Dos monstruos juntos
Leer a Boris Izaguirre equivale a nadar en una crónica de sociales sublimada. Nota roja y columna semanal en sociedad de convivencia, en la que el amante ha apuñalado a las letras para descubrir que no brota sangre sino efluvios y secreciones humanas.
Boris Izaguirre, el carismático escritor, publicó "El vuelo de los avestruces", su primera novela, a los 26 años en su natal Venezuela, y algunos años después, en 1998, ya en España (porque estamos hablando de un tránsfuga), y parafraséandolo -todas las ciudades se hacen pequeñas cuando eres Boris-, publicó "Azul petróleo", aunque lo conocemos por la novela más exitosa de las que ha escrito: Villa Diamante, que resultó finalista del Premio Planeta hace sólo unos años.
Su más reciente conjuro, "Dos monstruos juntos" es el libro que nos ocupa.
Leer a Boris equivale a nadar en una crónica de sociales sublimada. Nota roja y columna semanal en sociedad de convivencia en la que el amante ha apuñalado a las letras para descubrir que no brota sangre sino efluvios y secreciones humanas. Boris exprime los cadáveres de la sintaxis con puñales que a tinta fría lo hermanan con un Capote Tropical, un Capote con escala en los Pirineos.
"Los pillos están hechos de frases hechas" dice Boris, pero: ¿quién es el pillo? Tanto peca el que mata a la vaca como el que le agarra la pata, reza el dicho.
Si Patricia siempre tiene el cambio exacto, Boris tiene la ironía perfecta. La medida justa, la daga certera.
Los dos monstruos son personajes que de tan atractivos y después de lograr una empatía empiezan a producirnos repulsión. Repulsión de nuestra propia complicidad y nuestra propia estafa, la estafa de dejarse llevar, de no enfrentarse, de volverse cómplice de la vida y no artífice. Pero Boris no es cómplice, él vive en su novela, hasta tiene su propia aparición, un guiño a Hitchcock, un cameo en su propio guión, es un insider de afuera al que sin embargo se le paga por estar.
La realidad coincide con la ficción, la ficción se materializa y Boris vuelve a aparecer con su paga en el bolsillo del saco para ser testigo de acontecimientos que como nubarrones de tormenta anuncian calamidades, moderna tragedia griega que continuamente flagela la alegría de los protagonistas quienes al perder el alma pierden el rumbo. Que erran por caminos alfombrados de arena movediza, porque el piso que pisan no es tierra firme, han construido sus cimientos en la inmoralidad, el despilfarro y están huecos.
Sus besos les regresan como eco en el vacío que ellos habitan.
Poder recorrer esos años en los que explotaron las comunicaciones y las relaciones públicas llevaron al mundo al hartazgo, al album Panini de estampitas repetidas, de besos en las dos mejillas hasta que erosionan el saludo. Ese momento en el que la difusa transición de pobre a rico es historia pasada y olvidada que sin embargo es lo único que dimensiona en su totalidad al ser humano. Somos lo que comemos, los fondos que transferimos y los besos que damos. Somos personajes más allá de los zapatos y la ropa que usamos, más allá de la música que escuchamos.
Cuando nos damos cuenta de que no vamos a conseguir lo que queremos, nos ponemos a parir hijos -dice Boris-, y añado: o a escribir libros.
Boris retrata los acontecimientos mundiales que nos hacen sentirnos dentro de la trama, las grandes tragedias, cataclismos que nos hermanan y otorgan un papel aunque sea de reparto, otrora de extras, pero al fin, inmersos en la profundidad del sistema caduco que tiene al mundo sumido en dinero de números, dinero electrónico.
Nos hace creer que es ficción y cuando todo está mejorando, cuando todo ha pasado, un terremoto que nos sacude y nos vuelve a recordar dónde estábamos en el mundo en ese preciso instante y por lo tanto nos vuelve a inscribir en la tragedia humana. La que vemos desde el primer tendido, pocas veces en el ruedo. Pero todo acaba, todo concluye y la novela vuelve a tener una vigencia monstruosa. Cuando creíamos que habíamos superado la crisis otra vez volvemos a la realidad de Europa y el Euro, de Grecia, de Italia, de España y los golpes de estado financieros. Ya no se necesitan generales para derrocar gobiernos. Boris nos recuerda que un hacker y un economista hoy son primeros ministros, el mundo al borde del colapso y los investigadores financieros de rodillas frente al encanto del protagonista.
La muerte de Michael Jackson, la erupción del volcán Eyjafjalla de Islandia, el terremoto de Haití, el grammy latino, el colapso de los mercados, Fanie Mae, Fredie Mac, Lehman Brothers, Merril Lynch, el derrumbe de las torres gemelas, referencias pop que nos refieren, nombres como Madoff, Testino, Moss... íconos que se confunden con Chanel, Marion Crane, Warhol, Hitchcock, una psicosis cibernética, ingredientes, factores que alteran el producto a la luz de Turner y juegan con su reflejo en el espejo de las meninas o de ese Velázquez 101 que no pasaría la prueba en Maastritch.
La codependencia, la neurosis, la mentira; la adicción como forma de vida.
Pero todos terminamos torcidos. "Amarrar el puerco", sin compasión por los animales; es imposible que exista compasión por el ser humano. La caridad cristiana sirve para que el sucio se lave la carita. La redención es un rompecabezas en el monitor de una pantalla.
Dos clientes, dos mentiras. Dos monstruos juntos.
Perfecta analogía de la comida y la gran comilona, el pecado de la gula y la avaricia
reduciéndonos al precio anexo a una persona.