¿Se ha presentado a las elecciones Nicola Sturgeon?
Parece mentira que las mujeres, las políticas, las tareas y responsabilidades de las madres, las escritoras, en dos palabras, la autoridad femenina, no existan para tantos articulistas y escritores actuales.
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Leo un artículo que habla de la incidencia que tiene el Partido Nacionalista Escocés (SNP) en la situación política en Gran Bretaña y en las elecciones.
La líder indiscutible del SNP es Nicola Sturgeon, una figura muy reconocida en Escocia y conocida en el mundo, especialmente a partir de su actuación estelar en el debate político con el resto de partidos del pasado 2 de abril. Perpleja, veo que ni la cita. El articulista sólo habla de políticos y masculinos exlíderes. Cosa muy extraña, puesto que la brillante y stronger Sturgeon algo tendrá que ver con el auge creciente de su partido. Sí, según el artículo, tan importante es el reiteradamente citado y alabado exlíder (Alex Salmond, me gusta decir las cosas por su nombre y reconocer a todo el mundo) y tan irrelevante es la no nombrada líder actual, una vez retirado el gran hombre, sería de esperar que el partido sólo bajase y bajase. Justamente ha ocurrido lo contrario: 56 escaños de 59 posibles no parece un mal resultado electoral. Es muy posible que el articulista sufra un frecuente mal -especialmente entre algunos hombres-, el de no ver más allá de las hechuras del cuerpo de las mujeres (incluidas las líderes); y que sea ésta la causa de la omisión.
Cambio de periódico y escapo del fuego para caer en las brasas. Leo un artículo que habla de un libro de un filósofo italiano, El complejo de Telémaco (difícil título para identificarse con él si eres mujer). Según el artículo: «Una vez ida la autoridad paterna, las demás autoridades comienzan también a evaporarse; detrás del padre van cayendo en el descrédito los gobernantes, los políticos, los sacerdotes, el rey, los soldados y los policías, y casi cualquiera de esas figuras públicas que en el siglo XX tenían una sólida e incuestionable autoridad, ha visto cómo el respeto que su figura imponía se ha ido diluyendo». Realmente, no sé dónde puedes incluirte si eres mujer. Pero es que además afirma: «Durante el siglo pasado, y los siglos precedentes, el padre era la autoridad, era el que indicaba el camino, el que daba consejos sobre la relación con los amigos, o con las novias, el que nos enseñaba a lustrar los zapatos y a reparar la bicicleta, era el que sabía todas esas cosas que hoy los jóvenes aprenden con un tutorial en Internet». ¿Todo esto hacían los padres? ¿Cuáles? ¿Las madres no tienen ninguna autoridad, no indican ningún camino, no dan consejos sobre la relación con amistades, novios y novias, no enseñan (o lo intentan) a lustrar zapatos y a montar (e incluso a arreglar) la bicicleta? ¿De qué y quién habla el artículo?, ¿a quién se dirige e interpela?
Y entonces salta el caso de la madre (por cierto, ¿alguien sabe su nombre?) que a tortazos rescata a su hijo de los disturbios de Baltimore. Los medios la han amplificado y han analizado (y criticado) con pelos y detalles la actuación de la madre: si las collejas deberían haber sido menos (o más), si con la mano abierta y no con el puño, si fueron con el puño o no, si se extralimitó, si aquí eso sería maltrato, si actuó bien pero hasta cierto punto. Todo el mundo ha osado meter baza. El habitual juicio sumarísimo a casi cualquier actuación femenina (y más si eres madre).
Entonces, recuerdo a otras. A las madres a las que la Justicia uruguaya encarcela porque sus hijos menores han delinquido. Tal como lo oyen. Algunos jueces consideran que, por parte de las madres, hay una «omisión de los deberes inherentes a la patria potestad». Otros, a pesar de que las mujeres no han cometido ningún delito ni tienen antecedentes, consideran que es bueno que penen ellas porque «hay que tener en cuenta que los menores son muy madreros. Si ven que les empiezan a encerrar a la madre, puede cambiar algo».
Sí, sí, lo acaban de adivinar: si hay algún padre que no esté uliseando, no se le persigue; en este caso, la patria potestad masculina parece que es irrelevante, queda en suspenso. La noticia no ha indignado a nadie (incluida la izquierda uruguaya) ni ha tenido el más mínimo eco; no se ha creado tampoco ninguna plataforma en apoyo a las inocentes. Una espera que el comentarista de El complejo de Telémaco se haga cruces y reflexione un minuto sobre la autoridad materna, sobre la autoridad femenina. O que el autor del libro se haga (simbólicamente) el seppuku, puesto que cuestiona alguna de las paredes maestras de su obra.
Intento consolarme con la literatura y aprovecho que insólitamente han premiado a un autor de la periferia ibérica con el Premio Cervantes; concretamente, al barcelonés Juan Goytisolo.
En las mil trescientas cincuenta palabras y pico de su discurso en la ceremonia de entrega del premio, se las ingenia para citar generosamente a Cervantes y a su Quijote. También a Manuel Azaña, Fernando Pessoa, Dámaso Alonso, Góngora, Carlos Fuentes, Cristóbal Pérez Pastor, Luis Cernuda y Gabriel García Márquez, a las masculinas novelas La regenta y La lozana andaluza, y, por extensión, a Leopoldo Alas «Clarín» y Francisco Delicado, y a algunos personajes masculinos de novelas. Alude, como mínimo, a Mario Vargas Llosa.
Desde luego, cada cual es muy libre de citar a quien quiera o pueda, pero no parece de caballeros andantes, a quienes don Quijote pedía «deshacer tuertos y socorrer y acudir a los miserables», citar sólo a poderosos, consagrados y afamados escritores, escribidores o literatos -algunos metidos, por cierto, hasta las cejas en la exquisita mierda de la gloria-.
Poco podremos hacer si no podemos citar ni a una sola escritora, ni a una sola aprendiza de escribidora, ni tan siquiera a una miserable literata.