Puertas abiertas y candidatos cerrados
Las interminables colas alrededor del Congreso de los Diputados, la Gran Vía cerrada al tráfico, la multitud a las puertas de Doña Manolita, la recepción del Día de la Constitución, las cenas de empresa, el estreno de las luces navideñas... Todo se repite en diciembre. Pero el de este año es distinto.
Esta noche arranca la campaña de las elecciones más atípicas de cuantas España ha celebrado en 40 años. La política abre las puertas de la democracia en la Carrera de San Jerónimo pero algunos candidatos siguen encerrados. Para unos es el Estado de Derecho. Para otros, una anomalía democrática.
Lo cierto es que nunca antes hubo aspirantes en prisión ni candidatos sobre los que pesara una orden de arresto, pero tampoco precedentes de que desde una institución se buscara la demolición de la actual planta institucional del Estado. Lo primero es consecuencia de lo segundo, y no de que lo que piensan o lo que dicen. Aun así sorprende que el presidente del Gobierno de España defienda que Cataluña ha vuelto a la normalidad. El 155 habrá contribuido, como sostiene Rajoy, a serenar la vida política, pero nada hay de natural en que por primera vez los catalanes hayan sido llamados a las urnas para elegir presidente de la Generalitat mediante una convocatoria firmada por un jefe de Gobierno de España, en que el último "molt honrable" sea una fugado de la Justicia española o en que la mitad de un Govern duerma desde hace días en la cárcel de Estremera.
Normalidad lo que se dice normalidad no se verá mucha en esta campaña teniendo en cuenta que arranca, además, pendiente de una decisión judicial para saber si Junqueras y cía podrán pasear el palmito por calles y plazas para defender su programa o su partido tendrá que echar mano de un holograma para compensar su ausencia en debates y mítines electorales.
Unos encerrados en la cárcel y otros cerrados al diálogo hacen imposible, no ya una campaña usual, sino la búsqueda de una solución al problema catalán que pase por restaurar la crisis de convivencia política y social entre dos bloques, a priori, irreconciliables. Constitucionalistas e independentistas se erigen en salvadores de una Cataluña partida en dos mitades, pero ni unos ni otros son capaces siquiera de mirarse a la cara. No digamos ya sentarse en una mesa para hablar de política y gobernanza, activar las luces largas o tejer consensos.
No ha empezado aún la campaña y todos barajan escenarios para después del 21-D, pero ninguno de los esbozados en los cuadernos de estrategia incluye un acuerdo entre diferentes como solución para un futuro de convivencia, olvidando que ha sido la política de bloques y el enfrentamiento entre ellos lo que ha llevado a Cataluña a acariciar el abismo.
Las consecuencias del secesionismo no han podido ser más reales ni más inmediatas y, aún así, se empeñan en seguir la misma o parecidas sendas. Puigdemont, empeñado en la vía unilateral, es de todos los aspirantes del bloque independentista el más decidido a reeditar el fracaso, el único que mantiene viva la llama del proceso. Tanto que su empecinamiento ha roto toda colaboración con ERC, el que fuera su principal socio de gobierno, y ha abierto, además, una honda fractura en su propio partido, que podría acabar en la desaparición del PDeCAT si el ex presidente logra un buen resultado.
ERC, que parte como clara favorita en todas las encuestas, aspira en el mejor de los escenarios a hacerse con la presidencia de la Generalitat y gobernar en minoría para ralentizar el camino hacia la independencia, emprender una ruta en solitario y someter a la geometría variable los pactos en el Parlament en función de que la agenda sea social o soberanista.
Pero es consciente de que si el resultado de la lista de Puigdemont supera las predicciones más agoreras tendrá que contar con ella para el Govern. De su vocabulario ha desaparecido, en todo caso, la palabra unilateral en previsión de que necesite la abstención de los "comunes" de Colau para una hipotética investidura. Y en su hoja de ruta no está, tras el apoyo del PSC a la aplicación del 155 de la Constitución, invitar a los de Iceta a formar parte de un Ejecutivo transversal de republicanos, socialistas y comunes que es el que desearía el partido de Pablo Iglesias y ya han rechazado de antemano el socialismo catalán.
Ciudadanos sueña con echar al independentismo de la Generalitat y sustituirlo por un gobierno constitucionalista, para lo que pide apoyo al PSC. Pero los números no dan y sabe que los de Colau jamás favorecerían una investidura que aupara a Arrimadas a la presidencia. Con ello juega Iceta, que no oculta su intención de beneficiarse de la política de vetos cruzados y encabezar una opción a la danesa. En busca del electorado perdido, el candidato del PSC ha reactivado su alma catalanista como forma de compensar el posible desgaste que el apoyo del PSOE al 155 le haya causado en el catalanismo moderado al que de facto renunció el PDeCAT con la candidatura que encabeza Puigdemont.
Si las encuestas aciertan y el resultado ofrece de nuevo un electorado partido por la mitad, escaño arriba escaño abajo, alguien debería pensar que la solución para Cataluña en ningún caso está en la configuración de un Gobierno sólo de independentistas o sólo de constitucionalistas con el partido de Ada Colau de árbitro de la situación. Ni las encuestas de cocina más elaborada dan una victoria clara ni a unos ni a otros. Y este país tendrá algún día que aprender a tejer alianzas transversales que además del tradicional eje izquierda-derecha superen la política de bloques y los vetos cruzados.
Si la generosidad del PP hizo posible un día que el socialista Patxi López ocupara la lendakaritza en Euskadi sin ser la opción más votada, en Cataluña hará falta un ejercicio de idéntica altura en el que los personalísimos y el sectarismo den paso a una solución de convivencia. Y esta no pasa por excluir del futuro a ningún partido, sea independentista o no, siempre que se esté dispuesto a respetar, de manera inequívoca, la legalidad. Reeditar la política de bloques sólo llevará a un nuevo fracaso.
Vayan escribiendo para evitarlo la carta a los Reyes Magos. Sepan que los sueños a menudo se cumplen. Siempre que se trabajan, claro.