La confluencia que nunca llegó
Esta es, en definitiva, la situación actual de cara al 20D. Por desgracia, no muy alentadora. Esperemos que el previsible batacazo que nos espera ayude a esos dirigentes que tuvieron la llave de un auténtico cambio en sus manos a reflexionar para que esa evolución tan necesaria.
Foto: ceronegativo
Durante el último año en todos los círculos de izquierda del país se ha escuchado un mismo mantra: "confluencia". Sin embargo, a apenas un mes de las elecciones generales, nos encontramos en una situación de total fragmentación política en la que las principales formaciones progresistas han optado por presentar marcas electorales distintas y confrontadas entre sí.
Un análisis superficial nos revela que esta división no tiene demasiado sentido: como muchos venían señalando desde hace tiempo, las propuestas programáticas de los principales partidos de izquierda (Podemos, IU, Equo, etc.) son sustancialmente similares y el contexto de graves agresiones al estado de bienestar, a los servicios públicos y a los derechos de los trabajadores exige una respuesta conjunta inmediata.
Estos hechos, unidos a una progresiva y casi total pérdida de legitimidad del bipartidismo que ha abierto un espacio electoral de considerables dimensiones, suponían que un proceso de unión popular fuese más pertinente, necesario y útil que nunca.
Entonces, ¿por qué no se ha producido esa confluencia tan demandada por las bases y activistas de izquierdas y por la sociedad en general? La causa hay que buscarla en una izquierda política que, a pesar de ciertos cambios cosméticos, no ha sido capaz aún de interiorizar de forma sincera los procesos de cambio vividos en la izquierda social a partir del 15M.
Este movimiento que se vivió en las calles y plazas del país a partir del 2011, a pesar de albergar múltiples sensibilidades y corrientes de pensamiento, sí coincidía en una serie de cuestiones básicas: adopción de un lenguaje y un discurso más inclusivo y abierto a la sociedad en general que rechazaba etiquetas e identidades cerradas, radical apuesta por la participación ciudadana, defensa de los servicios públicos y del procomún y paso de una lógica competitiva a una lógica colaborativa y abierta. Por desgracia, parece que en el mejor de los casos los principales partidos políticos de izquierdas se han quedado únicamente con el primero de los puntos.
Por ejemplo, Podemos ha sabido evolucionar su lenguaje adoptando desde el principio una inteligente retórica de "los de abajo contra los de arriba", y una apelación al "sentido común" que los ha acercado al ciudadano medio. Pero en el fondo han sido incapaces de profundizar en cambios sustanciales en cuanto a organización interna, valores y modos de actuación que muestre a las claras un verdadero compromiso de evolución y cambio.
Así, vemos como este partido, en un principio la gran esperanza de la nueva izquierda para conseguir un partido que realmente creyese en la apertura, la participación y la colaboración, se ha convertido en una gran máquina electoral preocupada de defender unas determinadas siglas (partido-marca) y por garantizarse un espacio de poder propio, destinada a atraer al electorado de centro a través de la acción planificada por un grupo cerrado de dirigentes que fiscaliza y supervisa cualquier proceso de toma de decisiones.
Mientras tanto, IU, que a pesar de su posición privilegiada ya en su momento perdió el tren de la renovación política que traía el 15M, sigue obsesionada con identidades, tribus y siglas y desangrada por guerras de poder internas, por el tacticismo de la vieja política de muchos de sus dirigentes más veteranos y por su completa dependencia de las entidades financieras a causa de su precaria situación económica.
Evidentemente, en vista de la situación descrita y de las actuaciones de los principales partidos de la izquierda, está claro que no se han dado las circunstancias mínimas para optar a una confluencia capaz de producir con honestidad, generosidad y amplitud de miras una verdadera alternativa ganadora. Y así ha quedado patente, tras ver lo sucedido después de las negociaciones que se han vivido entre los distintos partidos y que han finalizado, a causa de unos y otros, con el derrumbamiento del ilusionante proyecto de Ahora en Común.
Las consecuencias de esta falta de ambición para evolucionar el ADN interno de los partidos hacia nuevas tendencias aperturistas, participativas y colaborativas nos pasará, por desgracia, una dura factura a todos: las últimas encuestas conocidas arrojan una mayoría absoluta de la derecha española (PP y Ciudadanos suman 191 escaños), que condicionará el rumbo de este país durante los próximos 4 años garantizando que no se producirán cambios económicos y sociales de calado.
Este desalentador resultado es consecuencia de una Ley electoral que penaliza la fragmentación de la izquierda. Pero por supuesto, también tiene que ver con una ciudadanía muy reacia a otorgar su apoyo a partidos que, tras prometer un radical cambio de fondo y de forma, acaban mimetizando las formas de actuación de los grandes partidos tradicionales.
A los activistas de base y demás ciudadanos nos toca seguir trabajando de cara al futuro para poner los cimientos de una nueva clase política capaz de tener amplitud de miras a la hora de generar una alternativa de Gobierno basada en esos principios de apertura, transparencia, participación y colaboración.
Cambiar es posible, pero para ello hace falta perder ese miedo a perder el control tan propio de los partidos tradicionales y abrirse a otros procesos, a otras visiones, a la innovación, a la gente. Los precedentes ya existen: las mareas ciudadanas han sido un éxito sin paliativos al conseguir articular alcaldías de cambio en las principales ciudades españolas a través del consenso entre partidos y del desborde participativo ciudadano, y en Galicia y Cataluña sí ha sido posible la confluencia entre las organizaciones de Podemos, IU y otras fuerzas de cara al 20D.
Para lograrlo, es preciso seguir impulsando la renovación del funcionamiento interno de partidos viejos y nuevos, no dejar morir el activismo social y político que sirve de notario de la realidad y de vocero de los indignados al margen de los partidos y, por supuesto, apoyar a otras fuerzas políticas que desde el principio apuesten de forma sincera y clara por hacer las cosas de otra manera.
En ese sentido, yo seguiré colaborando en el partido socialista Decide en Común, que se acerca a la arena electoral exclusivamente desde una óptica colaborativa y con el fin de fomentar el consenso y que, de forma coherente, a causa del fracaso de este proceso de confluencia ha decidido no presentarse a las elecciones el próximo 20D, llamando en su lugar a votar a alguna de las distintas alternativas progresistas existentes.
Esta es, en definitiva, la situación actual de cara al 20D. Por desgracia, no muy alentadora. Pese a todo, esperemos que el previsible batacazo que nos espera ayude a esos dirigentes que tuvieron la llave de un auténtico cambio en sus manos a reflexionar para que, más pronto que tarde, esa evolución tan necesaria en el seno de los partidos haga posible, por fin, la eternamente deseada confluencia.