A Hollande le crece la nariz
Resulta francamente chocante que la socialdemocracia francesa, como la española, se muestre tan contraria a la muerte voluntaria siendo así que su comportamiento, cada vez más alejado de los valores propios de la izquierda, se encamina vertiginosamente hacia su suicidio político.
En las elecciones presidenciales francesas de 2012, la Asociación por el Derecho a Morir Dignamente (ADMD) de Francia realizó una campaña a favor de la legalización de la eutanasia que tuvo un notable impacto en la opinión pública no sólo francesa, también de países cercanos, incluido el nuestro. La campaña presentaba un montaje fotográfico en el que aparecían los tres candidatos presidenciales que se habían manifestado en contra de la legalización de la eutanasia -Nicolas Sarkozy, Marine Le Pen y François Bayrou- encamados y rodeados de algunos elementos de atrezo que pretendían sugerir un ambiente de UVI. Las imágenes, nada truculentas y bastante alejadas de la impúdica realidad que se ven obligadas a vivir muchas personas al final de sus vidas, se acompañaban de una pregunta: "¿Debemos ponerle en esta posición para que cambie la suya sobre la eutanasia?".
Ni que decirse tiene que los conservadores a uno y otro lado de los Pirineos se apresuraron a rasgarse las vestiduras por "la dureza de las imágenes", prueba palpable de que jamás han contemplado las situaciones realmente tremendas que se producen cada día en hospitales y asilos o, tal vez, de que el sufrimiento de la ciudadanía de a pie les importa bastante menos que el simulado de sus líderes.
Pues bien, el cuarto candidato presidencial con posibilidades de alzarse con la victoria, el socialista François Hollande, había incluido en su programa electoral el compromiso de proponer "que toda persona en fase avanzada o terminal de una enfermedad incurable, que le provoque un sufrimiento insoportable físico o psíquico, y que no pueda ser aliviado, pueda pedir, en condiciones precisas y estrictas, gozar de una asistencia médica para acabar su vida con dignidad". Tal promesa le libró de aparecer en la campaña de la ADMD junto con los otros tres aspirantes.
En aquel momento la oferta fue interpretada sin grandes recelos como la promesa de regular la eutanasia, al menos para situaciones especialmente dramáticas -terminalidad, sufrimientos insoportables, sin alivio posible- abriendo una puerta a la esperanza para quienes siguen siendo obligados a prolongar una existencia de sufrimiento que rechazan con plena consciencia.
Visto con perspectiva de hoy, el compromiso de Hollande adolecía sin embargo de una redacción que podríamos calificar como estudiadamente ambigua, porque no es exactamente lo mismo "pedir" que "obtener" y tampoco "acabar su vida" que "acabar con su vida".
Algunos otros hechos reforzaban los temores acerca de las verdaderas intenciones de Hollande: no sólo que el presidente no hubiera empleado jamás el término eutanasia, refugiándose en el menos comprometido de "muerte con dignidad", también era sospechosa la persona elegida para redactar el informe sobre el que basar la nueva ley; el nombramiento del conservador Didier Sicard, medico y ex-presidente del Comité Consultivo Nacional de Ética, hizo temer por cuales fueran las verdaderas intenciones del ya presidente.
Sin embargo y para sorpresa de muchos, entre los que me cuento, la opinión de Sicard resultó ser comprensiva con las conductas eutanásicas y el informe solicitado se decantaba por el reconocimiento del suicidio médicamente asistido. La reacción de Hollande al informe Sicard, al parecer decepcionado por sus conclusiones, fue diferir la decisión y encargar otro informe alternativo al Comité Consultivo Nacional de Ética.
Finalmente, la noticia que ha cerrado el año es que, tras dos años de informes, promesas y anuncios sobre la inminencia de la reforma legal prometida, François Hollande ha admitido públicamente que ni eutanasia ni suicidio médicamente asistido, que sólo se trata de mejorar la ley Leonetti que a su juicio se venía aplicando mal, y que se limitaba a prohibir el ensañamiento terapéutico.
Pero la sorpresa alcanza el estupor al conocer que es precisamente Jean Leonetti, diputado de la derechista UMP y autor de la ley en vigor, el encargado de redactar la nueva, que finalmente se limitará a legitimar el empleo de la sedación terminal, no contemplada en la actual y que, sin embargo, era práctica médica habitual y admitida en el código deontológico.
Verdaderamente, muy mal está la socialdemocracia también en Francia para que sus propuestas de avance en el reconocimiento de derechos vayan a la zaga, no ya de la sociedad francesa que, según una reciente encuesta, se manifiesta un 96% a favor de la legalización de la eutanasia; incluso de la práctica del, nada sospechoso de izquierdismo, colectivo médico francés.
Se refugia al parecer Hollande en la supuesta falta de consenso social para legislar sobre la eutanasia a lo que el presidente de la ADMD, Jean-Luc Romero, ha respondido muy certeramente recordando que la coartada abusiva de identificar consenso con unanimidad no habría permitido en 1944 el voto a las mujeres ni, en 1974, el derecho al aborto o desde 2013 el matrimonio para todos y, desde luego, mantendría en vigor la pena de muerte. Escudarse en la falta de unanimidad para no legislar es tanto como renunciar definitivamente a hacerlo.
Lo que no puede negarse, se crea o no en las encuestas, es que el pueblo francés, como el europeo en general, está mayoritariamente a favor de la despenalización de la eutanasia para que, al menos en situaciones de terminalidad o graves sufrimientos, pueda cumplirse el deseo expresado por la persona de poner fin a su vida con garantía de eficacia, rapidez y sin sufrimiento adicional. Ni a los franceses ni al resto de europeos nos basta con haber conseguido el derecho a impedir que se nos prolongue la agonía manteniéndonos indignamente vivos en situaciones de irreversibilidad.
Resulta francamente chocante que la socialdemocracia francesa, como la española, se muestre tan contraria a la muerte voluntaria siendo así que su comportamiento, cada vez más alejado de los valores propios de la izquierda, se encamina vertiginosamente hacia su suicidio político. Las urnas pasan factura más pronto que tarde.
Así las cosas, el próximo 29 de enero se producirá con toda probabilidad en Francia un espectáculo lamentable al que hemos asistido demasiadas veces en nuestro parlamento español: cuando, ante el incumplimiento por Hollande de su compromiso electoral, la diputada ecologista Véronique Massonneau presente su proyecto de "ley destinada a garantizar a los pacientes el respeto a su elección sobre el final de su vida", el partido socialista francés, como ha hecho el PSOE repetidamente entre nosotros, sumará sus votos a los de la derecha más reaccionaria para rechazar la propuesta y dará un paso más hacia su suicidio político. Cosas como estas explican el 19%, señor Pedro Sánchez.
En todo caso, de no cambiar su actitud, la próxima campaña la ADMD habrá de incluir la imagen de Hollande encamado, con oxígeno y una larguísima nariz de Pinocho.