12 años de guerra y una inundación: el ciclo de dolor en el que sobrevive Libia

12 años de guerra y una inundación: el ciclo de dolor en el que sobrevive Libia

El país norteafricano busca a sus desaparecidos y entierra a sus muertos por la tormenta 'Daniel', pero es complicado porque llueve sobre mojado: la guerra, los gobiernos, las milicias, la inmigración, las violaciones de derechos... Suma y sigue. 

Una calle de la ciudad de Derna, destrozada por el agua y el barro, este martes.Jamal Alkomaty / AP

Libia sobrevive a duras penas, como esos vecinos suyos de la ciudad de Derna, la más azotada el domingo por el paso de la tormenta Daniel, que se encaramaban a las farolas, los voladizos, los toldos o que corrían por su tejados y azoteas en busca de salvación. Una vida desesperada marcada por el peligro. El ciclón que deja ya más de 6.850 muertos y más de 10.000 desaparecidos -una cifra cambiante con el avance de los trabajos de rescate y limpieza- ha sido la puntilla en un país muy castigado en los últimos 12 años. 

La doble guerra civil, la división del Gobierno, las milicias, las peleas por los recursos, las violaciones de derechos o la inmigración masiva ya eran problemas graves del país que, ahora, se suman a una catástrofe natural que Naciones Unidas califica como "una calamidad de proporciones épicas". "No ha habido otra tormenta igual en la zona desde que tenemos memoria, por eso estamos en estado de shock", resume la doctora Margaret Harris, la portavoz de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Lo que se sabe hasta ahora es que la DANA que había hecho un daño tremendo en Grecia, Turquía o Bulgaria se desplazó al sur el pasado fin de semana y golpeó sobre todo a la citada ciudad de Derna, en el noroeste del país, a unos 1.300 kilómetros de Trípoli, la capital. También ha habido serios problemas en Bengasi, Al Bayda, Al Marj y Soussa. 

Al parecer, las lluvias hicieron que se reventara un embalse a unos 12 kilómetros de Derna  -la cuarta más grande con 120.000 habitantes-, anegando los fértiles valles de sus alrededores rurales, y luego colapsó una segunda balsa, más cercana al núcleo urbano. Los sistemas de alcantarillado, ya de por sí sobreempleados por la tormenta, se convirtieron en inservibles. 

Las autoridades locales calculan que se vaciaron unos 33 millones de litros de agua prácticamente de golpe, arrasando desde zonas residenciales a puentes, carreteras y vías. Tanta y con tanta fuerza que los ciudadanos se veían levantados como por olas del mar y desplazados por kilómetros. Eso explica la cantidad de cuerpos que se están rescatando ahora en las playas, procedentes del Mar Mediterráneo, que los acaba devolviendo. La ciudad de Derna quedó partida en dos, como se aprecia en las imágenes de satélite aportadas por ejemplo por la Comisión Europea. Como si un caudaloso río de barro hubiera separado los barrios, hasta llegar a la playa. 

Medios locales como el digital Al Wasat han publicado, citando a ingenieros, que las dos infraestructuras eran "un caos de seguridad" y que se ha producido "negligencia de las autoridades" a la hora de vigilar el estado de las presas. Aún no hay explicaciones oficiales al respecto y los gobiernos -porque hay dos- hablan sólo de "un desastre que supera las capacidades de Libia". 

Los libios tratan de buscar a sus víctimas con lo que tienen, utensilios domésticos poco útiles, mientras va llegando poco la ayuda de países como Italia, Turquía o Egipto (especialmente implicado porque 140.000 de sus nacionales trabajan en Libia y muchos de ellos están entre los ahogados), en un cuello de botella que coincide con el terremoto de Marruecos. Decenas de miles de personas han perdido han sido desplazadas y, ahora mismo, no tienen "ninguna perspectiva de regresar a sus hogares", añade la Media Luna Roja. 

Los 1,8 millones de afectados por la inundación hacen, en su mayoría, vida al raso. La prioridad sigue siendo estar en zona seca, donde poder descansar y enterrar a sus muertos, ya que la complejidad de la búsqueda puede ser mortal. Al menos tres voluntarios de la Media Luna roja han muerto ya en las operaciones. 

La reconstrucción aún hoy parece inalcanzable, porque primero hay que limpiar y adecentar y dar servicio a los supervivientes, esos que explican haber vivido una especie de día del juicio final. La cantidad de agua que queda por sacar es "indescriptible", en palabras de los enviados de la BBC. Además de la población local, hay preocupación por el destino de los más de 600.000 migrantes que estaban en Libia en el momento de la catástrofe, procedentes de no menos de 40 países africanos y de Oriente Medio y Asia central, también. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) reconoce que no se sabe aún el impacto que este desastre en dicho colectivo, que ya vivía en condiciones terribles.  

Llueve sobre mojado

Es uno de esos flancos por los que el dolor asedia a Libia aproximadamente desde 2011. Antes de este ciclón, en el país ya albergaba a 823.000 personas en situación de emergencia, con necesidad de ayuda humanitaria dada la inestabilidad política, el conflicto armado y el deterioro de la economía. Son datos de la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR, por sus siglas en inglés), que detalla que más de 248.000 de esos libios con necesidades son menores de edad. 

"Estas condiciones aumentan la vulnerabilidad de las personas a los desastres, razón por la cual se necesita urgentemente asistencia internacional para abordar las necesidades humanitarias inmediatas. Los esfuerzos de respuesta y recuperación también deben buscar generar resiliencia a largo plazo ante los desastres mediante la reducción de las vulnerabilidades", indica en un comunicado. Una nota en la que se advierte de que no hay que tratar sólo la emergencia directa de la inundación, sino la por venir "desde enfermedades transmitidas por el agua hasta inseguridad alimentaria y aumento de la pobreza", constata.

La UNDRR clama al mundo para que arrime el hombro y permita acometer un esfuerzo que no sea un parche para Libia, sino que "genere resiliencia a largo plazo", reduciendo esas vulnerabilidades de partida. Para eso hace falta dinero, claro, pero sobre todo, hace falta voluntad política y generosidad para sacar al país del infierno en el que vive, que el agua no ha apagado sino avivado, cual gasolina. 

El caos

Libia es un país marcado por la violencia, un estado fallido, víctima del caos y la guerra civil, que se disputan una serie de milicias fuertemente armadas, apoyadas desde el exterior, y cuya economía dominan mafias dedicadas a todo tipo de contrabando, en particular de armas, combustible y personas. También, un país con petróleo que es del interés de Occidente. 

La tensión es una constante desde 2011. Al calor de las Primaveras Árabes, se produjo un levantamiento popular que reclamaba más democracia, frente al dictador Muamar al Gadafi, en el poder desde que dio un golpe de Estado en 1969. El país tiene recursos como gas, petróleo, uranio y fosfatos, había estado comandado durante siglos por clanes y familias poderosas, hasta que llegó el entonces coronel y empezó a aplicar su mezcla de islamismo y socialismo. Se asentó en el poder, se corrompió, se hizo un tirano y su pueblo se levantó. 

Lo que comenzó como una lucha por más democracia se convirtió en un enfrentamiento armado que ha desangrado a esta nación africana durante 12 años. En el proceso cayó Gadafi, cuya muerte infame recuerda el planeta entero, pero el fin de esa primera guerra eso no trajo la estabilidad y libertad esperadas, sino un enfrentamiento entre diferentes facciones y milicias que ha desangrado, entre 2014 y 2020.

Miremos a ese 2011 crucial para el país. Durante meses, las dos partes en conflicto, dictadura y sublevados, tuvieron fuerzas equilibradas, hasta que la comunidad internacional, liderada por Estados Unidos, Francia y la OTAN, decidió intervenir en favor de los rebeldes, que acusaban a Gadafi de haber atacado a la población civil.

La entrada de la Alianza Atlántica fue decisiva. La ofensiva rebelde fue fulminante y en agosto de 2011 cayó Trípoli, la capital. Gadafi, dispuesto a luchar hasta el final, se trasladó a Sirte, su ciudad natal y su último bastión. Aquí, en octubre se libró una de las más cruentas batalla, que al fin desembocó en la caída del régimen y el asesinato del presidente tras un linchamiento.

S su muerte, Libia se encontró con un inmenso vacío de poder y un mosaico de milicias armadas muy diferentes en aspectos políticos, religiosos e incluso étnicos. El Gobierno de transición fue incapaz de hacer frente a esta situación y se vio envuelto en el enfrentamiento que mantenían los militares liberales con los grupos islamistas, que tenían un poder cada vez más influyente.

Hay dos Gobiernos ahora en Libia. El primero es el interino que se creó tras el levantamiento, el de Unidad Nacional, con sede en Trípoli, que comanda el oeste. Con Abdul Hamid Dbeibé al frente, es el Ejecutivo legítimo que apoya la comunidad internacional y reconoce la ONU, con el apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea (menos Francia), Turquía y Qatar. Pero el segundo, en el este, es el de los que no quisieron seguir sus órdenes. Los militares decidieron nombrar líder al mariscal Khalifa Haftar, quien apoyó a un Gobierno paralelo formado en la ciudad de Tobruk. Bajo su mando se inició una ofensiva llamada Operación Dignidad’ que permitió que todo el este y el sur de Libia quedase bajo su poder, incluido el bastión de Bengasi. Apuestan por él Emiratos Árabes, Egipto y Rusia.

Libia ha vivido de todo, a tirones entre las dos partes. Se encadenadon varias elecciones, sin resultados concluyentes, con mucha contestación interna, mientras la comunidad internacional mandaba enviados que se marchaban con las manos vacías. En 2012 se produjo el asesinato del embajador americano, Christopher Stevens. Fue tan duro que hubo cierta rebaja en la tensión, por unos meses. Hubo esperanza, con la economía estabilizándose y Occidente tratando de hacer negocio con sus recursos, pero las guerras internas entre grupos y la anarquía, con el Gobierno incapaz de frenarla, hundió de nuevo la situación. 

Las cosas se movieron en 2015 porque la entrada en liza del Estado Islámico encendió las alarmas del mundo. La ONU creó un órgano ejecutivo de transición llamado Gobierno de Acuerdo Nacional para dirigir la política Libia en este nuevo escenario, con la unión del Congreso General Nacional y el Parlamento. Y, por otro lado, el Parlamento de Trípoli quedó bajo el control de los Islamistas que fueron expulsados por el Ejército Nacional Libio.

Desde entonces, el país es un estado fallido más, una Siria en la comparación que hacen, alerta, organismos como Human Rights Watch. Haftar por un lado y el Gobierno de Acuerdo Nacional por otro afrontan un día a día de enfrentamiento, que se estaba dejando notar incluso ante el ciclón Daniel: sólo en las últimas horas las dos partes han decidido un acuerdo de mínimos para atender a los afectados y facilitar el acceso a la ayuda humanitaria. 

Porque no es que haya políticos enfrentados, es que hay una población que sufre. Según HRW, los combates entre las dos partes más las milicias y grupos yihadistas "han profundizado las crisis humanitaria, política y de seguridad" del país. Hay "ataques a viviendas e infraestructuras civiles" que han matado a cientos de inocentes y miles se han visto obligados a desplazarse. Los grupos armados hacen lo que quieren: "ejecuciones extrajudiciales y secuestros, torturas y desapariciones". El poder judicial del país "está desorganizado y ha colapsado en algunas áreas", y la policía y los organismos encargados de hacer cumplir la ley afiliados a gobiernos rivales son "disfuncionales", añade la organización.

Las peleas han llevado a decisiones que afectan a la base. En junio y julio del año pasado, las Fuerzas Armadas Árabes Libias impusieron por ejemplo un bloqueo sobre el petróleo que provocó cortes de electricidad y protestas populares. Sólo fue levantado después de llegar a un acuerdo con el Gobierno de Unidad Nacional para sustituir al presidente de la Corporación Nacional de Petróleo. Todo por el poder. 

Las voces críticas son silenciadas, añade Amnistía Internacional. "Decenas de manifestantes, profesionales de la abogacía, periodistas, personas críticas y activistas fueron detenidos y sometidos a tortura y otros malos tratos, desapariciones forzadas, y obligados a realizar confesiones ante las cámaras", indica en su último informe anual. 

Sólo en el 2022, "decenas de personas fueron detenidas, procesadas o condenadas a largas penas de prisión o a muerte por sus creencias religiosas, por su identidad de género u orientación sexual real o supuesta, o por su activismo LGBTI" y  tanto autoridades como milicias y grupos armados impusieron "severas restricciones al espacio cívico y al acceso humanitario a las comunidades afectadas, y emprendieron campañas de difamación contra grupos tanto internacionales como libios de defensa de los derechos humanos". La impunidad, indica, es "generalizada". 

A eso se suma que cientos de miles de migrantes y solicitantes de asilo, la mayoría de ellos de África occidental y el Cuerno de África, que intentan llegar sobre todo a Europa corren el riesgo de sufrir tortura, agresiones sexuales y trabajos forzados por parte de guardias penitenciarios, guardacostas y contrabandistas mientras se encuentran en Libia. Hace ya años, al menos desde 2017, que la Organización Internacional para las Migraciones denuncia la existencia de "mercados de esclavos" donde se "venden" inmigrantes en Libia, desde 400 euros. 

Hay analistas que dicen que la catástrofe de Daniel puede ser el empujón que las dos partes, los dos Gobiernos, necesitan para sentarse y debatir de veras el futuro del país, cómo enfrentarse a los clanes y señores de la guerra, cómo responder al ansia de libertad que levantó al país en 2011 y que pasó de primavera a invierno en pocos meses. Lo que llega por ahora es armas, entrenamiento o milicianos como los del Grupo Wagner. Los libios son los que siguen sufriendo, ahora con añadidos hasta del cielo. 

MOSTRAR BIOGRAFíA

Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.