Perdonad si no salto de alegría por la ley de uniones civiles homosexuales en Italia
Hay que agradecérselo a los más viejos, que tuvieron que aguantar bofetadas, insultos y humillaciones... Pero no tengo nada que agradecer a los políticos italianos. Porque la ley que han aprobado ahora sigue siendo injusta, discriminatoria y ofensiva. La han aprobado porque no les quedaba elección; porque Italia sigue siendo el patito feo del mundo occidental.
Por un lado están los más viejos, esos que sufrieron antes de que nosotros naciéramos. Que tuvieron que aguantar bofetadas y puñetazos, que los echaran de sus casas, que sus padres y sus madres los insultaran y que la Policía los humillara o les propinara palizas... Han aguantado mucho y han pasado mucho miedo, pero también se lo pasaron muy bien, estoy segura. Estos hombres y mujeres son los pioneros: se atrevieron a arriesgarse, cuando tenían solo 10 o 20 años.
40 años de lucha. 40 años de paciencia, de esperanza, de chistes y burlas, de promesas rotas, de insultos y de rumores. Fueron a por todas. Perdieron amantes, amigos y compañeros por el camino. Bebieron tragos amargos -y no de los que pueden pedirse en la barra de un bar- cuando peleaban por sus derechos, ondeaban coloridos trozos de tela y coreaban cánticos coloridos. Estaban enfadados y ahuyentaban a los traidores con insultos.
Muchos de ellos ya no están con nosotros. Algunos se suicidaron por la causa, o por pura desesperación. Algunos murieron de viejos o por alguna enfermedad antes de tener la oportunidad de ver resultados tangibles. No daré nombres porque seguro que me dejaría a alguien, y no quiero olvidarme de nadie ni de ninguna de las batallas que libraron. Rieron, lloraron y, en alguna ocasión, recibieron puñetazos, pero nunca dejaron de bailar ni de cantar.
Quiero rendiros homenaje a todos, y daros las gracias a cada uno de vosotros. Si no hubiera sido por vosotros, nunca habría podido casarme con mi mujer y nunca habría podido tener los niños que tenemos ahora. Habéis allanado el camino para mí y para todos los que vinieron detrás de vosotros. A todos nos movió y nos inspiró el ejemplo que disteis. Si no hubiera sido por vosotros, el Parlamento italiano nunca habría aprobado una ley de uniones civiles homosexuales.
Entiendo que haya algo que celebrar. De verdad. Es vuestra fiesta, y así es como deberían ser las cosas. Y quiero daros las gracias otra vez, de todo corazón.
Pero no tengo nada que agradecer a los políticos italianos, al Parlamento, al Partido Demócrata o a Renzi. Porque la ley que han aprobado ahora -una ley útil e importante, obviamente- sigue siendo injusta, discriminatoria y ofensiva para todos los gays, lesbianas y transexuales.
Esta ley tiene dos defectos principales: en primer lugar, vuelve a perpetuar la idea de que los gays y las lesbianas no merecemos la misma protección y los mismos derechos que se les dan a los heterosexuales. De que las relaciones que construimos son menos valiosas y son de una categoría social inferior. Es una ley con un trasfondo homófobo. Se ha aprobado porque ya no tenían elección; porque Italia sigue siendo el patito feo del mundo occidental. Es una ley de alcance limitado nacida de un debate triste y bochornoso. Un debate que, salvo unas cuantas excepciones, ha sido completamente indecente.
Y luego están los niños. Nuestros niños. Los derechos de adopción se han ignorado. El Parlamento italiano y el Partido Demócrata han satisfecho las necesidades de los homófobos que con tanta vehemencia preguntaban: "¿Cómo vamos a proteger a los niños?". Pero, ¿de qué niños estamos hablando? ¿De los hijos de los homófobos? ¿De los hijos de otras personas? Ignorados. De la misma manera que se suele ignorar a otros niños: a los que se ahogan en el Mediterráneo, a los que desaparecen como por arte de magia y a los que trabajan sin permiso en el campo. Los hijos de las parejas homosexuales, a pesar de todo, son los más afortunados de esos niños que desaparecen de la vida, de la dignidad y de la ley.
El segundo defecto de la ley es que nos anula la dignidad y el valor de ser padres o madres gays o lesbianas. Las adopciones se decidirán en tribunales, caso a caso. ¡Qué vergüenza! Eso solo obligará a los padres homosexuales a vivir en el purgatorio durante años, lidiando con los gastos, los jueces, los abogados, los psicólogos, los trabajadores sociales y las visitas a domicilio. ¡Qué vergüenza! Hay padres que torturan a sus hijos o que abusan de ellos. Los psicólogos y los trabajadores sociales deberían tener cosas más importantes que hacer; deberían centrarse en proteger a los niños cuyos padres abusan de ellos, pero que parecen estar automáticamente protegidos por el mero hecho de que sus padres son heterosexuales.
Ahora mismo, tenemos que lidiar con más ansiedad e incertidumbre. Hay una desigualdad implícita en esta ley que amenaza nuestra existencia, a nuestras familias y nuestras decisiones. Entiendo que muchas parejas, jóvenes o viejas, tengan ganas de celebrar, pero, por favor, intentad entender por qué yo no estoy de humor para celebraciones. Lo único que puedo hacer es echar la vista atrás y recordar y dar las gracias a todos aquellos que tuvieron la esperanza de que llegara este momento durante los últimos 40 años.
Desafortunadamente, y como ha señalado la diputada Michela Marzano, esta ley ha nacido "vieja" y desfasada.
P.D.: ¡Han aprobado la ley! ¡Aleluya! No quiero celebrarlo, pero me conmueve profundamente. Me apetece llorar de felicidad y de tristeza al mismo tiempo, como el Gargantúa de Rabelais, que no sabía si llorar por la muerte de su mujer o si celebrar el nacimiento de su hijo.
la edición italiana de 'El Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.