelearle los comicios y, salvo Tijanóvskaya, todos eran títeres) y la falta, por tanto, de elección, se sumó que el nivel adquisitivo de los ciudadanos había bajado, la crisis económica de 2008 hacía mella, la dependencia de Rusia estaba un poco baja y la persecución del opositor era feroz. Las elecciones fake y la pandemia de coronavirus todo lo agravaron: por un lado, retorciendo el sistema y por otro, desde la inacción, haciendo como que no era nada el maldito virus. A su gente le recomendó sauna, vodka y "mucho trabajo" para no cazar el virus, literalmente.

Lukashenko se sigue comportando como siempre en su carrera: sin especial inteligencia, pero con mucho tesón y afán de control. Por eso, lo primero que hizo y hace ante cualquier crisis es acusar a fuerzas exteriores de una conspiración en su contra, vestirse de militar y coger un arma y lucir a su hijo, Nikolai, como si fuera ya su heredero de 19 años. Otro Lukashenko. Ante las críticas, sostiene que prefiere estar muerto a ceder, sin reparar en la falsedad del apoyo en las elecciones que él mismo manipula. Se cree sus mentiras.

Desde 2020, las sanciones internacionales se han multiplicado. Las más recientes, de Europa y de EEUU por su cercanía a Rusia en la invasión de Ucrania. Según informa el Consejo europeo, 233 personas de Bielorrusia han sido ya sancionadas -empezando por su mandatario-, al igual que 37 entidades. "Las sanciones se dirigen a las personas responsables de la represión y la intimidación a manifestantes pacíficos, miembros de la oposición y periodistas, así como de faltas en el proceso electoral, torturas a presos y otras violaciones de los derechos humanos", explica. "También se dirigen a la judicatura implicada en el enjuiciamiento y la condena de opositores democráticos, miembros de la sociedad civil y periodistas, así como a los agentes económicos, empresarios destacados y empresas que se benefician del régimen bielorruso o lo apoyan", añade. 

A eso se suman restricciones al comercio; la prohibición del acceso al sistema SWIFT para cinco bancos bielorrusos; la prohibición de las transacciones con el Banco Central de Bielorrusia; límites a las entradas financieras de Minsk en la UE, y la prohibición del suministro de billetes denominados en euros a Bielorrusia. "Estas sanciones se han impuesto en respuesta, entre otras cosas, a la violencia inaceptable que las autoridades bielorrusas han ejercido contra manifestantes pacíficos, la instrumentalización de los migrantes con fines políticos y los ataques híbridos en las fronteras de la UE", indica la oficina de Charles Michel.

Protesta contra la victoria de Lukashenko en las calles de Minsk, el 23 de agosto de 2020.Marina Serebryakova / Anadolu Agency via Getty Images

Suma y sigue

Antes de Ucrania, pues, la tensión por la falta de democracia en el país era seria. Ha habido en los últimos dos acontecimientos especialmente reveladores de cómo es Aleksandr Lukashenko y que explican que no haya acercamiento posible. El primero fue en abril de 2021, cuando el bielorruso ordenó la detención del periodista crítico Roman Protasevich. Hizo aterrizar a un avión que iba de un país de la UE (Grecia) a otro país de la UE (Lituania), con la excusa de una amenaza para la seguridad del vuelo; cuando ya estaba en su país, se llevó al informador, quien iba dejando claro a los demás viajeros, a gritos, que se enfrentaba a la pena de muerte con este arresto. El avión fue escoltado a tierra por un caza de combate por orden directa del presidente. Queda claro el envite.

El segundo fue en la navidad de ese mismo año, aunque se prolongó unos meses y aún perdura: Lukashenko llevó a miles de migrantes a su frontera con Polonia y Lituania para que cruzaran a un país de la UE y generasen un problema. Estaba poniendo en riesgo la vida de miles de seres humanos en un intento claro de "guerra híbrida", según denunció la propia Comisión. Más allá de la desesperación iraquíes, kurdos, sirios o yemeníes por entrar en Europa, estaba la fabricación de Lukashenko.

Numerosas ONG denunciaron que Minks había organizado una vasta red de tráfico de personas por todo Oriente Medio, completada con una campaña de desinformación que lanzaba bulos sobre supuestas ofertas de empleo y casa en países europeos, sobre todo la jugosa Alemania. El plan era volar directamente a Bielorrusia y cruzar luego a Polonia, Letonia o Lituania y seguir caminando hacia el oeste. Aún hoy llegan grupos por esta vía de forma ocasional, con picos de crisis. 

Por este tipo de cosas, el aislamiento internacional del dictador es casi total, Rusia aparte. No ayudan sus amenazas constantes a la seguridad de la vecina Polonia o las amenazas de cortar todo el gas que pasa por su territorio, aderezadas, por otro lado, con premios constantes de Occidente para los opositores a los que no puede ver.

Human Rights Watch afirma que, a día de hoy, las autoridades bielorrusas continúan con su "purga" de voces independientes, "procesando y acosando a defensores de los derechos humanos, periodistas, abogados, políticos de la oposición, manifestantes y activistas". Cientos de ellos siguen tras las rejas "por cargos de motivación política" y se enfrentan a malos tratos bajo custodia. Ninguna organización de derechos puede operar legalmente en Bielorrusia, recuerda, por lo que los testimonios se logran con gran peligro por parte de quienes se exponen y, también, de quienes escapan.

"Las autoridades bielorrusas procesaron a los críticos de la guerra de Rusia en Ucrania y dispersaron brutalmente las protestas contra la guerra, al tiempo que permitieron que las fuerzas rusas usaran el territorio bielorruso para apoyar su invasión de Ucrania desde el 24 de febrero de 2022", indica en su ficha de país. Sigue siendo el único país de Europa y Asia Central que utiliza la pena de muerte y amplió los delitos a los que se puede imponer justo el pasado año.

Amnistía Internacional hace la misma radiografía. "Persisten las restricciones graves de los derechos a la libertad de expresión, asociación y reunión. Al menos un hombre fue ejecutado. La tortura y otros malos tratos son generalizados y prevalece la impunidad", destaca. En el último año, "se abusó del sistema de justicia para reprimir la disidencia y los juicios fueron sistemáticamente injustos". 

Además, "las minorías nacionales y religiosas sufrían discriminación", mientras que las personas refugiadas y migrantes "fueron objeto de violencia y devolución en caliente". Ni para los de dentro ni para los de fuera, en el Gobierno de un hombre declaradamente racista, machista y homófobo en sus declaraciones.

En todos estos informes se apoya la líder opositora Tijanóvskaya, exiliada y juzgada en ausencia en su país, cabeza visible de la lucha contra Lukashenko, para reclamar a la comunidad internacional que actúe. Esta exprofesora de inglés, niña de Chernobil, no sabe si su esposo vive o mueren porque desde marzo de 2023 no tiene noticias suyas. Denuncia que su esposo y sus colegas son "los Navalni de Bielorrusia", en alusión al crítico con Putin que acabó muriendo este febrero en una cárcel de Siberia. A principios de julio se produjo una liberación insólita de presos políticos, por el 80º aniversario de la liberación del país del poder nazi, pero se desconoce aún cuántos han sido finalmente y cuál era su estado (se cree que sólo se dejó libres a reclusos muy enfermos).  

Tijanóvskaya, Premio Sájarov 2020 a la Libertad de Conciencia, avisa ante las elecciones presidenciales de 2025, a las que Lukashenko ya ha dicho que se va a presentar para lograr su séptimo mandato consecutivo. Por el control de los críticos que tiene, nadie espera nada por debajo de la aclamación. La líder avisa de que, pese a lo complicado de las protestas, el presidente se los encontrará enfrente. La opción de bajar los brazos, como dijo en un discurso ante el Parlamento Europeo, no la contemplan porque estamos ante una "guerra silenciosa", diferente a la ucraniana, pero guerra al fin, apuntada por Rusia. Alerta de que Putin y Lukashenko buscan lo mismo, "quieren ver una Europa como un castillo de naipes decadente", desunido, frente a los "amantes de la libertad". 

Habla de un régimen "estalinista" en Bielorrusia, del intento de Moscú de convertir a su país en "una colonia rusa de supervivencia", y pide ayuda a los países de la Unión Europea para que ayuden ante la última barrabasada de Minsk: la orden de negar el pasaporte o el derecho de propiedad a quienes viven en el extranjero, a menos que regresen. Toda una amenaza para la disidencia. También ruega que se incrementen las sanciones. "Aprieten. Lo único que merece este señor es un billete de ida a La Haya", la ciudad donde están las cortes internacionales de justicia especializadas en crímenes de guerra o de lesa humanidad. 

En Bielorrusia, hoy, hay un país que pelea y un dictador que aprieta y que planea que su hijo haga lo propio otros 30 años al menos. Todo, en el corazón de la vieja y demócrata Europa.