30 años de los Acuerdos de Oslo, la paz de los valientes que ilusionó a Israel y Palestina
Tras meses de encuentros secretos, de cesiones y de avances, se firmó en Washington la hoja de ruta que debía llevar a una solución justa y duradera al conflicto. Tres décadas más tarde, la violencia azota y los políticos ni se miran.
El 13 de septiembre de 1993 fue un extraño día de alegría planetaria. Tras décadas de conflicto encarnizado, israelíes y palestinos firmaban su primer acuerdo de paz, el de Oslo, una inyección de adrenalina en el corazón de una de las crisis más duraderas y profundas del mundo. En la Casa Blanca, ante la mirada de Bill Clinton, el israelí Isaac Rabin y el palestino Yasser Arafat pactaron una solución total en cinco años.
Han pasado 30 y nada más lejos de la realidad: la violencia, el radicalismo, el statu quo y la falta de liderazgo y generosidad ha hecho de la llamada Declaración de Principios sobre las Disposiciones relacionadas con un Gobierno Autónomo Provisional un papel mojado. Nadie quiere certificar su muerte por no ser el primero en dar el paso, pero todos asumen que es así. La situación en la zona es ahora la peor en décadas y aquella esperanza, tan inmensa, se ha esfumado. Resta, multiplicado, el sufrimiento que llevó a unos mandatarios comprometidos a sentarse para pararlo.
De qué hablamos cuando hablamos de Oslo
Todo parte de España. En el año 1991 se celebró la Conferencia de Paz de Madrid, patrocinada por Estados Unidos y la URSS, con el objetivo de impulsar un proceso de paz en Oriente Próximo entre Israel y los países árabes. Era la primera vez que se sentaban a una misma mesa líderes de estados y territorios radicalmente enfrentados. En ella participaron delegaciones de Israel, Líbano, Siria, Egipto y Jordania-Palestina, bajo el auspicio del Gobierno de Felipe González.
Aunque aquella cita no acabó con una resolución de paz firmada por las partes, fue la antesala de lo por venir. "Nos sentimos seguros de que habíamos dado con un verdadero socio", como explica Yossi Beilin, viceministro de Exteriores de Israel, clave en el proceso negociador. Palestinos e israelíes vieron que podían hablar unos con otros y decidieron seguir haciéndolo, pero de forma muy discreta, en Oslo, amparados por el Instituto Noruego de Ciencia Aplicada (FAFO). 17 meses estuvieron viéndose, hablando. Revolucionario, visto su pasado en común.
Un trabajo de filigrana en el que se empeñó gente como Beilin, Ron Pundak, Nabeel Shaath o Hanan Ashrawi y que cuajó el 9 de septiembre del 93, cuando las partes se entregaron sendas cartas de reconocimiento. Los enemigos irreconciliables asumían que el contrario tenía derecho a existir. Ya no se atacaba la creación del Estado de Israel ni se defendía la visión sionista de que no había un pueblo palestino antes de 1948. A partir de ahí, se podía construir. Y se hizo.
Lo que se firmó días más tarde era un plan, además del reconocimiento cruzado, llevaba a Organización para la Liberación de Palestina (OLP) a renunciar al uso de la violencia; se implementó un proyecto de autonomía para Gaza y Jericó –sin presencia militar israelí-, ejemplo de la voluntad de crear dos estados vecinos; se sentaron las bases para la seguridad del territorio y una cooperación económica; se creó la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que llevaría progresivamente las riendas de la administración -salvo las materias de seguridad, defensa, economía y política exterior, que aún mantenía Israel, con lo que se daba un autogobierno limitado en las partes más pobladas, manteniendo la ocupación de Cisjordania y Gaza- y se estableció una transición de cinco años tras la que debía llegar la paz definitiva. El 4 de mayo de 1999 debería haber sido el día d, el inicio de esa paz "justa, duradera e integral" anhelada.
También se pactó que los líderes de la OLP, empezando por el rais palestino Yasser Arafat, regresasen del exilio en Túnez y algunos otros puntos del norte de África. Esta estabilización, a la postre, permitió el retorno de 300.000 familias palestinas a su tierra. Oslo contemplaba la creación de las fuerzas de seguridad palestinas y fijaba el tipo de coordinación que debía tener con las israelíes.
Añadía, además un reparto de competencias por zonas que se mantiene hasta hoy: las áreas palestinas se dividen en zonas A, B y C y en cada una hay un control, unas libertades o unas servidumbres. En las primeras, las ciudades, a ANP tiene la gestión formal, por más que sean frecuentes las incursiones armadas de Israel. Suponen el 18% del territorio. En las segundas, la gestión es compartida en el 21% del territorio, poblaciones palestinas en su totalidad. Y las terceras, al fin, que superan el 60% del territorio, están bajo control pleno israelí; esta parte se enclavan los asentamientos ilegales judíos, que suman cerca de 600.000 habitantes entre Cisjordania y el este de Jerusalén.
Y supuso, igualmente, la reconciliación final de Israel con Jordania y una rebana sensible del boicot económico y político del mundo árabe hacia Tel Aviv, mantenido durante décadas en ayuda de los hermanos palestinos. El cambio era regional, para todo Oriente Medio.
Los temas más espinosos, como los refugiados, las fronteras, Jerusalén o los asentamientos ilegales no entraban en la declaración, por ser tan complicados que deberían esperar a una fase siguiente de diálogo. Nunca han sudo abordados.
¿Valientes o traidores?
Nabeel Shaath, uno de los principales negociadores palestinos, siempre ha dicho enfáticamente: "Pensé: la paz ha comenzado". Se veía una posibilidad real, no un intangible. El empuje internacional era grande y también lo era el afán de los líderes de entonces. A los Acuerdos de Oslo se los llama la "paz de los valientes", pero muchos también la tildaron de "paz de los traidores" precisamente porque creían impensable ponerse a hablar con el de enfrente.
Esa radicalidad entre los que se oponían a hablar, que ellos traducían como ceder, fue en aumento en las dos poblaciones. Los acuerdos desencadenaron una ola defundamentalismos que, en el lado palestino, cristalizaron en distintos grupos que no reconocieron el tratado y en milicias al margen de la ANP, que querían seguir reclamando su territorio por las armas y no por la política; en el lado israelí, aparecieron facciones de ultraderecha, religiosas y nacionalistas, que también hicieron de la violencia su grito.
Lo que Rabin y Arafat trataban de mejorar en las negociaciones, estos grupos, muy activos, lo demolían cada día, en mitad de una opinión pública que mezclaba a ilusionados con recelosos, a cansados con optimistas, a rencorosos con confiados. La clave estaba en entender que, más allá de los pasos concretos que se estaban dando, había que lograr un entendimiento mutuo, la reconciliación con el de al lado, su conocimiento, porque la paz empezaba por lo cotidiano. Esa radicalidad impedía toda normalidad y fue en aumento.
Así, hay hitos en esta vieja historia que dan la medida de lo que pasaba en aquellos años. Por ejemplo, en 1994, el colono israelí-estadounidense Baruch Goldstein, miembro del grupo ultraderechista israelí Kach, atacó con su gente la Mezquita Ibrahimi de Hebrón, donde está también la Tumba de los Patriarcas judíos. Hubo 29 muertos. La cadena de violencia callejera y ataques palestinos a intereses israelíes acabó con la intervención del ejército y otra treintena de muertos. Fue el año en que le dieron el Premio Nobel a los impulsores de Oslo, Yasser Arafat, Isaac Rabin y Simon Peres.
Esa dinámica de ataques se mantuvo mientras se trataba de aplicar lo firmado en Washington. En noviembre de 1995, el primer ministro israelí, Rabin, encabezó un acto en Tel Aviv que justamente buscaba relanzar el proceso, convencer de sus bondades, hacer cómplices a sus ciudadanos de la necesidad de ir adelante con la paz. Uno de esos extremistas de derecha que se habían subido a la ola contraria, Yigal Amir, lo asesinó a tiros en la plaza que hoy lleva su nombre. La gente que militaba en los grupos afines a Amir está ahora gobernando como socios de Benjamin Netanyahu.
La Declaración de Principios llamada a ser transitoria se convirtió con el tiempo en un documento-marco eterno, estirado hasta hoy, inservible para el día a día de un conflicto que lo que ha hecho es ganar en muertos, en dolor y en injusticia, donde las violaciones de los derechos humanos son diarias. Ha sido incapaz de parar la ocupación, no ha dado la soberanía que merece a Palestina, que sigue buscando su estado de pleno derecho, no ha impedido el radicalismo ni la democratización de la zona.
Sin embargo, frente a quienes hacen una enmienda a la totalidad a los Acuerdos de Oslo, se puede recurrir al historiador Kenneth W. Stein para ver la luz que aún, pese a todo, aportó. "Lo que sí lograron los acuerdos fue dar forma operativa a las promesas de una autonomía palestina que fueron acordadas inicialmente en los acuerdos de Camp David de 1978" e impulsaron "las aspiraciones nacionales palestinas de considerar la posibilidad y finalmente establecer una organización autónoma para la Ribera Occidental y la Franja de Gaza", impensable hasta el momento y que es la base para la creación de un Estado real.
Recuerda que gracias a este documento se permitió "el establecimiento de un proceso electoral palestino, el cual otorgó derechos de voto y gobierno a los palestinos en la Franja de Gaza y la Ribera Occidental de los cuales no gozaban los palestinos en la diáspora", lo que se vio en 1996 y las primeras elecciones parlamentarias palestinas. Es verdad que el país acarrea un déficit electoral importante desde entonces, con elecciones por hacer y líderes como Mahmud Abbas por renovar, pero la estructura está.
Y, por último, destaca el analista que los acuerdos "ayudaron a fomentar la disposición de una parte importante de los israelíes de apoyar -bajo determinadas condiciones, entre ellas, la desmilitarización de un Estado palestino- la posibilidad de una solución de dos Estados". Eso sí era un auténtico cambio de paradigma.
Pero sin Rabin, con Netanyahu en el poder, opuesto a negociar, con Hamás o la Yihad Islámica presionando y atentando, lo que vio después fue un sucedáneo de la paz soñada. Los acuerdos de Taba (Oslos II, 1995), Camp David (2000) o Annapolis (2007) mejoraron ciertos flecos pero sin más profundidad. La distancia entre las partes fue creciendo, mientras las colonias se expandían (de 110.000 habitantes en 1993 a casi 600.000 ahora) o Hamás ganaba las elecciones en Gaza. Se imponía el bloqueo a la Franja (donde las ofensivas son constantes), se ahondaba en la desconexión territorial con Cisjordania, se recrudecía la pelea religiosa por Jerusalén... Desde entonces han muerto más de 10.000 palestinos y más de 1.500 israelíes.
¿Hay proceso?
Palestina, cansada, ante el avance de la ocupación y del control de Israel con iniciativas como la del muro de Cisjordania, ha ido dando pasos unilaterales en un intento de avanzar en sus derechos. En 2012 logró que la ONU lo reconociera como el país 194 de la organización, con estatus de observador y no de miembro de pleno derecho. Eso le dio acceso a distintas agencias y, al fin, al Tribunal Penal Internacional, donde ya ha denunciado a Israel por crímenes de guerra.
El proceso de paz directamente no existe. "Demasiado proceso para tan poca paz", como resume Ignacio Álvarez Ossorio, catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Complutense de Madrid y uno de los mayores expertos del conflicto en España. Tras tres años de silencio, se retomaron en 2013, por empeño de la Administración Obama (y sobre todo de su secretario de Estado, John Kerry), pero de nuevo fracasó. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca desde luego no ayudó, absolutamente lejano de los palestinos hasta el punto de llevar la embajada de EEUU a Jerusalén, la capital ocupada. Kerry lo había avisado: "Si no tenemos ahora éxito, puede que no volvamos a tener una oportunidad". Ventana no ha habido desde entonces.
Lo que queda es desolador: en lo que llevamos de año, 225 palestinos han muerto en el marco del conflicto y 34 del lado israelí, en lo que se ha convertido ya en uno de los años más sangrientos desde principios de siglo, informa EFE. "Mi yo de hace 30 años no podría creer que en 2023 todavía no tenemos paz con los palestinos", reconoce en una entrevista con esta agencia Yosi Beilin.
Las asociaciones de derechos humanos claman, al menos, por la aplicación rigurosa del derecho internacional, la rendición de cuentas por el daño hecho, el fin de la ocupación, la apuesta por el diálogo. Si no hay aquella paz soñada, que no haya más víctimas, mortales o no, de este conflicto. Complicado cuando el 86% de los palestinos dicen que los israelíes no son de fiar y un 85% de los israelíes piensan lo mismo de los palestinos.
La esperanza se frustró y nadie puede encontrarla hoy.