Personas sin cara
No sabíamos, hasta hace relativamente poco, que hay personas que no son capaces de reconocer a la gente por sus caras. Pueden detectar los componentes del rostro, pero no reconocen en su conjunto la cara de la persona con la que están hablando, sea familiar o extraña. Mundo este siempre azaroso, extraño y sorprendente.
Sabemos que alguien es nuestro compañero de clase, de trabajo, nuestro vecino o nuestro padre o, para el caso, un desconocido, por el reconocimiento consciente que hacemos de sus caras. Pero no sabíamos, hasta hace relativamente poco, que hay personas, normales, sin lesión alguna aparente en sus cerebros o problemas psicológicos o psiquiátricos que lo justifiquen y que viven entre nosotros, que no son capaces de reconocer a la gente por sus caras. Es decir, no son conscientes de qué cara están viendo ni tampoco qué expresión emocional hay en ellas. Estas personas pueden detectar los componentes del rostro, bien sean las líneas y los contornos que conforman la nariz o los labios o los ojos o las cejas, pero no tienen esa facultad de reconocer en su conjunto la cara de la persona con la que están hablando, sea familiar o extraña. Es el síndrome congénito de la ceguera para las caras.
De todo esto, lo verdaderamente extraordinario es que se pensaba que éste era un síndrome muy raro entre la población general. Sin embargo, de modo reciente, se ha comprobado que es relativamente frecuente y que cada día aparecen casos. Por ejemplo, han aparecido estudios en Alemania mostrando que este proceso afecta al 2,5% de la población de este país. Lo curioso, insisto, es que en estas personas, este defecto congénito grave pasa inadvertido en sus relaciones sociales o en el trabajo. Nadie o muy poca gente se da cuenta de ello. Y se debe a que quienes lo sufren tratan de esconder u ocultar su problema por sus consecuencias o bien laborales o bien en sus relaciones personales o sociales. ¿Cómo logran estas personas desviar la atención de los demás de modo que no puedan detectar el defecto que padecen? ¿Cómo un problema tan importante, y de apariencia tan sobresaliente, puede pasar desapercibido en sus medios de trabajo o en sus relaciones sociales y aun en algunos casos en sus propias familias?
Al parecer lo que ocurre es que estas personas han desarrollado a lo largo de mucho tiempo habilidades cognitivas capaces de compensar su defecto como por ejemplo detectar con finura detalles del pelo o su ausencia, la forma o el color, la línea de la raya del peinado, o las características de las cejas o las orejas. Además, utilizan recursos o trucos cognitivos ya inconscientemente instrumentados. Por ejemplo, cuando de pronto ven a alguien a lo lejos en la calle o para el caso en una fiesta, no hacen gestos de reconocimiento ni inician una conversación sino que esperan a que el otro comience el posible diálogo. En realidad lo que hacen, de modo inconsciente, es alargar el tiempo que les permita procesar aquellos otros elementos cognitivos con los que poder identificar a esa persona en ausencia de reconocimiento de la cara.
Y esos otros elementos cognitivos son realmente muchos. Por ejemplo, cuando estas personas se encuentran en medio de una conversación, con varios contertulios, son capaces de distinguir (como lo hacen por ejemplo las personas que son completamente ciegas), e identificar con finura extrema, la voz de cada una de ellas, las características del tono, timbre y componente emocional de su voz. Y todavía mas allá pueden detectar, con igual finura, determinadas características del cuerpo o cabeza o la forma típica y personal que tienen de vestirse, de caminar o moverse, o en general, los gestos y manierismos y hasta su perfume o algún otro olor genuino. Y es que, más allá de la cara, el propio lenguaje corporal y la conducta pueden ser tan poderosos (aun cuando sin duda no equivalentes) como la misma cara en el reconocimiento de las personas. Lo cierto es que casi todas las tareas cognitivas están compuestas de la convergencia de otras muchas y ante la ausencia de alguna de ellas la sustitución por otras puede ayudar a realizar esa tarea principal que es el reconocimiento de las caras.
Y es curioso que este síndrome que acabo de describir, y que he señalado como congénito, es decir se nace con él, también en los niños es compensando, tantas veces, por mecanismos similares a los que acabo de describir para el adulto. Así pues, los niños se adaptan a su entorno familiar y social y en el colegio, sin aparentemente mayores problemas, aprenden y memorizan y se educan y desarrollan una actividad intelectual normal dado que tampoco presentan ningún tipo de trastorno en la sensibilidad o en la capacidades motoras, es decir, salvo la agnosia específica de las caras tienen un desarrollo completo y normal de sus conductas. Con todo, es difícil a veces entender cómo no genera problemas psicológicos serios en niños que no son capaces de reconocer la cara de sus propias madres o todavía más dramático reconocer su propia cara cuando se miran al espejo. Es más, hay casos en los que, por circunstancias sociales y el medio cultural vivido, este déficit ha pasado inadvertido incluso para el propio niño que lo padece, al nunca haber tenido la oportunidad de comparar con nadie su problema. Mundo este, el del ser humano, siempre azaroso, extraño y sorprendente.