Banderas, baloncesto, tuits y leyes
En ocasiones, una serie de noticias puede tener tiene un hilo oculto que las una por dispares que parezcan a primera vista. Las que se ven a continuación, se caracterizan (aunque en diverso grado) para relegar a las mujeres a unos papeles subordinados y secundarios, o a borrarlas de la noticia, es decir, a olvidarlas.
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Hace escasos días Pedro Sánchez se autoproclamó con gran aparato, pompa y circunstancia candidato a la presidencia del Gobierno central por el PSOE. Gran parte de la prensa destacó la enorme e ilimitada bandera española ante la que se erigió en presindenciable. A mí la elección no me extrañó en absoluto: está en consonancia con el burdo ideario y el limitado pensamiento de un político que confunde soberanía e independencia. La mayor parte de la población catalana cuando le preguntan por esta cuestión, aunque no se dedique profesionalmente a la política ni viva de ella, sabe distinguir nítidamente entre una y otra, sabe discernir hasta donde llega un concepto y hacia dónde va el otro.
No. Lo que me llamó la atención fue la subida a la tarima de la máster en Administración de empresas y experta en captación de fondos para el Tercer Sector, docente de la Universidad Complutense y socia-directora de la empresa Task Force, Begoña Gómez; Pedro Sánchez es su marido. Gómez, ataviada a juego con la bandera y después de soltar un «muy bien» entusiasta cuando su esposo acometió la acelerada carrerilla final de su autoproclamación, subió al estrado en calidad de descanso del guerrero. En efecto, él le dio las gracias porque cada noche, cuando vuelve a casa, su alegría (de ella) borra su cansancio. No se sabe la sonrisa de quien la espera a ella cuando regresa de currar su doble jornada laboral, y hasta qué punto la ayuda a descansar.
(Un detalle congruente con la noticia anterior. Veo con perplejidad que en los tiempos muertos y medias partes del mundial de baloncesto femenino, en vez de saltar a la pista airosos y flexibles mozalbetes haciendo contorsiones y cabriolas sin fin para solaz y disfrute del público, lo hacen chicas; como en el baloncesto masculino.)
No pude evitar hacer la regla de la inversión. Y no, no me imagino ni a Colau, ni a Carmena, ni a Oltra, ni a Cifuentes o a Merkel, ni a tantas otras, haciendo hacer este penoso y subsidiario papel de estraza a un hipotético compañero. También es verdad que no lo necesitan para nada.
La hazaña coincidió más o menos con la propagación de los abyectos y asquerosos tuits que Guillermo Zapata escribió el año 2011. Comentarios, por cierto, a la altura (la misma bajeza moral e intelectual) de muchas manifestaciones públicas de, por ejemplo, dirigentes en activo del PP, pero que tanto al partido como a la Fiscalía les deben parecer bromas sin malicia ni importancia (incluidos intimidatorios saludos nazis brazo en alto) dado que, contrariamente a lo que opinan de los comentarios de Zapata, no las encuentran en absoluto ofensivas o perseguibles.
Lo más destacable, sin embargo, es que con los días se ha ido haciendo hincapié sólo en los tuits de Zapata que humillan a las víctimas del terrorismo y el nazismo, y se han ido olvidando o dejando de lado las retorcidas ofensas de Zapata contra las niñas de Alcàsser --un crimen que por tiempo que pase no dejará de estremecer y de poner los pelos de punta--, o contra Marta del Castillo, víctima a su vez de la más cruel de las violencias machistas. Es decir, casos en que las víctimas involucradas son mujeres.
Ambas informaciones han coincidido también con la noticia de la encíclica Laudato siiescrita por el actual papa, en la que alerta sobre el peligro que supone el cambio climático y aboga por una visión más ecológica del mundo. Documento recibido con grandes aspavientos y una alegría sin fisuras por gran parte de la prensa y formaciones de izquierda. Con que el papa hiciera sólo un gesto a favor de las mujeres, sólo una palabra suya, y podría comenzar a adquirir alguna credibilidad y autoridad a ojos de algunas mujeres, tal vez también de algunos hombres, a demostrar que realmente aboga por auténticos cambios. Pero curiosamente, tanto la Iglesia como el PP son benevolentes con los «pecados» que cometen los hombres, pero no con los de las mujeres. La homosexualidad, al papa, ya no le parece una infamia, incluso afirmó que quién es él para juzgarla (no sé si pensó, cuando tan compasivamente lo decía, que hay gayas mujeres), y el PP prefirió arremeter contra la ley del aborto y dejar en paz la ley del matrimonio homosexual, a pesar de que dijo que también la recurriría. Quizás porque los hombres no abortan, pero en cambio sí se casan.
Una última noticia que viene a cuento por partida doble, puesto que justamente estos días se conmemora que hace diez años se aprobó la pionera, decente y digna ley a favor del matrimonio homosexual sin restricción de derechos del Estado: las tres juezas del Tribunal Supremo yanqui -es decir, todas- han votado a favor del matrimonio homosexual. Si tenemos en cuenta que el resultado ha sido un ajustado cinco a cuatro, hagan cuentas sobre el porcentaje de hombres que ha votado a favor. Quizás este resultado explica algunas resistencias papales.