13 años de guerra, 11 días de furia: la evolución de la guerra siria que ha derrocado a Assad
Empezó prometiendo apertura y ha acabado siendo más sanguinario que su padre. Parecía en su eterno trono sobre un país en ruinas, pero la fragilidad de su régimen se ha evidenciado con la presión de los rebeldes. La primavera ha llegado en otoño.
Siria llevaba 13 años en guerra, pero el dolor, la devastación, el éxodo y el fanatismo habían desaparecido de los titulares. Este conflicto enquistado, de los más graves de cuantos afronta el mundo actual junto a los de Gaza, Ucrania o Sudán del Sur, concentró la atención hasta que, bueno, aparecieron otros problemas domésticos e internacionales, otras prioridades y urgencias. Ya nadie hablaba de Alepo, de Homs, de Hama, de Damasco.
Parte de las fuerzas en combate perdieron empuje, medios y manos, se descompusieron, se pelearon entre sí y se atomizaron, muy radicalizadas, mientras que el dictador Barchar al Assad lograba mantenerse en su trono, sin grandes amenazas más que en reductos puntuales. El apoyo de Rusia, Hizbolá e Irán lo blindaba, aunque en el fondo el poder de "el león" (eso significa su apellido) era de cartón piedra. En cuanto ha tenido una amenaza seria enfrente se ha venido abajo, este domingo, incapaz de aguantar ni con sus otrora potentes fuerzas armadas, ahora desarboladas y cada vez menos seguidistas.
Una ofensiva relámpago de 11 días lo ha obligado a escapar y ha acabado con la saga Assad, iniciada en 1971 con Hafez, el padre del actual mandatario. 53 años después, ya no más. Ahora se abre un tiempo nuevo de incertidumbres y preguntas pero, también, de esperanza para los sirios que se levantaron pidiendo democracia y que han sido sofocados con la tortura, el asesinato o el exilio.
Todo se ha dado la vuelta cuando se acumulaban años de abandono por parte de la comunidad internacional, un fracaso escandaloso del derecho humanitario y la diplomacia, y empezaba justo a hablarse de la necesidad de ir normalizando las relaciones con una dictadura que parecía que se quedaba, pese a todos sus crímenes. Siria había regresado a la Liga Árabe, Arabia Saudí había reabierto su embajada en la capital e Italia se planteaba el regreso de los refugiados, protagonistas de la crisis de 2015.
Sin embargo, en un giro de guión que se explica por los cambios en Oriente Medio, la pérdida de poder de Hizbulá e Irán -incapaces de proteger a Assad en un contexto de crisis propia con Israel- y la concentración de Rusia en su invasión de Ucrania -avanzando en el frente del este, intentando expulsar a los ocupantes de Kursk, pendientes de si hay negociaciones de paz, como plantea Donald Trump-, los rebeldes se han organizado, habrá que ver si dopados con ayuda exterior, y se han hecho en pocos días con el camino a Damasco, empezando por Alepo.
Esta ha sido la evolución de una contienda brutal que ha dejado medio millón de muertos, además de cinco millones de refugiados en el exterior y seis millones de desplazados internos.
¿Cómo estaban las cosas antes de la guerra?
Años antes de que el conflicto comenzara -un momento que se establece en el 15 de marzo de 2021-, muchos sirios ya se quejaban de un alto desempleo en el país, de la extensa corrupción, de la falta de libertades políticas, de la censura y de la represión del Gobierno, mejor llamado régimen, del presidente Bachar al Assad. Este oftalmólogo, que sucedió a su padre Hafez en 2000 de forma inesperada -su hermano mayor, Basel, el verdadero heredero de la saga, había muerto seis años antes en un accidente de tráfico-, no estaba siendo el reformisma templado que había engatusado a los líderes mundiales (España incluida: ahí están esas fotos de plena hermandad con los reyes eméritos).
Así llegamos a marzo de hace casi 14 años, 2011, cuando un grupo de adolescentes pintaron consignas revolucionarias en un muro escolar en la ciudad sureña de Deraa, al calor de las llamadas primaveras árabes, los movimientos de libertad, democracia y derechos que estaban ya cuajando en la región. Los chicos fueron arrestados y torturados por las fuerzas de seguridad. Su caso provocó de inmediato, en una sociedad muy harta, protestas prodemocráticas, concentraciones masivas. La chispa saltó a Damasco, la capital, y a Alepo, el corazón económico, ese día 15 de marzo. De ahí, a medio país.
Si entusiasmo y valentía había en las calles, los sirios encontraron enfrente, en igual proporción, la violencia de las fuerzas de seguridad. Cayeron los primeros muertos, centenares de arrestados. El levantamiento no se paró, sino que esa represión fue gasolina para las protestas. Y Assad mandó "sofocarlas" con más mano dura. Para julio, muchos ciudadanos habían decidido que había que empuñar las armas contra el presidente.
¿Cómo estalló la contienda civil?
Más se extendía el levantamiento de oposición, más se intensificaba la represión de Assad. Los simpatizantes de la oposición comenzaron a armarse, primero para defenderse y después para expulsar a las fuerzas de seguridad de sus regiones. El presidente prometió "aplastar" lo que llamó "terrorismo apoyado por el exterior" y restaurar el control del Estado.
Lo cierto es que la violencia se extendió rápidamente en el país. Se formaron cientos de brigadas rebeldes bajo diversas siglas pero con el mismo objetivo: combatir a las fuerzas del régimen y lograr el control de ciudades y poblados, forzando así su marcha y la democratización de Siria.
En 2012, los enfrentamientos llegaron hasta Damasco y Alepo. Iban en serio. Ya sí se podía hablar de guerra civil abierta, la batalla entre los pro Assad y los anti Assad. A la pelea cívica comenzaron a sumarse, también, choques sectarios, que enfrentaban a la mayoría sunita del país contra los chiitas alauitas, la rama musulmana minoritaria a la que pertenece el presidente y que durante décadas ha sido la más poderosa en los estamentos del Estado.
Los bandos mutantes
La rebelión armada de oposición ha ido evolucionado significativamente desde el comienzo de la guerra. Lo que se conoce como "la oposición" o "la disidencia" -esto es, quienes desean la destitución del presidente al Assad- ha estado formada por numerosos grupos armados y no armados, religiosos y laicos, con base política y base islamista, integrados por diversos tipos de sirios. Incluyen tanto a combatientes rebeldes moderados y seglares (como es el caso del Ejército Libre Sirio, ELS, la Unidad de Protección Popular de los kurdos o el Consejo Nacional Sirio, basado en Estambul), así como grupos yihadistas.
Entre estos últimos, han figurado durante años tanto el autodenominado Estado Islámico (EI, ISIS o Daesh) como el Frente al Nusra, un grupo que en sus comienzos estaba afiliado a Al Qaeda y que luego se fusionó con otros islamistas. Justo este último es el que ahora ha liderado la ofensiva que ha acabado derrocando a Assad, transformado en el Organismo de Liberación del Levante (Hayat Tahrir al-Sham, HTS, transliterado del árabe).
La pelea de los grupos armados contra Assad se convirtió en guerra abierta e internacional con la llegada de armas por parte de países como Estados Unidos, Turquía y algunos países del Golfo, mientras Rusia e Irán apoyaban a Assad. Por poder y geoestrategia, la dimensión del conflicto cambió.
En la guerra siria también han participado los grupos kurdos basados en el norte de Siria, que están buscando el establecimiento de áreas bajo su control en esa parte del país, además de fuerzas de otros países. Por eso, Turquía también ha intervenido, intentando frenarlos.
Mientras, el ISIS acabó creando una guerra dentro de una guerra, enfrentándose tanto ala oposición moderada como a otros grupos islamistas así como a las fuerzas del Gobierno. Querían su famoso califato, una tierra donde mandar e imponer su extrema interpretación del Islam. Un día, ese sueño fue real, aunque limitado. Ya hace más de cinco años que no es nada. Tan larga está siendo esta guerra que ha dado tiempo para ver nacer y morir hasta la mayor aventura islamista reciente.
¿Cómo ha intervenido el mundo en la guerra?
Aunque EEUU ha apoyado a algunos grupos rebeldes con armamento, formación y equipos, ese acercamiento se ha visto relativamente limitado por el temor a que las armas terminaran en manos de los grupos yihadistas. A partir de 2014, junto con Reino Unido, Francia, y otros seis países, lo que hicieron fueron dirigir incursiones aéreas contra Daesh en Siria, evitando atacar a las fuerzas del gobierno sirio.
No alteraban, así, el pleno fluir de la guerra, y eso que el entonces presidente, Barack Obama, no se cansaba de repetir al inicio que la salida de Assad del poder era una condición indispensable para la paz. Su secretaria de Estado, Hillary Clinton, fue la máxima defensora de que Assad se fuera y dejara el camino libre a una era "democrática". Sin embargo, llegada la hora de la verdad, Washington no actuó, pese a que avisó a Damasco de que el uso de armas químicas contra la población civil sería una "línea roja" infranqueable. No. Para la historia quedan las imágenes de personas inocentes ahogándose, rociados de gases paralizantes y agentes nerviosos.
Para el siguiente presidente de EEUU, Donald Trump, Siria nunca fue una prioridad, porque toda guerra fuera de su país es un gastadinero, y lo mismo ocurre con el actual presidente, Joe Biden, quien, sin embargo, ha seguido bombardeando intereses de Hizbolá en suelo sirio, siempre con disparos "quirúrgicos" y como represalia a matanzas como las efectuadas con armas químicas o en beneficio de Israel, que es otra de las patas regionales de esta guerra. Tel Aviv, en estos, años, no ha cesado de disparar contra bases, oficinas y silos del partido-milicia libanés, debilitándolo notablemente.
Por eso, el hecho de que los rebeldes lanzasen esta última ofensiva el mismo día en que entró en vigor un alto el fuego entre Israel y Hizbulá en Líbano se entiende no como una coincidencia, sino como un banderazo de salida a la carrera contra Assad. Las fuerzas y contrafuerzas han cambiado, el silencioso presidente estaba en la diana y era el momento de ir a por él. Lo que nadie esperara era este éxito, tan rápido y tan rotundo.
Luego está la intervención de Rusia, metida hasta las rodillas en el conflicto y a quien muchos analistas responsabilizan de haber cambiado el curso de la guerra en favor de al Assad cuando estaba al límite. Mandó a sus mejores oficiales a la zona y se echó a las espaldas el bombardeo de ciudades como Alepo, que quedaron en esqueletos por la intervención de sus "carniceros".
La supervivencia del mandatario sirio ha sido vista por el Kremlin como crucial para mantener los intereses de Moscú en ese país y en la región. Por eso, desde 2015, lanzó una campaña aérea sostenida para "estabilizar" al Gobierno sirio tras, una serie de derrotas infligidas por la oposición. El apoyo militar ruso fue clave para que el gobierno de Al Assad pasara a la ofensiva y recuperara buena parte del territorio que había perdido, que ahora se calcula en más del 70% del territorio.
Irán, que es chiita, ha sido otro aliado cercano del régimen. Siria es el principal punto de tránsito de armamentos que Teherán envía al movimiento Hizbolá en Líbano, que también ha enviado a miles de combatientes para apoyar a las fuerzas sirias. Se cree que Teherán ha gastado miles de millones de dólares al año para fortalecer a las fuerzas del gobierno sirio, ofreciendo asesores militares, armas, crédito y petróleo. Y para amortiguar ese poder iraní, Arabia Saudí se metió también en el avispero, enviando por su parte ayuda militar y financiera importante a los rebeldes, incluidos los grupos con ideologías islamistas.
Turquía también ha apoyado a algunos de estos grupos, aunque ha llegado a lanzar su propia ofensiva contra las fuerzas kurdas, a quienes acusa de simpatizar con su enemigo, el proscrito Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Y en el sureste del país, Israel, que sigue ocupando los Altos del Golán sirios, ha chocado con fuerzas apoyadas por Teherán y Damasco, en una prueba más de que el conflicto se ha convertido en una "guerra subsidiaria" entre rivales regionales.
Las razones del enquistamiento
Un factor clave para que la contienda se alargue tanto ha sido, justo, la intervención de las potencias regionales y mundiales. Su apoyo militar, financiero y político para el Gobierno o la oposición ha contribuido directamente a la intensificación y continuación de los enfrentamientos y ha convertido a Siria en un campo de batalla de una guerra subsidiaria. Otros intereses que no son los de los sirios.
También se ha acusado a las potencias regionales de fomentar el sectarismo en lo que era un Estado ampliamente secular y donde la convivencia religiosa era notable. Las divisiones entre la mayoría sunita y los chiitas alauitas han provocado que ambas partes cometan atrocidades que no sólo han causado una enorme pérdida de vidas sino han destruido comunidades, fortalecido posiciones y reducido las esperanzas de lograr una solución política.
La escalada de los grupos yihadistas, como el ISIS (que aprovechándose de la situación en el país tomó el control de enormes franjas de territorio en el norte y este de Siria y en Irak) añadió otra dimensión al conflicto. Hoy, el grupo se intenta reconstruir en Irak, según las inteligencias norteamericana y francesa, y aún sigue viva su huella ideológica en seguidores en Europa, listos para atentar. Hasta a Rusia ha llegado su garra.
Y a ello se ha sumado el desinterés y la incapacidad de la comunidad internacional para frenar la guerra. Assad (y también algún grupo disidente y, por supuesto, el Daesh) debería haber sido procesado por crímenes de guerra y de lesa humanidad. La Corte Penal Internacional ha visto frenados los intentos de investigar lo ocurrido en estos años y en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas es sonrojante cómo EEUU y Rusia han usado sus derechos de veto para impedir que prospere alguna condena o sanción.
Sólo han cuajado tímidas investigaciones contra miembros de la seguridad de Assad en Francia y Alemania. En este último país, aplicando la justicia internacional, se cosechó la primera condena por torturas.
En todos estos años, se han impulsado conversaciones de paz (Ginebra I, Ginebra II) que no han llevado a nada, porque se rompía la baraja antes de empezar con las reuniones formales. Assad no reconocía a parte de los opositores, los opositores se negaban a ceder ante el dictador, así que apenas si se pactaban treguas puntuales se incumplían al punto.
El sprint final
Llegamos a la noticia que nadie esperaba en este cierre de 2024: el miércoles de la pasada semana, Hayat Tahrir al-Sham lideró con éxito una importante ofensiva en el noroeste, junto con facciones aliadas. Los rebeldes capturaron la segunda ciudad más grande de Siria, Alepo, y luego avanzaron hacia el sur por la carretera hacia la capital, Damasco, mientras el ejército sirio colapsaba. Ahora la sensación de muchos sirios es la de que viene un tiempo, al fin, de libertad, aunque algunos están preocupados por el futuro, teniendo en cuenta el corte islamista de los que se acaban de imponer.
Venimos de unos tres años, aproximadamente, en los que las líneas del frente han permanecido prácticamente paralizadas, pero grandes zonas del país seguían fuera del control del Gobierno. Entre ellas se encontraban espacios del norte y el este controlados por una alianza de grupos armados liderada por los kurdos y apoyada por Estados Unidos: las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS).
El último bastión de los rebeldes estaba en las provincias de Alepo e Idlib, fronterizas con Turquía y donde vivían más de cuatro millones de personas, muchas de ellas desplazadas. El enclave estaba dominado por el HTS, pero también había allí una serie de facciones rebeldes aliadas y grupos yihadistas. Las facciones rebeldes apoyadas por Turquía -conocidas como el Ejército Nacional Sirio (SNA)- también controlaban territorio allí con el apoyo de tropas turcas.
Durante varios años, Idlib siguió siendo un campo de batalla mientras las fuerzas del gobierno sirio intentaban recuperar el control. Pero en 2020, Turquía y Rusia negociaron un alto el fuego para frenar los intentos del gobierno de recuperar Idlib. El alto el fuego se mantuvo en gran medida a pesar de los combates esporádicos.
HTS y sus aliados dijeron el 27 de noviembre que habían lanzado una ofensiva para "disuadir la agresión", acusando al gobierno y a las milicias aliadas respaldadas por Irán de intensificar los ataques contra civiles en el noroeste. Pero llegó en un momento en que el gobierno estaba debilitado por años de guerra, sanciones y corrupción, y sus aliados estaban preocupados con otros conflictos.
Hizbulá sufría en Líbano, muy tocado por los ataques de la Inteligencia y del Ejército de Israel, los ataques de Tel Aviv también estaban eliminando a comandantes militares iraníes en Siria, en paralelo, y habían degradado las líneas de suministro a las milicias pro gubernamentales en ese país. Rusia también se había visto distraída por la guerra en Ucrania. Sin ellos, las fuerzas de Assad han quedado expuestas.
Los rebeldes liderados por el HTS tomaron el control de la mayor parte de Alepo -la segunda ciudad más grande de Siria- el 30 de noviembre, sólo tres días después de lanzar su ofensiva sorpresa. Dijeron que encontraron poca resistencia sobre el terreno después de que el gobierno retiró rápidamente sus tropas y fuerzas de seguridad. Assad prometió "aplastarlos", con la ayuda de sus aliados. Los aviones de guerra rusos intensificaron sus ataques contra las zonas controladas por los rebeldes y las milicias apoyadas por Irán enviaron refuerzos para reforzar las líneas defensivas militares en torno a Hama, la ciudad siguiente al sur en la carretera Alepo-Damasco.
Aún así, su fiereza no es la de otro tiempo, porque los esfuerzos de Vladimir Putin se concentran en la invasión de Ucrania, iniciada en febrero de 2022, sí que no ha sido determinante para frenar lo que se venía. Igual que Alepo, Hama cayó en manos de los rebeldes el jueves, después de varios días de feroces batallas que finalmente obligaron a los militares a retirarse. Los rebeldes declararon inmediatamente que su próximo objetivo era tomar Homs, la tercera ciudad más grande de Siria, y lo lograron el sábado por la noche, después de sólo un día de combates.
Al mismo tiempo, otras facciones rebeldes con base en el suroeste del país, fronterizo con Jordania, llegaron a los suburbios de Damasco después de tomar el control de las ciudades de Deraa y Suweida en sólo 24 horas. Vieron la oportunidad y la aprovecharon.
Ya este domingo por la mañana, los rebeldes liderados por HTS anunciaron que habían entrado en Damasco y liberado a los detenidos en la prisión militar más notoria del país, Saydanaya, donde se cree que miles de partidarios de la oposición fueron ejecutados durante la guerra civil. Es un agujero negro de información, denunciado sistemáticamente por Naciones Unidas por sus violaciones de derechos humanos. Menos de dos horas después, los disidentes declararon: "El tirano Bashar al-Assad ha huido".
"Después de 50 años de opresión bajo el régimen del Baath, y 13 años de crímenes, tiranía y desplazamiento [forzado]... anunciamos hoy el fin de este período oscuro y el comienzo de una nueva era para Siria", dijeron los rebeldes. Altos oficiales del ejército adelantaron que el presidente voló desde la capital hacia un destino desconocido poco antes de que llegaran los críticos con Assad. Moscú lo confirmó más tarde, añadiendo que el dictador se había marchado "dando la indicación de llevar a cabo una transición pacífica del poder".
El primer ministro de Assad, Mohammed al-Jalali, ha anunciado en caliente que está dispuesto a cooperar con "cualquier liderazgo" que sea "elegido por el pueblo sirio", lo que también parece un mal chiste, teniendo en cuenta la manipulación de las elecciones por parte de los Assad en todos estos años y la asfixia a la que se ha sometido a los partidos de la oposición. Jawlani ha ordenado a sus fuerzas no acercarse a las instituciones oficiales, diciendo que permanecerían bajo la autoridad del primer ministro hasta que fueran entregadas "oficialmente".
El impacto
Las dificultades que entraña la recogida de datos fiables en escenarios de conflicto son numerosas y Siria no es una excepción. La oficina de Derechos Humanos de las Naciones Unidas ha trabajado con varias organizaciones de la sociedad civil sobre el terreno, llevando a cabo la tarea de documentar e informar sobre las muertes de civiles ocurridas durante las hostilidades activas. De ese trabajo se extrae que, en estos 13 años, los muertos ascienden a unas 400.000 o 500.000 personas. Se calcula, de media, que han sido asesinados 84 civiles al día. por motivos relacionados directamente con la guerra en Siria,
El Observatorio Sirio de Derechos Humanos, un grupo que examina lo que ocurre basado en Londres, se aferra a la cifra de más del medio millón de muertos. Los heridos superan el millón y medio.
Sólo en los primeros seis días de hostilidades entre fuerzas gubernamentales y grupos rebeldes armados, en esta última andanada, se han registrado unos 500 muertos, decenas de ellos civiles, incluidos niños y mujeres, y más de 40.000 desplazados, según datos de la ONU.
Es imposible saber a ciencia cierta cuántas decenas de miles de sirios han muerto en las cárceles del régimen, porque es sistemática la desaparición de quien acaba detenido por ir contra Assad. Especialmente duros fueron los primeros años, con la ebullición social en las calles. También incontables son los casos de torturados y agredidos sexualmente que han vivido para contarlo.
La guerra ha provocado el mayor éxodo de civiles desde la Segunda Guerra Mundial. La ONU calcula que la mitad de los 22 millones de habitantes que tenía Siria en 2011 han tenido que abandonar sus casas y más de 6,6 millones de ellos se han desplazado al exterior, a los países cercanos como Líbano, Turquía, Jordania, Irak o Egipto. En Europa recordamos el verano de la crisis de los refugiados, en 2015, pero aquello sirvió para afianzar políticas conservadoras (y hasta ultraderechistas) sobre el asilo y el control de fronteras.
La principal partida humanitaria de Naciones Unidas será en este 2021 para Siria y sus comunidades de refugiados de ese país en Oriente Medio, hacen falta 10.000 millones de dólares para asistir a 20,6 millones de afectados por este conflicto.
En el mapa de emergencias que la ONU pinta para 2025, Siria estaba de nuevo en la lista de las más urgentes. La misión de este país es la más costosa, a la espera de ver qué ocurre ahora, con un total de 4.200 millones de dólares. Aún así, este año, ante la falta de fondos, los trabajadores humanitarios han tenido que tomar decisiones difíciles, reduciendo la asistencia alimentaria en un 80% en la zona.
Casi 12 millones de personas necesitan de la ayuda humanitaria para sobrevivir, cerca de 70% de la población no tiene acceso a agua potable, una de cada tres personas no puede satisfacer sus necesidades alimentarias básicas, más de dos millones de niños no van al colegio y una de cada cinco personas vive en la pobreza. Siria nos ha dado escenas como las colas del hambre en Yarmouk, donde los palestinos refugiados en el campo ingerían carne de gato o hierbas no comestibles.
Y la reconstrucción de las zonas atacadas no va tan rápido como se esperaba, encargada sobre todo a contratas rusas. Ahora nadie sabe qué pasará con eso, cuando el responsable de los trabajos era el amigo del dictador.
Así, hasta hoy, hemos tenido zonas con guerra abierta, otras destrozadas por estos 13 años, una población mermada por la muerte y el exilio, una economía incapaz de remontar en estas circunstancias -sumemos el coronavirus, que golpeó fuerte-, niños sin educación desde hace más de una década y un pueblo sin esperanza que la quiere recuperar.
Empieza una nueva era, sin Assad. Parece un mundo nuevo. Está por ver si es mejor. De momento, la alegría en las calles trae recuerdos de otro tiempo, cuando la libertad y la democracia parecían posibles.