Sánchez sigue los pasos de Corbyn
Las sospechas de que el secretario general del PSOE está predispuesto no a encabezar un gobierno alternativo pero sí a unas terceras elecciones, han hecho saltar todas las alarmas en las baronías y han consolidado la fractura hasta ahora disimulada del socialismo.
Alguien dijo que con una sola frase se hiere y hasta se mata. Pero Pedro Sánchez es inmune al dolor. Tanto que, como dice un socialista que le conoce bien, no hay tipo en el mundo que se haga mejor el vivo que él. Si fuera por frases hubiera salido fiambre del último Comité Federal del PSOE. Pero ahí sigue, aunque se le dijera de todo y por su orden. Lean, lean:
Javier Fernández (Asturias): "Hay algo peor que un gobierno del PP y es un gobierno con mayoría absoluta del PP. No construyamos una ratonera que nos lleve a unas terceras elecciones".
Susana Díaz (Andalucía): "Nos hemos salvado por la campana. No podemos decir que somos el partido hegemónico".
Guillermo Fernández Vara (Extremadura): "No es bueno acostumbrarse a perder, y además no darse cuenta de que te has acostumbrado".
Javier Lambán (Aragón): "Otros secretarios generales con mejores resultados se fueron. Rubalcaba dimitió con 110 diputados y Almunia con 125"
Eduardo Madina (diputado por Madrid): "El PSOE ha perdido un voto por minuto" desde que Pedro Sánchez es secretario general.
Soraya Rodríguez (diputada por Valladolid): "Ha llegado el momento de decir que nunca hemos estado tan mal".
Nunca antes se emitió con tanta claridad. Y todo para llevar el debate donde él no quiso acercarlo, tras 13 días y 13 noches de silencio: al análisis de la debacle electoral, al rechazo a un gobierno alternativo si Rajoy fracasa en su intento y a la asunción de responsabilidades por el peor resultado de la historia del partido.
Se equivocó Sánchez en la falta de autocrítica, en endosar la culpa a terceros de su pírrico resultado, en lanzar a sus apoyos orgánicos a agitar el espantajo de un gobierno alternativo y en su rotundo e inequívoco "no" a una investidura del PP. La ausencia de autoenmienda y su negativa a dejar un resquicio con el que justificar una abstención "in extremis" activó la ofensiva.
Las sospechas de que el secretario general del PSOE está predispuesto no a encabezar un gobierno alternativo pero sí a unas terceras elecciones, han hecho saltar todas las alarmas en las baronías y han consolidado la fractura hasta ahora disimulada del socialismo.
Hay desgarro entre quienes defienden que el "no" a Rajoy es un "no" para siempre jamás y quienes proponen una revisión del rechazo por responsabilidad institucional en el caso de que el PP roce la mayoría absoluta con otros grupos. Hay fisura entre quienes creen que Sánchez debe seguir y quienes ya le muestran, sin ambages, la puerta de salida. Y hay, sobre todo, rotura entre los que buscan factores exógenos a la dirección para justificar los males del socialismo y quienes creen que la responsabilidad del fracaso histórico sólo tiene un nombre y un apellido.
Pero Sánchez no escucha los sonidos. Prefiere no darse por enterado de que lo ocurrido el sábado en Ferraz fue, aún sin votación y sin escrutinio, lo más parecido a una moción de confianza que ha perdido. El peso, al menos el político-institucional, de los barones que le reprobaron de un modo u otro (Andalucía, Asturias, Valencia, Aragón, Extremadura y Castilla-La Mancha) es muy superior al de los que le mostraron apoyo incondicional (Euskadi, Cataluña, Madrid, Castilla y León y Murcia).
La guerra ha empezado, Y tiene dos campos de batalla. El primero, el de la investidura, donde Sánchez y sus apoyos más incondicionales han ido demasiado lejos en su triple "no" (la gran coalición, el apoyo desde fuera al PP y a la investidura de Rajoy) como para dar marcha atrás sin provocar la ruptura del Grupo Parlamentario. El segundo, el de su liderazgo. De hecho, todos sus movimientos y sus continuas invocaciones a la militancia que le eligió secretario general, hay que leerlas en clave orgánica.
Ya hay quien, salvando distancias y circunstancias, ha establecido paralelismos entre el laborista Jeremy Corbyn y Pedro Sánchez. Uno perdió el respaldo del 75 por ciento de sus diputados. El otro ha perdido ya el apoyo de los barones más influyentes. Ambos se niegan a asumir responsabilidades por las derrotas. A los dos se les imputan en primera persona los fracasos de sus partidos. Y los dos han decidido anteponer la democracia directa a la representativa.
De momento, el español sigue los pasos del británico. ¿Por qué comenzó Sánchez su discurso ante el Comité Federal con el recuerdo de que fue elegido hace dos años con el voto directo y secreto de los militantes? Seguro que no quiso decir que la responsabilidad de las dos últimas y clamorosas derrotas fue de la militancia, sino más bien que el máximo órgano entre congresos del PSOE no es quien para impugnar lo que decidieron las bases.
Los militantes le pusieron y los militantes serán quienes decidan o no su final en el próximo congreso. Hasta entonces, se trata de ganar tiempo al tiempo.