La agenda de Falsarius: un cadáver en la nevera
Cada vez que abro la puerta y lo veo me pregunto ¿qué hago yo con un pollo muerto en la nevera? Dan lastimilla. Nada que ver con los rotundos solomillos, con las chuletas pintureras y chulitas, con los compactos entrecotes. A mí es que el pollo me da mal rollo y se me nota. Pero vamos, que luego voy y me lo zampo.
LUNES: En el último bar de la noche del domingo, ese bar siniestro y terminal ante cuya puerta hasta los borrachos pasan de largo haciendo cruces y eses, me lo encuentro. Había sido una elegante tableta de chocolate negro del 70% de cacao, pero su sueño era ser una grácil chocolatina. No lo consiguió. Ahora es un bombón de licor barato. Cuando los domingos se convierten ya en lunes dan miedo.
MARTES: Viajo a Madrid por cosas de curre. De repente me siento como el enano de Juego de Tronos yendo a Desembarco del Rey.
MIÉRCOLES: Me llevo al viaje un libro digital. Definitivamente no me gustan y menos que nada para leer en la cama. Te pierdes lo rico que es dormirse con el libro abierto sobre la cara y que se te quede pegada una "g" o una "j" en la nariz. Algún día la Cuesta de Moyano estará llena de eBooks.
JUEVES: Quitarle el acento al sólo que lo lleva es como capar una boina. Me niego.
VIERNES: Comprar unos langostinos en el Mercadona. Al llegar a casa ver que son de Nicaragua y de repente sentirte Joseph Conrad.
SÁBADO Y DOMINGO: Cada vez que abro la puerta y lo veo me pregunto ¿qué hago yo con un pollo muerto en la nevera? Los británicos, que para esas cosas siempre han sido más elegantes, aseguran que todas las familias esconden un cadáver en el armario. Las familias españolas, sobre todo ahora con esto de la crisis, lo que suelen esconder es un pollo muerto en la nevera. Para comérselo más que nada. Y mira que son feos los pobres. Son como la parodia de un cadáver, con sus patitas huesudas y finas, como del cuento de Hansel y Gretel, su gañote descabezado y su carne de gallina, aún no repuestos del susto horrible que les dieron. Dan lastimilla. Nada que ver con los rotundos solomillos, con las chuletas pintureras y chulitas que enarbolan inhiestas sus costillas como mástiles de bandera, con los compactos entrecotes, circunvalados de galones marciales de blanca grasa. Nada que ver. Tu pollo da la impresión de que hubieras asaltado la casa de una pobre vieja y le hubieras robado el pajarito de la jaula para comértelo, hecho un miserable. A mí es que el pollo me da mal rollo y se me nota. Pero vamos, que luego voy y me lo zampo. Y roo los huesecillos ávido y avaricioso como un sacristán famélico de la edad media. Porque todo hay que decirlo, según cómo lo prepares, el jodio queda rico. Algo así me ha pasado a mí esta mañana, que he abierto la nevera y tenía una bandeja de esas del súper con unos muslos de pollo y me he dicho, estos caen. Y han caído, vaya que si han caído. Rodeados de champiñones y con una salsita de vino y cebollita que era un escándalo. Pero vamos, porque tenía hambre. Que si llego a ser inglés y en vez de la nevera abro el armario y me encuentro el escondido cadáver familiar, yo creo que me lo zampo también. Y hago sopas.
(La receta puedes verla AQUÍ)