Elon Musk, el "superhombre" que quiere salvar la humanidad y se pone a la orden de un negacionista
Donald Trump ha fichado al empresario más rico del mundo para el Departamento de Eficiencia Gubernamental de EEUU, en el que pretende meter la motosierra. Se lleva a un genio que divide al mundo por su visión y sus inclinaciones ultras.
Pocas figuras generan tantos sentimientos encontrados como la de Elon Musk. El hombre más rico del mundo, brillante empresario, ingeniero formidable e ideólogo de algunas de las apuestas tecnológicas más importantes de los últimos 20 años es, en la misma dimensión, un hombre ultraderechista, violento en sus formas y acciones, déspota, que manipula verdades en X y se acaba de aliar con Donald Trump.
El presidente electo de Estados Unidos le acaba de pedir que codirija el nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental, alalimón con el también empresario republicano Vivek Ramaswamy. Su meta: reducir la burocracia, recortar gastos y transformar la gestión pública. El magnate neoyorquino lo resume en "hacer temblar el sistema". La tijera de Mariano Rajoy y la motosierra de Javier Milei van a palidecer ante los tajos que amenazan con venir de EEUU, dejando la Administración en las ramas, si se cumplen las promesas de campaña. El "superhombre", lo llama Trump.
Para entender la complejidad de la vida y el pensamiento de Musk hay que ir, sin falta, a su infancia. No hay entrevista en la que no la saque a relucir, porque fue cuando, a golpe limpio, se forjó ese carácter de hoy: el que arrolla, el que no mira las consecuencias para los demás, el que busca siempre más, salidas y válvulas de escape.
Elon Reeve Musk nació el 28 de junio de 1971 en Pretoria (Sudáfrica). Su madre es la modelo y dietista Maye Musk y su padre, Errol Musk, un ingeniero electromecánico, además de marinero y piloto, un aventurero. Su progenitor no sólo era un hombre echado para adelante: era un maltratador psicológico. Tanto a Elon como a sus hermanos menores, Kimbal y Tosca, los ponía al límite. Tanto, que el ahora alto funcionario estadounidense baja la voz a un susurro cuando habla de él y afirma: "era un ser humano malvado, terrible".
Musk vio cómo sus padres se separaban cuando él tenía ocho años y cometió el "error" de ir a vivir con su padre. Era un niño con Asperger, que apenas se relacionaba con nadie y sometido a acoso escolar severo. Una de las palizas lo mandó una semana al hospital, "irreconocible", en palabras de su hermano. Errol se enfadaba con su primogénito, incapaz de ser el crío mandón que le hubiera gustado. Su cambio forzoso de colegio lo tomó como un signo de debilidad y de falta de personalidad imperdonables para un hombre que mató a tiros a tres ladrones que entraron en su casa, que tuvo un hijo con una exhijastra 42 años menor, que hablaba de comerse el mundo.
Es por eso que el empresario pasó su infancia con la nariz metida en los libros y las computadoras. Pequeño, introvertido, aislado, eran una salvación. Leía a toda velocidad. A los nueve se había zampado la Enciclopedia Británica "y la había comprendido y asimilado", según el relato de su madre, quien lo llamaba desde bebé "mi niño genio".
Antes de aprender judo, de pegar el estirón de la adolescencia y de devolverle los golpes a quienes lo maltrataban en la escuela, su afán al teclado le había proporcionado el primer dinero de su vida: a los 12 años vendió el código fuente de un videojuego, Blastar, a una revista local de informática. Se llevó 500 dólares. A los 16 se alió con sur hermanos y primos para intentar abrir un salón de máquinas recreativas en Pretoria. Buscaron local, lo alquilaron, lo adecentaron. Sólo cuando el Ayuntamiento vio que eran menores de edad le negaron la licencia.
Un año más tarde, Musk escapó a Canadá para no hacer el servicio militar obligatorio en su país. Su abuelo materno era de allá, tenía familia y, de hecho, hoy tiene tres pasaportes: el sudafricano, el canadiense y el norteamericano. Fue un tiempo de liberación y estudio: comenzó en la Queen's University de Ontario y se trasladó a la Universidad de Pensilvania, ya en EEUU, donde acabó la doble titulación de Física y Economía.
De emprendedor a millonario
Fue aceptado para hacer el doctorado, con muy buena nota, en Stanford, pero se fue del campus a los dos días. ¿Qué se le cruzó por la cabeza? Emprender, lo que le ha llevado a donde está ahora. Con su hermano Kimbal y la ayuda inicial de un empresario inmobiliario local, montó su primera startup en Palo Alto, ya la meca de los aspirantes a ricos en el sector tecnológico. Corría el verano de 1995.
No había dinero para alquilar una oficina y un apartamento, así que todo fue uno. Mientras el hermano pequeño buscaba negocios, el mayor programaba y hacía código. Dormían en sacos, en el suelo. Se duchaban en un YMCA. Le robaban wifi al vecino. Comían comida basura. Zip2, que es como se llamaba la firma, se dedicaba a mapas y a localizaciones de negocios en ellos. Compaq se la compró a los Musk en 1999 y Elon se llevó 22 millones de dólares por su participación. Tenía 28 años.
Luego, Elon fundó por su cuenta una compañía de servicios financieros en línea: X.com. Su principal rival era una empresa llamada Confinity, fundada por Peter Thiel y dos socios casi en paralelo. Ambas tenían sus oficinas en el mismo edificio. Las dos compañías se fusionaron en marzo de 2000 y tomaron el nombre de su producto principal, PayPal, la que es hoy la plataforma de pago online más usada del mundo.
En 2002, se la vendieron a eBay por 1.500 millones de dólares más. Musk siempre ha estado frustrado por esa venta, porque dice que dejó ir la firma sin haberle sacado todo su "potencial". Recién estrenada la treintena, estaba ya estaba podrido de dinero.
Su visión
Las compañías que Elon Musk fundó, cofundó o dirigió desde entonces, ya con el riñón cubierto, se han centrado en abordar los tres dilemas que más quitan el sueño a Musk: el cambio climático, el riesgo de la dependencia de un único planeta y el riesgo de obsolescencia de la especie humana.
En el primer bloque se enmarcan Tesla Motors, la que es director general y máximo inversor, pero no fundador, y que se dedica a los coches eléctricos y las baterías limpias; SolarCity, que preside, centrada en la energía solar; o The Boring Company, que fundó y que se dedica a la excavación e infraestructuras para hacer más verde el transporte. Es el mayor contribuyente privado en la lucha contra el cambio climático, según la CNN.
Luego están las otras dos angustias de Musk. A su juicio, la supervivencia de la humanidad está en riesgo a largo plazo si se limita sólo a vivir en el planeta Tierra. Su visión no sólo es la de ir a otros planetas para descubrir y avanzar, sino para dar un plan b al nuestro, consumido por la acción del hombre y expuesto, además, a que tarde o temprano, algún desastre, tal vez un asteroide, un supervolcán o una guerra nuclear, termine con nuestra existencia en la Tierra.
Musk fundó por eso Space Exploration Technologies Corp., o SpaceX, en mayo de 2002, con el objetivo de sacar a los seres humanos del planeta y llevarlos a Marte, por ejemplo. Musk aprendió por sí mismo las habilidades de ingeniería necesarias para diseñar cohetes, y es director de tecnología y CEO de SpaceX. Piensa y ejecuta, a la vez, pero bien acompañado, con empleados como Gwynne Shotwell, encargada del desarrollo comercial, ahora una leyenda en el mundo de la tecnología espacial. "La misión de mi vida es hacer que la humanidad sea una civilización multiplanetaria", defiende.
Musk teme, además, que el avance de la tecnología acabe amenazando a la propia humanidad, especiamente si hablamos de superinteligencias generales artificiales (AGSI), es decir, las inteligencias generales de máquinas más inteligentes que los seres humanos. "Un enorme riesgo existencial para el futuro de la humanidad", afirma. El empresario sí aprueba el uso sensato de la Inteligencia Artificial, pero avisa de que se nos puede ir de las manos.
En diciembre de 2015, cofundó la compañía sin ánimo de lucro OpenAI para desarrollar una "IA amigable", precisamenye. La idea era proporcionar acceso gratuito a sus resultados avanzados de investigación de IA, difundir técnicas para hacer que AGSI sea seguro y evitar que grupos poderosos monopolicen estos avances. Al final, por desavenencias en el proyecto, acabó dando un paso atrás. En cambio, sigue fuerte en Neuralink, ,"que desarrolla interfaces cerebro-máquina de ancho de banda ultraelevado para conectar el cerebro humano a los ordenadores", dice su web. En cristiano, busca cauces entre las computadoras y el cerebro.
Los negocios: no todo es oro
Elon Musk no es un héroe perfecto, con sus 285.600 millones de dólares, 20.000 de ellos ganados tras la victoria de Donald Trump, el pasado 5 de noviembre, según la revista Forbes. Mucho más que los 100 que le puso en la mesa para la campaña. Es verdad, como dice la agencia Bloomberg, que en la actualidad las cosas son valiosas en función de cuán próximas estén a él, pero todo tiene sus precisiones.
Es un creador brillante de visión y capacidad extraordinarias, pero también es, según algunos exempleados, un hombre muy difícil para trabajar. Trabaja 80 horas a la semana, y espera que sus ingenieros también mantengan ese horario. A menudo es impaciente con sus compañeros de trabajo, y cuando está estresado, a veces despide a las personas en el acto por lo que considera muestras de supuesta incompetencia, que otros considerarían como errores muy menores. Mandar un mail a toda la compañía en Acción de Gracias denunciando malos datos y augurando despidos es tener sensibilidad.
Hay casos probados por sindicatos de malas condiciones laborales, casos de acoso sexual o racial no investigados, multas por infracciones regulatorias -calderilla para su bolsillo- y relaciones con Gobierno autócratas -China especialmente- poco edificantes.
Cuando la revista Time lo nombró "hombre del año" en 2021, publicó una entrevista-perfil en la que Musk no salía bien parado. Antiguos socios lo definen como "mezquino", "cruel", "petulante", alguien que se niega a ser contrariado o desafiado, que "no tiene el don de empatizar con la gente" y "carece de empatía". Esto último, empresas aparte, se apreció durante la pandemia de coronavirus, cuando apoyó a los negacionistas y se opuso a las medidas sanitarias de control, porque reducían los beneficios y, sobre todo, el avance de sus proyectos. Que alguien que ha hecho de la ciencia la base de su trabajo renegase así de esa ciencia fue llamativo. En nada comenzó a coquetear con la política, cuando siempre había tratado de mostrarse apolítico.
En mayo de 2020, Musk resistió una intensa controversia sobre su decisión de reabrir la planta de fabricación de Tesla Motors en Fremont (California) después de un cierre de dos meses. Musk reaccionaba con el cierre a las declaraciones de un funcionario del condado de Alameda que dictaminó que Tesla no era un "negocio esencial" que y debía permanecer cerrado debido al confinamiento por el SARS-CoV-2 en la región. Tesla, además, tan brillante y exitosa, arrastra del pasado fallos técnicos, incumplimientos de plazos y leyes y sobrecostes que ahora se olvidan pero que, sin ayuda federal, no se habrían solventado.
Musk ha rozado también la bancarrota, ha tenido que pagar ocho millones de dólares en sueldos de las nóminas de Testa la no hundirse en la crisis de 2018. Porque la "visión", dijo entonces, está por encima de todo, de dinero y de virus. En realidad, ha habido pocos errores importantes de Elon Musk en la ejecución de su negocio principal. Dado que Tesla y SpaceX han resistido sus frágiles años de crecimiento temprano, y ahora están en camino de convertirse en consorcios plenamente consolidados, no aparecen obstáculos visibles que pudieran frenar a Musk, mientras el empresario se empeña por llevar a sus compañías, literalmente, hasta las estrellas.
Luego está X, su compra por 44.000 millones de dólares y sus incendios casi diarios. Tuitea sin parar, dispara a todo, lo cuenta todo (hasta cuando va al wc). A veces parece un niño chico, pero esto es serio: se ha convertido en el paladín de los ultras, aunque niegue ser uno de ellos. El "virus mental woke" y los "burócratas" son sus dianas. Sus acciones tienen consecuencias y se han vivido verdaderos linchamientos públicos contra empresarios o políticos señalados por su dedo.
Ávido de gloria
Walter Isaacson, su biógrafo, sostiene que Musk es un "adicto al drama", "un loco nivel rey", un jefe "volátil" y un ingeniero "sin igual". Él mismo llega a calificarlo como "imbécil" a lo largo de su libro, ha llegado a entender que es "brutal" y "abusón" con su gente, pero al final lo salva de la quema. Entiende que si el precio que tiene que pagar la humanidad es el de avanzar a manos se un hombre así, pues que sea.
Frente a las polémicas, expone sus virtudes: su capacidad de trabajo y concentración, la autoexigencia y el perfeccionismo, sus habilidades como científico, su capacidad para encontrar y atraer al mejor talento, el círculo de apoyos empresariales (con dinero, mucho) que ha forjado, su visión de futuro, la convicción de que el fin va por delante de los medios, el "empeño sobrehumano" en progresar y, también, un poco de suerte.
La imprudencia le parece un valor, no un desdoro, lo mismo que la adicción al trabajo o la arrogancia, porque la entiende merecida. Pinta a un hombre "ávido de gloria" que, desde 2001, cuando la malaria casi lo mata, entendió que tenía que cambiar el mundo con urgencia, porque la vida se va. De pequeño montaba explosivos en el patio de su casa para crear cohetes, así que era el momento de hacerlos de verdad. Leyó todo lo que le pasó un amigo ingeniero, viajó a Rusia para saber más y vino con la idea clara: había que ir a Marte. Se peleó por contratos de la NASA, ganó a Jeff Bezos. Eso, dice Isaacson, es un botón de su forma de trabajar.
Por eso no tiene casa, vendió sus siete propiedades, y vive en una especie de monasterio tecnológico, alquilado cerca de la sede de SpaceX en Boca Chica (Texas). Aunque últimamente está de invitado de Trump en su mansión de Mar-a-Lago... y parece que no se lo quitan ni con agua caliente, cuenta POLITICO. "Lo suyo es un bromance, se lo están pasando genial", dicen las fuentes del medio norteamericano. Lo terrenal, en realidad, no le interesa tanto, aunque le gusta estar bien. "Quiere la gloria eterna por hacer grandes hazañas, algo grande para la humanidad", dicen sus socios. Con botas de vaquero. Se entiende que hasta Robert Downey Jr. le pidiera ayuda para inspirarse y bordar su Ironman.
Ahora se mete en política. Siempre ha nadado entre las aguas demócratas y las republicanas. Se llevó bien con Barack Obama, por sus planteamientos verdes, y con Trump dio más pasos y hasta entró en su consejo empresarial, pero lo abandonó precisamente porque EEUU abandonó el Acuerdo de París contra el calentamiento global. Quién lo ha visto y quién lo ve. Su mayor empeño es que se desregule todo, que el hombre tenga libertad de hacer sin controles estatales. "Creo que el Gobierno, por naturaleza, no es un buen administrador de capital" o "Hay que evitar trabas a quien tiene cerebro" son algunos de sus mantras. ¿Incluso por encima de los intereses climáticos? Es una pregunta que aún no ha contestado.
Está ocupado Musk comiendo en McDonald's con Trump, yendo a veladas de boxeo con su jefe, enseñándole sus cohetes, cantando juntos en Florida. El nuevo presidente de EEUU le ha prometido prácticamente un cheque en blanco, porque confía en él. "El nivel de genialidad es inconcebible", dice sobre sus encuentros. Aunque Musk ya está, también, probando de la medicina trumpista: el empresario ha intentado influir en dos nominaciones potentes (el líder de la mayoría del Senado y el secretario del Tesoro) y Trump no lo ha escuchado. La influencia de Musk en este gabinete es, pues, limitada. "Esa es la vida, los golpes", como él mismo dice.
¿Decían de él que no tenía corazón?
"Decían de él que no tenía corazón", escribía Rafael Sabatini en Scaramouche. Y eso es lo que dicen más o menos las parejas que ha tenido Musk a lo largo de su vida. Él dice lo contrario: "Si no estoy enamorado, si no estoy con una pareja a largo plazo, no puedo ser feliz". Ahora mismo no está claro en qué punto está su relación con Shivon Zilis, una capitalista de riesgo canadiense que trabaja en los campos de la tecnología y la inteligencia artificial.
Justine Wilson, escritora canadiense, fue su primera esposa, entre 2000 y 2008. Con ella vivió un momento traumático del que evita hablar: la pérdida de su hijo común, Nevada, a las diez semanas de vida, en su cuna. A través de tratamientos in vitro, la pareja tuvo luego cinco hijos, dos gemelos y tres trillizos: Griffin, Xavier, Damian, Saxon y Kai. Wilson se ha quejado repetidamente de que el multimillonario se centraba en sus empresas mientras ella afrontaba la crianza en solitario y arrastrando depresiones. En una mansión de Los Ángeles, pero encerrada.
A las seis semanas de su divorcio, Musk se comprometió con la actriz británica Talulah Riley: se casaron, se divorciaron, se volvieron a casar y se volvieron a divorciar, al fin, en 2016. La intérprete guarda buen recuerdo de él, dice que era "dulce" y "tímido" y un genio.
En 2018 comenzó una relación, sin boda, con Claire Elise Boucher, conocida profesionalmente como Grimes, la cantante con la que en 2020 tuvo a su pequeño, X Æ A-12172173 (pronunciado "Ex Ash A Twelve" o "Ex Ay Eye"). Una ocurrencia por la que hasta le vetaron el nombre en el registro de California. La pareja anunció su separación en septiembre de 2021 y desde entonces la cantante describió su vínculo sentimental con Musk como "fluido". Tanto que en diciembre de 2021 nació su segunda hija en común con el empresario, Exa Dark Sideræl, mediante gestación subrogada. En septiembre de 2023 se anunció el nacimiento de su tercer hijo con Musk, Tau Techno Mechanicus, nacido en junio de 2022. Su existencia se había mantenido en secreto y se reveló a raíz de la publicación de la biografía de su padre.
¿Será la suya un día una saga como la de los Trump?